martes, 13 de marzo de 2018

LA HIJA DE STALIN

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Con acceso a los archivos de la KGB, la CIA y de distintos gobiernos soviéticos, Sullivan recompone las piezas de la increíble vida de Svetlana Alilúyeva, la hija mayor de Stalin, en una magistral biografía que a la fecha ha sido distinguida por el New York Times, el Washington Post y el Boston Globe, por tocar una vida inolvidable y ser un libro único.
Nacida durante los primeros años de la extinta Unión Soviética, Svetlana creció dentro de los muros del Kremlin. Los altos cargos del Partido Comunista la protegieron del exterior ocultándole la hambruna y las purgas que arrasaban su país. Tras la muerte de su padre, y a medida que iba descubriendo la magnitud de la crueldad del régimen, Svetlana estalló.
Rompió su silencio, y en 1967 conmocionó al mundo huyendo a Estados Unidos. Esa es una de las aristas profundas y ambiciosas de esta biografía que pinta el insólito retrato de una mujer atormentada, utilizada como un peón en la Guerra Fría, y que pese a todos sus intentos por romper con su pasado, siempre se vio atada a la alargada sombra del padre.
Sullivan logra explorar a este personaje complejo en un aún más complejo contexto, sin nunca perder de vista la poderosa historia humana, y reabriendo, a lo largo del proceso, las puertas cerradas de la brutal historia del corto siglo XX que tanto fascina a los lectores de todas las edades y nacionalidades. “La hija de Stalin” es parte de esa agitada centuria.

De acuerdo con el canal de noticias RT en español, que comenzó a transmitir desde Rusia durante 24 horas al día y siete días a la semana en diciembre de 2009, siendo desde ese momento el primer canal de televisión ruso en castellano con señal de alcance mundial, Iósif Stalin es una de las figuras más controvertidas y enigmáticas en la historia rusa.
Todavía objeto de acaloradas discusiones y debates, fue el secretario general del Partido Comunista desde 1922 y el líder único de la Unión Soviética desde finales de 1920 y hasta su muerte en 1953. La introducción del sistema totalitario de gestión económica, cultural y estatal, así como el control absoluto de la vida privada de los ciudadanos se tradujo en pérdidas humanas.
La magnitud de las represalias aturde y horroriza aunque hasta ahora en Rusia abundan las opiniones de que esas fueron medidas necesarias e inevitables bajo aquellas adversas  circunstancias. Con el paso del tiempo su poder absoluto desembocó en lo que fue denunciado después de su muerte por Nikita Jruschov como el “culto a la personalidad”.

LA ESTIRPE DE LEONOR DE AQUITANIA

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«Ni desesperadamente oprimidas, ni maravillosamente libres».

Pensar en mujeres en la Edad Media es asimilar su papel a una posición subordinada al preponderante rol masculino. Un rol masculino en un mundo eminentemente masculino (como lo han sido todos, ¿verdad?). Pensar en mujeres de los siglos XII y XIII como Leonor de Aquitania, su nieta Berenguela de Castilla, Urraca de Castilla y León (hija de Alfonso VI de ambos reinos y madre del imperator Alfonso VII), Blanca de Castilla (madre de Luis IX de Francia) es acercarnos a mujeres únicas, excepcionales en la gestión del poder y en la capacidad de decidir. 

Hubo más Eloísas que Leonores, tengámoslo en cuenta. Y cuando estas mujeres tuvieron acceso al poder, las crónicas de la época las presentaron como viragos (mujeres con características viriles) o jezabeles (reinas manipuladores y lujuriosas), merecedoras de críticas y de una conveniente damnatio memoriae. El mundo de los hombres que ejercían, ostentaban o aspiraban al poder necesitaba el olvido del rol de las mujeres de las que habían heredado ese poder. 

