sábado, 24 de marzo de 2018

LOS NIÑOS DEL FÜHRER

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No son pocas las historias que se han publicado sobre el nazismo. Aún existen episodios aterradores de este régimen que no hemos terminado de explorar. 

Uno de ellos es la existencia del programa Lebensborn que consistió en obligar a mujeres noruegas a procrear niños con oficiales de las SS para mantener los estándares de la raza aria». 

Kari Rosvall, autora de este libro, fue una de los doce mil bebés que nacieron como resultado de este experimento pseudocientífico realizado con la anuencia de Adolf Hitler y sus más cercanos oficiales. 

Los niños del Führer es la historia de Rosvall quien, en su intento por recuperar su historia perdida, nos remonta a una época oscura y al mismo tiempo nos permite atestiguar la lucha de una generación por encontrar un sitio al quepudiera llamar hogar».

CATALINA DE ARAGÓN

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Cuando Enrique VIII supo de la muerte de su esposa, se vistió de amarillo de arriba a abajo, con una pluma blanca en el gorro, dio un baile en Greenwich y mostró a su hija Isabel diciendo: «Sea alabado Dios, ahora que la vieja bruja ha muerto ya no hay temor de que haya guerra»

Catalina de Aragón murió a principios de 1536 en la prisión dorada a la que le condenó su marido Enrique VIII. Al embalsamarla su médico se encontró todos los órganos sanos excepto el corazón, que estaba ennegrecido y presentaba un aspecto horrendo, con la adherencia de un tumor negro. Ni siquiera hoy se puede saber si la Reina española de Inglaterra fue víctima de un envenenamiento o de algún tipo de cáncer muy agresivo. Lo único claro como el agua es que su marido deseaba como nadie que desapareciera del mapa. Los dedos acusatorios también apuntaban a Ana Bolena, la nueva esposa del Rey, que llegó a afirmar: «Yo soy su muerte y ella es la mía». Y sí, Bolena sobreviviría muy poco a la muerte de Catalina.

De princesa viuda a Reina amada
Nacida en el Palacio arzobispal de Alcalá de Henares, el 15 de diciembre de 1485, donde también lo hizo Fernando de Habsburgo, otro ilustre madrileño con proyección en el extranjero, Catalina de Aragón fue la última de las hijas de los Reyes Católicos y posiblemente la que más se parecía a su madre Isabel «la Católica». La joven, de ojos azules, cara redonda y tez pálida, fue prometida en matrimonio a los cuatro años con el Príncipe de Gales Arturo, primogénito de Enrique VII de Inglaterra, por el Tratado de Medina del Campo. La decisión de los Reyes Católicos obedecía a una estrategia matrimonial para forjar una red de alianzas contra el Reino de Francia. Así, dos de los hijos de los Monarcas contrajeron matrimonio con los hijos de Maximiliano, Emperador del Sacro Imperio Romano; dos hijas entroncaron con la familia real portuguesa, y la más pequeña con el heredero a la Corona inglesa.

La adolescente Catalina causó una grata impresión a su llegada a Inglaterra. El 14 de noviembre de 1501, Catalina se desposó con Arturo en la catedral de San Pablo de Londres, pero el matrimonio duró tan solo un año. Los dos miembros de la pareja enfermaron de forma grave –posiblemente de sudor inglés (una extraña enfermedad local cuyo síntoma principal era una sudoración severa)– causando la muerte del Príncipe. En los siguientes años, la situación de la joven fue muy precaria, puesto que no tenía quien sustentara su pequeño séquito y su papel en Inglaterra quedó reducido al de viuda y diplomática al servicio de la Monarquía hispánica.

Con la intención de mantener la alianza con España, y dado que todavía se adeudaba parte de la dote del anterior matrimonio, Enrique VII tomó la decisión de casar a la madrileña con su otro hijo, Enrique VIII. El Príncipe quedó prendido al instante de la belleza de la hija de los Reyes Católicos, que, además, «poseía unas cualidades intelectuales con las que pocas reinas podrían rivalizar», en palabras de los cronistas. Erasmo de Rotterdam y Luis Vives no escatimaron en elogios hacia la hija de los Reyes Católicos y su «milagro de educación femenina». No obstante, el matrimonio con el hermano de Arturo dependía de la concesión de una dispensa papal porque el derecho canónico prohibía que un hombre se casara con la viuda de su hermano.

