Estamos ante un libro que expone los resultados de una investigación detallada, cuidadosa, paciente y muy amplia, sobre las cosas políticas de una parte considerable del México del siglo XX; esto se hace a través de la figura de José Revueltas, sin duda uno de los intelectuales más importantes del país. No se trata, entonces, de una biografía de Revueltas ni de una “biografía del poder”, a la manera de Krauze –aunque en este caso sería una “biografía del contra-poder” (que está aún por escribirse)–, sino de una utilización, metodológicamente válida, de un personaje público descollante y, por ello, con la peculiaridad de alcanzar el estatuto semiológico de figura; esto es, de ser una condensación personificada de toda una época y, particularmente, de los ires y venires de eso que llamamos la izquierda. En la teoría isabelina de los dos cuerpos del rey se argumenta jurídicamente acerca de que la potestad soberana tiene dos corporeidades: una, la ordinaria, cotidiana, terrenal, materializada en la carne y los huesos, los nervios y las venas, la sangre y las funciones biológicas del organismo; la otra, la mística, la trascendental, la intangible pero sensible y perceptible, es la que forma un complejo emblemático relacional entre el pueblo y el gobernante; ésta se condensa, sin embargo, en la figura abstracta, es decir, en el molde, que ocupa la persona corporal del monarca. Esa figura abstracta es en el caso del libro de Arturo Anguiano, la persona finita cotidiana y concreta de José Revueltas que nació en Durango el 20 de noviembre de 1914, fecha emblemática si las hay: parecía que estaba llamado a ser un revolucionario. Y lo fue, pero no de la Revolución Mexicana de 1910, sino de la futura, que no fue. Para Arturo Anguiano, y de ahí el título, fue un rebelde melancólico. ¿Se puede sentir melancolía del futuro? Parece un contrasentido, pero la clave para captar este giro lo da el propio Revueltas en un epígrafe citado por Anguiano en la página 257: “Así pues, en tanto existe retroceptivamente una historia no hecha, esa misma historia existe prospectivamente: la historia no hecha del futuro, nuestra memoria que quiere ser. Somos, de este modo, y nada más, memoria, memoria por hacerse, presente desgarrado”. Parece sólo un giro literario, pero es más bien filosófico; en efecto, tres tiempos simultáneos vivimos los humanos: el cronológico, el de todos los días, el que nos hace viejos; el lógico, donde somos contemporáneos de Sócrates y Platón, Aristóteles y Tomás de Aquino, Maquiavelo y Hobbes, Hegel y Marx, en fin: Madero y Zapata. Ése es el tiempo de la infinitud, de las categorías y los conceptos; el otro es el tiempo psicológico, muy complicado porque se entromete en nuestras pulsiones y pasiones actuales, y nos hace retrotraer continuamente a la infancia y a etapas y procesos superados, claro está, pero también a aquellos más obscuros e insuficientemente tramitados de la vida anterior. Pero el tiempo del que se puede sentir nostalgia del pasado es, en realidad, la proyección hacia el futuro de un pasado que habría sido pero que no fue. En efecto, se trata de la utopía o quizá de la ucronía que se traduce en la postulación de un ideal regulativo, y sólo eso, para guiar un programa político realista. Y al parecer eso hace Arturo Anguiano con la vinculación entre Revueltas y el neo-zapatismo, pues la “dignidad rebelde” y la “digna rabia” no nacen de la nada: “… no son sino los nuevos zapatistas del EZLN quienes recogen la estafeta de manos de José Revueltas y convocan –en un medio turbio, desencantado y cínico- a ejercer y asumir el pensamiento crítico, precisamente frente a lo que ellos avizoran como una catástrofe inminente a causa de la irracionalidad del capitalismo neoliberal, de lo que llaman la hidra capitalista” (p. 268).
Y en efecto, eso hace que el pensamiento de Revueltas sea tremendamente actual:
Más que un mito, como algunos pretenden, Revueltas resulta un ejemplo a seguir por su rebeldía sin resquicios, su lucha incansable por la libertad y la democracia verdaderas, su lúcida y rabiosa conciencia crítica, su impugnación de la opresión, la explotación y la enajenación cualquiera sea su signo. Toda su lucha, su vida entera, la fuerza motriz, el motor, que lo impulsa, la brújula que lo orienta, es la emancipación; buscarla, asediarla, perseguirla, aunque se presentara bajo la forma de utopía. Una emancipación que en términos de Marx iba más allá de la emancipación de la clase obrera –por la cual luchó y realizó su trabajo crítico militante-, que solamente se puede alcanzar cabalmente por medio de la propia negación en la insoslayable emancipación humana, única perspectiva de desenajenación de la humanidad. Revueltas es un verdadero teórico de la emancipación. Tal vez pueda ser considerado un rebelde trágico o melancólico, pero su perseverancia crítica y su consecuencia práctica son incuestionables.
(p. 269)
Para llegar a este cierre, Arturo Anguiano nos ha hecho viajar por la historia política mexicana a partir de la Revolución y el régimen político surgido de ella. Y es que José Revueltas desde muy joven milita y toma una postura típicamente comunista; padece persecución, censura y cárcel; es testigo de los vaivenes del Partido Comunista Mexicano en su acercamiento y alejamiento, según los intereses de la URSS, respecto de los gobiernos emanados de la Revolución Mexicana. La obsesión de José Revueltas fue la construcción del partido político de la clase obrera, del proletariado, al cual, como se sabe, le faltaba de cabeza, su propia cabeza.
Los movimientos de los trabajadores de 1957-58 y especialmente el movimiento estudiantil de 1968 son estudiados a través de la postura adoptada por Revueltas, quien se constituyó en una figura emblemática de la voz rebelde juvenil apagada en Tlatelolco.
Arturo Anguiano nos sitúa en la posición de comprender ese pasado mexicano a través de uno de sus intelectuales en su sentido clásico y hasta gramsciano del término. Es un libro indispensable.