Leonor de Aquitania (1124-1204) se convirtió en símbolo de una época: dos veces reina (de Francia y de Inglaterra), heredera del mayor ducado en el reino franco, madre de diez hijos en sus dos matrimonios, protectora y animadora de las ambiciones de varios de ellos contra el León inglés (cómo no recordar a Katharine Hepburn en el papel de este personaje en El león en invierno), guía de sus nietas (acompañó a la pequeña Blanca, hija del rey Alfonso VIII de Castilla, a la corte del rey francés para convertirla en la esposa del futuro Luis VIII) y mecenas del monasterio de Fontevraud (donde moriría) simboliza a esas mujeres de la élite medieval que estuvieron cerca y disfrutaron del poder. Su estirpe fue numerosa: reinas en diversos territorios europeos, fundadoras de monasterios, patrocinadoras de crónicas, mecenas del arte. Mujeres con historias que contar, y a este empeño dedica Ana Rodríguez el delicioso libro La estirpe de Leonor de Aquitania. Mujeres y poder en los siglos XII y XIII (Crítica, 2014), una más que recomendable lectura. 

Acercarnos a las mujeres (de la élite, insistimos, la que deja un rastro que seguir en los textos y crónicas, en el arte y la arquitectura) significa comprender el matrimonio de las casas reinantes en Europa: las dificultades para superar las estrictas leyes de consanguineidad que la Iglesia imponía, lo cual daba pie a menudo a divorcios; la importancia de la dote como fuente de la riqueza y la influencia de estas mujeres; el papel de los viajes, de la búsqueda de mujeres de alto linaje para ser casadas con reyes y príncipes en un mundo en el que los lazos familiares eran comunes y la necesidad de no contraer matrimonios con riesgo de consanguineidad apremiaba. 

No era sólo un matrimonio en clave política, en el que el amor era secundario (no entraremos en el amor cortés de la poesía trovadoresca), sino un pilar esencial de la institución monárquica en reinos que surgían de las cenizas del tronco carolingio (Francia), de la conquista normanda (Inglaterra) o de la diversidad y pluralidad de tradiciones monárquicas (la península Ibérica). Leonor de Aquitania nos acerca a las políticas matrimoniales, a las disputas por la dote (y la riqueza de las mujeres que hicieron gala de la misma) y al disfrute del poder en esta época. 

Pero no sólo ella: su hija Leonor casó con Alfonso VIII de Castilla y fundó el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas, a las afueras de Burgos; sus nietas Berenguela y Blanca fueran regentes y madres de reyes (Fernando III de Castilla y León y Luis IX de Francia, respectivamente); su tataranieta Leonor de Castilla fue reina en la Inglaterra de Eduardo I y dejó un legado en la corte inglesa. Fueron madres, esposas e hijas de reyes, como Urraca de Castilla y León (1081-1126), ora enaltecida y ora denigrada en crónicas coetáneas, heredera de dos reinos pero no reina por derecho propio, y olvidada por su hijo, Alfonso VII, para quien detentara y conservara el poder. Las crónicas mencionan a esas mujeres, y otras, pero minimizan su influencia. La imagen de la mujer como una figura necesaria (la fuente de hijos que habrían de heredar reinos y riquezas) era al mismo tiempo dejada en la nebulosa que conduce al olvido, pues su presencia era al mismo tiempo una amenaza del rol masculino que todo lo dominaba.

Leer el libro de Ana Rodríguez nos acerca a historias de mujeres con poder, mujeres que modularon la memoria histórica y que no se resignaron a ser simples peones; mujeres que fundaron monasterios (como Santa María la Real de las Huelgas en Burgos o Las Dueñas en Zamora, siendo incluso abadesas con un poder que desafiaba a obispos y papas. Nos acerca a la experiencia de esas mujeres en cortes que no conocían, con costumbres que comprendían y con idiomas que debían aprender. 

La corte real no era sólo un espacio de poder sino también un centro simbólico de la legitimidad de ese poder, y en ese espacio las reinas (generalmente foráneas) lidiaron con minorías de edad de sus regios hijos y con la oposición eclesiástica y nobiliaria. No se quede el lector con la simple imagen de reinas con poder, sino que vaya más allá, como la propia autora concluye en uno de los capítulos:

