viernes, 16 de marzo de 2018

LAS ROSAS DE STALIN

Publicado por Lucky en 11:18 0 comentarios
«Mi nombre es Svetlana Allilúyeva. Nací el 28 de febrero de 1926. Mi padre murió en 1953. Se llamaba Yósif Stalin».

En su última novela, Las rosas de Stalin, Monika Zgustova sigue los pasos de Svetlana Allilúyeva, la única hija de Stalin, que, en determinado momento de su vida, harta del control y la falta de libertad, se exilió a Estados Unidos y se convirtió en un símbolo del triunfo del capitalismo frente al comunismo en la época más dura de la Guerra Fría.

Svetlana Allilúyeva fue la hija única del dictador soviético. Y su destino pareció reunir las peores catástrofes. Su madre se suicidó cuando Svetlana tenía seis años, harta de la convivencia con su esposo. 

A los dieciséis Svetlana se enamoró de un cineasta judío, a quien su padre envió al gulag. Más tarde, en 1963, se enamoró de nuevo, en esta ocasión de un intelectual de izquierdas hindú, y cuando él murió Svetlana quiso llevar sus cenizas a la India. Una vez allí, solicitó asilo político a través de la embajada de Estados Unidos. 

Al llegar a Nueva York pensaba haber alcanzado por fin la libertad. Pero era el momento álgido de la guerra fría, y Svetlana se convirtió en uno de los principales objetivos para los servicios secretos norteamericanos y soviéticos. ¿Era una traidora al sueño comunista? 
¿O una espía enviada por Moscú bajo la apariencia de una mujer desquiciada? 
¿Cómo iba la CIA a dejar pasar un testimonio tan abrumador de denuncia del régimen soviético sin utilizarlo a su conveniencia? 

En vez de la libertad, Svetlana es sometida a nuevas formas de vigilancia. A pesar de todo, en Estados Unidos se hizo rica con su famoso libro «Veinte cartas a un amigo». Pero cada vez que lograba la estabilidad algo venía a perturbarla cuando no era ella misma. Su vida fue siempre una lucha para huir de la sombra de su padre y de los fantasmas del pasado hasta su muerte en 2011 en Wisconsin.

La historia de Svetlana Allilúyeva, única hija del dictador que buena parte de Rusia aún tiene por “un gran y admirable estadista”, es la historia de una mujer que, por encima de todo, ansió la libertad sin saber muy bien en qué consistía, y una vez la consiguió, trató de huir de ella, o, mejor, trató de ponerle límites, como si fuera algo que pudiese tenerse en pequeñas cantidades, o en la cantidad justa para ser feliz.

Svetlana perdió a su madre a los seis años, lidió con su padre, para quien nunca fue más que una niña torpe, hasta los 27, y cuando se enamoró, hizo pedazos la vida de sus amantes. A los 16, se enamoró de un cineasta judío y su padre lo envió a un gulag. A los 34, tuvo serios problemas para que la dejaran salir de Moscú cuando su cuarto marido, un intelectual hindú, enfermó y decidió que prefería morir en la India. Pese a todo, fue ella quien llevó sus cenizas al Ganges, y una vez en la India, pidió asilo político a través de la embajada de Estados Unidos. Lo consiguió gracias al manuscrito que había llevado oculto en un maletín, el de sus memorias. 


Instalarse en Estados Unidos la convirtió en una “traidora” a ojos de sus compatriotas, y en un símbolo de la victoria del capitalismo, una victoria, por lo tanto, sistémica, a ojos de los estadounidenses. No hay que olvidar que cuando Svetlana llegó a Nueva York era 1967. 
 

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