Se argumentó que el matrimonio anterior no era válido al no haber sido consumado. Catalina siempre defendió su virtud y la incapacidad sexual del enfermizo Arturo durante el breve tiempo que estuvieron casados.

La «mala perra» que cambió la Historia
A la muerte de Enrique VII en 1509, su hijo Enrique VIII fue coronado Rey y dos meses después se casó con Catalina en una ceremonia privada en la Iglesia de Greenwich. Pese a la buena sintonía inicial, la sucesión de embarazos fallidos, seis bebés de los que solo la futura María I alcanzó la mayoría de edad, enturbió la convivencia entre el Rey y la Reina. Algunos estudios modernos han especulado con la posibilidad de que Enrique le contagiara la sífilis a su esposa. Esto habría derivado en sus fallidos embarazos y encendido, a su vez, la impaciencia del Rey, que en materia política encontró en ella a la mejor socia.

Catalina supo estar a la altura en los asuntos de Estado. En 1513, su marino la nombró regente del reino en lo que él viajaba a luchar junto a España y el Sacro Imperio contra Francia. La Reina tuvo que lidiar con una incursión escocesa en Inglaterra, que desembocó en la batalla de Flodden Field. Se dice, entre el mito y la realidad, que Catalina acudió embarazada y equipada con armadura a dar una arenga a las tropas antes de la contienda.

Lejos de agradecerle sus servicios, Enrique volvió a casa hecho un basilisco y maldiciendo a Fernando «El Católico» por retirarse de la guerra. El Rey, sensible e inteligente para otras cosas, exhibía un carácter impulsivo y colérico que fue empeorando con los años. Por esas fechas se planteó por primera vez el divorcio de Catalina.

La falta de un hijo varón y la aparición de esta mujer extremadamente ambiciosa empujaron al Rey a iniciar un proceso que cambió la historia de Inglaterra. Tampoco ayudó el ánimo mujeriego del Monarca. A partir de 1517, Enrique comenzó un romance con Elizabeth Blount, una de las damas de la Reina. Al bastardo resultante de esta aventura, Enrique Fitzray, le reconoció como hijo suyo y le colmó con varios títulos. Ante tal humillación, Catalina reaccionó sin levantar la voz y con la dignidad regia que tan querida le hizo en Inglaterra, incluso por encima del Rey. Su personalidad le había granjeado las simpatías de los grandes nobles, clérigos e intelectuales del reino. Pero aquello no le bastó para sobrellevar los desprecios de su marido. Entre las muchas relaciones extramatrimoniales de Enrique, una de ellas marcó un punto de inflexión: la que mantuvo con Ana Bolena, una seductora y ambiciosa dama de la Corte que provocó un cisma, literalmente.

La falta de un hijo varón y la aparición de esta mujer extremadamente ambiciosa empujaron al Rey a iniciar un proceso que cambió la historia de Inglaterra. Enrique VIII propuso al Papa una anulación matrimonial basándose en que se había casado con la mujer de su hermano. El Papa Clemente VII, a sabiendas de que aquella no era una razón posible desde el momento en que una dispensa anterior había certificado que el matrimonio con Arturo no era válido (no se había consumado), sugirió a través de su enviado el cardenal Campeggio que la madrileña podría retirarse simplemente a un convento, dejando vía libre a un nuevo matrimonio del Rey. Sin embargo, el obstinado carácter de la Reina, que se negaba a que su hija María fuera declarada bastarda, impidió encontrar una solución que agradara a ambas partes.

El pueblo inglés adoraba a su Reina y parte de la nobleza estaba a su favor, pero fue la intervención del todopoderoso sobrino de Catalina, Carlos I de España, la que complicó realmente la disputa. Pese a las amenazas de Enrique VIII hacia Roma, Clemente VII temía todavía más las de Carlos I, quien había saqueado la ciudad en 1527, y prohibió que Enrique se volviera a casar antes de haberse tomado una decisión. Anticipado el desenlace, Enrique VIII tomó una resolución radical: rompió con la Iglesia Católica y se hizo proclamar «jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra».

En 1533, el Arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, declaró nulo el matrimonio del Rey con Catalina y el soberano se casó con Ana Bolena, a la que el pueblo denominaba «la mala perra».