« […] las mujeres no se dedicaban simplemente a hacer donaciones a las comunidades masculinas de monjes para que rezaran por la salvación de las almas de sus maridos y demás parientes. Tomaron, más bien, las riendas de la conmemoración, fundaron monasterios por lo general femeninos gobernados por sus hijas y nietas, crearon espacios funerarios, actuaron como intercesoras entre los vivos y los difuntos, canalizaron la expiación de sus pecados, comandaron la escritura de crónicas que enaltecían a sus ancestros y la realización de objetos que los representaban. Participaron activa y conscientemente, junto a quienes se han considerado tradicionalmente los guardianes oficiales de la memoria, en la creación de una cultura conmemorativa que es uno de los rasgos fundamentales y distintivos de una sociedad como la medieval en la que el pasado legitimaba el presente, los muertos a los vivos y los eclesiásticos a los laicos. Leonor de Aquitania primero y sus hijas después promovieron y reforzaron una tradición memorial que, aprendida en las cortes en las que se criaron o asimilada de los entornos en los que vivieron y ejercieron el oficio regio, transformó el paisaje, físico y mental, de la Europa de la Edad Media». (pp. 236-237)

Déjese llevar el lector en un libro que atrapa desde la primera página, que se lee con un enorme interés y que nos deja una imagen mucho más amplia de lo que se puede imaginar acerca de esas mujeres con poder, o dependientes del mismo. Un libro delicioso y lleno de reflexiones sobre la esencia de la gobernanza en los reinos de la Europa occidental del Medievo. 

Y sobre el papel de las mujeres que, antes o después de Leonor de Aquitania, hicieron lo posible por no ser meras máquinas reproductoras: mujeres que eran en sí una anomalía y gozando de un poder transitorio y no permanente, que aprovecharon la oportunidad y dejaron sus experiencias para el recuerdo… o el olvido.

DESPUÉS DEL REICH

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El 7 de mayo de 1945, con la caída del Tercer Reich, se ponía fin a la Segunda Guerra mundial. Oficialmente, atrás quedaban casi seis años de devastación que asolaron Europa. Pero para la población civil alemana, el sufrimiento no terminaba ah. En tanto culpable, Alemania debía ser castigada. Más de tres millones de alemanes murieron innecesariamente tras el anuncio oficial del final de la guerra. 

Un millón de soldados murió antes de poder regresar a las ruinas de lo que fueran sus hogares. Dos millones de civiles alemanes fueron víctimas de enfermedades, frío, hambre, suicidios o asesinatos en masa. 

En los Sudetes, 250.000 alemanes fueron masacrados por compatriotas checos y hechos similares tuvieron lugar en Polonia, Silesia y el Este de Prusia. En su ocupación de Alemania, a los Aliados no les tembló el pulso a la hora de aplicar los mismos métodos de represión nazis. 

Así, se sucedieron oleadas de pillaje y expolio de las ciudades ocupadas, violaciones masivas, se reutilizaron los campos de concentración y exterminio, se expulsó a más de 16.500.000 de civiles de sus hogares o apenas se repartieron alimentos entre una población famélica... Como preguntó Patton a uno de sus ayudas al descubrir el horror de Buchenwald: '¿Aún le cuesta odiarles?'. 

Después del Reich pone al descubierto las verdades incómodas de las decisiones políticas que ampararon el horror de una posguerra cruel y vengativa, y desvela por vez primera los testimonios de un período funesto de la historia de Europa, desde la inmediata posguerra hasta la Conferencia de Postdam y los procesos de Nuremberg, en el que que ni los Aliados ni los alemanes han querido ahondar, los unos por miedo a desvelar las innumerables infamias cometidas y los otros por temor a ser acusados de victimismo.

LA OTRA MITAD DE MÍ

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La otra mitad de mí: la no vida bajo las garras de Menguele y cómo se puede sobrevivir a éso en la mirada y el testimonio de dos hermanas gemelas imaginadas por Affinity Konar, la autora de esta novela en la que Joan Tarrida, director de Galaxia Gutenberg, encuentra “una voz narrativa diferente” para intentar “algo muy difícil de tratar, explicar lo que fue ese mundo”, indica Tarrida.

Atendiendo a la prevención que suscita tratar de ficción en Auschwitz, en los campos, Tarrida nos señala los valores de esta novela en la que encontramos personajes como la valiente Bruna, el audaz Peter, el entrañable Feliks, El padre de los gemelos y la doctora Miri -al cuidado ambos de las víctimas de Menguele- o las propias protagonistas Pearl y Stasha sobrevivientes todos a duras penas de haber sobrevivido.

“En 1944, Pearl y Stasha Zagorski, dos hermanas gemelas de 12 años, son enviadas a Auschwitz junto a su madre y su abuelo. Nada más llegar, Josef Mengele las selecciona para formar parte de sus experimentos genéticos. Ese invierno, en un concierto organizado por Mengele, Pearl desaparece. Stasha llora la pérdida de su hermana gemela pero se aferra a la posibilidad de que Pearl siga con vida.

Cuando el Ejército Rojo libera Auschwitz, Stasha y su compañero Feliks -un niño empeñado en la venganza de su propio gemelo perdido- viajan a través de la Polonia devastada del fin de la guerra. Sin dejarse intimidar por el caos a su alrededor, motivados por igual por el peligro y la esperanza, ambos niños se proponen algo aparentemente inalcanzable: capturar a Mengele y llevarlo ante la justicia”.

LA REINA CRISTINA DE SUECIA

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La reina Cristina de Suecia, una de las figuras más fascinantes y provocadoras de la historia europea, protagoniza la magistral novela póstuma del Premio Nobel italiano. Culta y rebelde, impredecible y valerosa, Cristina de Suecia fue una reina irrepetible. 

Nacida en una Europa asolada por la guerra de los Treinta Años, se vio enfrentada a trascendentales cuestiones religiosas, de poder y de género, demostrando ser una de las figuras clave de su tiempo. Educada por su padre para soportar el peso y las responsabilidades de la corona, Cristina optó por asumir actitudes y ropas de varón, pero amaría por encima de todo a las mujeres. 

Se rodeó de filósofos y escritores, desde Descartes hasta Molière, y tras abandonar el trono se trasladó a Roma, donde se convertiría al catolicismo e impulsaría decisivamente el panorama artístico italiano. 

Como ya hiciera en la imprescindible Lucrecia Borgia, la hija del Papa, Dario Fo concentra su siempre original mirada sobre otro excepcional y controvertido personaje femenino. 

Examinando crónicas de época, observando los cuadros que la retratan y, sobre todo, otorgándole una poderosa voz propia, el nobel italiano revive en toda su singularidad a una figura que tiene mucho que decir al mundo de hoy.

LA REVOLUCIÓN RUSA (1891-1924)

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Durante mucho tiempo se ha escrito una historia de la Revolución Rusa muy combativa e ideologizada, con historiadores que escribían desde las trincheras, y muy focalizada en el año 1917, con las dos revoluciones de Febrero y Octubre. Durante mucho tiempo, también, se ha tendido a ver los hechos casi con la óptica de Eisenstein: cuando recordamos la rebelión del acorazado Potemkin nos viene a la memoria las imágenes de un cochecito infantil cayendo por unas escaleras, o al rememorar la toma del Palacio de Invierno de San Petersburgo se nos aparecen en nuestra cabeza fotogramas del docudrama Octubre. 

Y, sin embargo, los hechos que rodean Octubre, antes y después, apenas se han tratado a fondo: en no pocas ocasiones simplemente han sido un prólogo o un epílogo al cañoneo del buque Aurora desde las aguas del río Neva, a la huída de Kérensky y a la toma del poder de los bolcheviques.

Tras la caída del régimen soviético en 1991 se abrieron al público numerosos archivos hasta entonces inéditos, y se empezaron a publicar nuevas monografías sobre los hechos de 1917, la guerra civil de 1918-1921, el legado de Lenin (por no hablar de su propia figura), la NEP, las luchas por la sucesión y, así, la dictadura estalinista, las “reformas” de Jruschov, etc. Entre las publicaciones que, además, aprovecharon el estudio de de la prensa de la época, los diarios y las memorias personales, la correspondencia oficial y privada, destaca con luz propia el libro de Orlando Figes, La Revolución Rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo (Edhasa, 2000).

Publicado en 1996, este voluminoso volumen (casi 900 páginas de texto) se estructura en cuatro partes:

Rusia bajo en antiguo régimen: un excelente estudio previo en el que analizan la dinastía Romanov, los pilares (inestables) del régimen – la burocracia, el ejército, la religión, el imperio zarista -, se ofrece un panorama a un régimen que no puede competir económicamente con las principales potencias mundiales y se retrata cómo Rusia encajó la llegada del socialismo y del legado de Marx en la segunda mitad del siglo XIX.

La crisis de la autoridad (1891-1917): desde las hambrunas de 1891 y las primeras exigencias de reformas en el gigante con pies de barro zarista, la revolución de 1905 y la creación de la Duma – que a trancas y barrancas duró hasta 1914 -; pasando por el gobierno de Piotr Stolypin (1906-1911), un esfuerzo tímido y carente de voluntad plenamente reformadora, y llegando a la Primer Guerra Mundial, pésimamente encauzada por el gobierno, en el que las semillas de la revolución estaban latentes, y que provocó, en gran medida, la caída del régimen y la dinastía de los Romanov.
Rusia bajo la revolución (febrero de 1917-marzo de 1918): la parte central del libro, en la que se describe la caída del zar en febrero y marzo de 1917, la constitución del Gobierno provisional – primero al frente del príncipe Lvov y después con Alexander Kérensky – y sus crisis, las luchas internas entre los diversos frentes revolucionarios, el papel minoritario en número pero preponderante en fuerza de los bolcheviques, la toma del poder por parte de éstos (mitificada en gran parte) y la creación del primer régimen soviético.

La guerra civil y la formación del sistema soviético (1891-1924): Figes retrata los diversos frentes de la guerra civil y por qué los blancos, en un principio superiores en número y armamento a los rojos, perdieron el conflicto; el comunismo de guerra y cómo afecto al campo y a la ciudad rusos; el afianzamiento de los bolcheviques en el poder y la destrucción violenta de todo rastro de oposición; Lenin y la NEP, así como la agonía del líder bolchevique, las disputas internas y la llegada de Stalin al poder para cuando el primero muere en enero de 1924.

El libro, tras la primera parte, que asienta las bases para entender la fragilidad del régimen zarista, empieza propiamente en 1891: las hambrunas de este año pusieron en la palestra las debilidades del gobierno de los Romanov y, aunque sofocadas las primeras revueltas, fueron la luz que siguieron los revolucionarios de 1905 y 1917. La obra de Figes acaba con la muerte de Lenin en 1924 y el final de la Revolución en sí: el autor considera que “la revolución había trazado un círculo completo y las instituciones básicas, si es que no todas las prácticas, del régimen estalinista ya existían” (p. 15). En estos apenas 33 años Rusia ganó poco, más bien nada, su pueblo sufrió lo indecible: las cifras de muertos por las revoluciones de 1917, la guerra civil, el terror, las hambrunas y las epidemias rondaron alrededor de los 10 millones de muertos, sin contar las emigraciones y exilios (2 millones) y los efectos demográficos en la tasa de natalidad de los años posteriores. “La tragedia de un pueblo” no sólo fue numérica: también lo fue en las mentalidades y en las esperanzas truncadas apenas un lustro después de la caída del aborrecido régimen zarista. Un régimen que no causó tantas muertes y sufrimiento como el que rojos, blancos, verdes y negros provocaron desde Febrero de 1917.

Figes escribe un libro que impresiona por el tamaño y por la documentación manejada para su escritura. Escribe con amenidad, con rigor, sin apasionamientos ni desde la trinchera. Estremecen algunos relatos de personas del pueblo llano, de cómo sufrieron las hambrunas de 1891, el horror de la Primera Guerra Mundial, las esperanzas ahogadas de Febrero de 1917, la catastrófica guerra civil, el hambre y la desolación. Realmente se trata de un libro, en este sentido, que permanecerá entre lo más aproximado a “el libro definitivo” que se conoce sobre la Revolución Rusa.

Entre lo más acertado del libro están los retratos sincrónicos y continuos de una serie de personajes: el príncipe Grigorii Lvov, un reformista de optimismo inquebrantable (incluso en los peores momentos), que fue la persona idónea para presidir el Gobierno provisional en marzo de 1917, pero que no pudo o supo encauzar los frentes abiertos por constitucionalistas de derechas (cadetes), los social-revolucionarios (eseristas), los mencheviques y los bolcheviques; el general Alexei Brusilov, héroe durante la Primera Guerra Mundial, cada vez más decepcionado con el curso de la(s) Revolución(es) de 1917, y que, aunque acabaría colaborando con los bolcheviques durante la guerra civil, no pudo evitar sentir que se había desperdiciado una buena oportunidad para sacar a Rusia de su atraso; el escritor Maxim Gorky, crítico y defensor de la Revolución a partes iguales, una fuente de información muy valiosa para el período tratado; el activista campesino Serguey Semyonov, cuya sola vida ya serviría para escribir una novela; el campesino, obrero y después comisario político Dimitry Os’Kin, testigo de los hechos que sucedieron en San Petersburgo y en el Ejército Rojo desde 1918; y, cómo no, las vidas a retazos de Lenin, Trotsky, Kérensky o el propio zar Nicolás II: el retrato de este último sorprenderá a no pocos lectores, acostumbrados a la imagen de un zar indolente y abúlico, pero no celoso defensor de la autocracia y que sufrió más para permitir la Duma de 1906 que no para firmar su abdicación en 1917.

En definitiva, nos encontramos con un libro magistral, uno de los mejores ensayos publicados en la última década. La historiografía sobre las Revoluciones Rusas tiene en la obra de Figes un hito difícil se superar (y ya ha transcurrido más de una década desde su publicación), y al mismo tiempo una puerta abierta a otros estudios sobre el período en concreto, la década de 1920, la dictadura estalinista desde mediados de los años 30 y hasta la muerte de Stalin en 1953, y el papel jugado por la URSS en la Gran Guerra Patriótica (1941-1945).

LA PRINCESA AZTECA

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Narra la historia de amor entre Hernán Cortés y la esclava indígena Malinalli (más conocida como Malinche). La joven ve en Cortés como un poderoso dios que salvará a su pueblo del dominio azteca. Por eso, su ayuda, como aliada e intérprete, será crucial para derrocar a Moctezuma y la conquista total del territorio por parte de los españoles. 

En 1519, una expedición encabezada por Hernán Cortés aborda la costa mexicana. Aunque la misión inicial se limita a establecer relaciones comerciales, para el ambicioso Cortés el objetivo está claro: se trata de conseguir poder y dinero, y con férrea voluntad azuza a sus hombres a una lucha aparentemente suicida contra los indígenas. 

Entonces aparece Malinalli, una esclava que se convertirá en aliada, intérprete y amante de Cortés, pues está convencida de que el español es un dios llegado para salvar a su pueblo de la tiranía azteca. El reducido ejército español consigue llegar a la puertas de la capital, Tenochtitlan, donde los recibe Moctezuma. 

La ayuda de Malinalli será crucial para que un puñado de guerreros españoles inicien la conquista del orgulloso imperio azteca, pues algo tiene la bella esclava en común con los españoles: su deseo de acabar con el poder del soberano azteca, cueste lo que cueste.

HIJOS DE NAZIS

Publicado por Lucky en 12:34 0 comentarios
Hasta 1945, sus padres eran héroes nacionales. Después de la derrota alemana, se descubrió que en realidad eran verdugos

Los hijos de Himmler, Göring, Hess, Frank, Bormann, Hoess, Speer y Mengele vivieron la época de la Segunda Guerra Mundial rodeados de privilegios, bajo la protección de padres todopoderosos. 

El desenlace de la guerra significó para ellos un desastre. Desconocían los crímenes de sus padres, pero años más tarde descubrieron sus gravísimas responsabilidades.

Hijos de nazis narra la trayectoria cotidiana de los hijos de los altos dignatarios que realizaban un trabajo de aniquilación y exterminio antes regresar con sus familias, a veces, instaladas junto a los propios campos de concentración. 

¿Qué relación mantuvieron esos hijos con sus padres? 

¿Cómo vivieron con un apellido que es sinónimo del horror? 

¿Cuánta responsabilidad por esos crímenes se transmitió a la descendencia?

Un libro fascinante, traducido a siete idiomas, que indaga en historias familiares a la vez únicas y siniestras.
 

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