Enrique privó a Catalina del derecho a cualquier título salvo al de «Princesa Viuda de Gales», en reconocimiento de su estatus como la viuda de su hermano Arturo, y la desterró al castillo del More en el invierno de 1531. Años después, fue trasladada al castillo de Kimbolton, donde se le prohibió comunicarse de forma escrita y sus movimientos quedaron todavía más limitados. Acosada por dolores y náuseas en los últimos meses de su vida, vivió alejada de su hija y angustiada porque no tenía ni cómo pagar a sus criados de confianza. Con gran dolor fue vendiendo todas sus joyas, incluso las que le regalaron sus padres.

La tristeza le carcomía por dentró, así como una dolencia para la que los estudios modernos no han dado una respuesta. «En nuestra última conversación», recordaría el embajador imperial en Inglaterra Chapuys, «la vi sonreír dos o tres veces y cuando la dejé deseaba que la divirtiera una de mis gentes [un bufón]»

«La vieja bruja ha muerto»
El 7 de enero de 1536, antes de morir a causa probablemente de algún tipo de cáncer, Catalina de Aragón escribió una carta a su sobrino Carlos I pidiéndole que protegiera a su hija, la cual fue esposada posteriormente con Felipe II, y otra dirigida a su terrible esposo:

«Ahora que se aproxima la hora de mi muerte, el tierno amor que os debo me obliga, hallándome en tal estado, a encomendarme a vos y a recordaros con unas pocas palabras la salud y la salvación de vuestra alma...».

Después de perdonarlo, terminaba con unas palabras conmovedoras hacia Enrique: «Finalmente, hago este juramento: que mis ojos os desean por encima de todas las cosas. Adiós».

El color negro de su corazón, indicio de que sufrió algún tipo de cáncer, propagó por Inglaterra el rumor de que había sido envenenada por orden del Rey. Durante mucho tiempo, la Reina había tenido la precaución de comer solamente alimentos preparados en su propia habitación, lo que demuestra que temía que el Monarca quisiera sacarle de la ecuación a la fuerza. Y desde luego Enrique no trató de disimular su alegría. Cuando supo de la muerte de su esposa, se vistió de amarillo de arriba a abajo, con una pluma blanca en el gorro, dio un baile en Greenwich y mostró a su hija Isabel (hija de Bolena) diciendo: «Sea alabado Dios, ahora que la vieja bruja ha muerto ya no hay temor de que haya guerra».

Catalina de Aragón fue enterrada en la abadía de Peterborough con un ceremonial propio de una princesa viuda y no de una Reina consorte de Inglaterra. Aparte de que no se permitió a la Princesa María participar en el cortejo fúnebre, cuyos caminos abarrotó el pueblo inglés. Como explica Garret Mattingly en «Catalina de Aragón» (Palabra), en su capilla fúnebre ardieron mil cirios y se rezaron en la catedral más de 300. Asistiendo a los funerales que se sucedieron en las poblaciones cercanas alrededor de 800 personas.

No en vano, el catafalco fúnebre y paño negro que cubrían el lugar fueron destruidos en 1643 por los soldados de Oliver Cromwell. Hoy, en la tumba nunca faltan flores frescas y el Ayuntamiento de la localidad organiza anualmente un acto de conmemorativo en honor a la Reina. Catalina quedó en la memoria colectiva inglesa como una defensora de los católicos, que iban a vivir a partir del reinado de Isabel I una auténtica travesía a través del desierto.

No se permitió a la Princesa María participar en el cortejo fúnebre, cuyos caminos abarrotó el pueblo inglés. Coincidiendo con la muerte de Catalina, Ana Bolena sufrió un aborto de un hijo varón. La joven, que ya había dado a luz a la futura Reina Isabel I, solo sobrevivió cuatro meses a su antecesora Catalina. Fue decapitada en la Torre de Londres el 19 de mayo 1536 acusada falsamente de emplear la brujería para seducir a su esposo, de tener relaciones adúlteras con cinco hombres, de incesto con su hermano, de injuriar al Rey y de conspirar para asesinarlo.

Posteriormente, Enrique VIII contrajo otros cuatro matrimonios más: repudió a su cuarta esposa y también decapitó a la quinta. La tercera esposa, Jane Seymour, dio a luz a su único hijo varón, el Príncipe Eduardo. Así y todo, la prematura muerte de Eduardo VI de Inglaterra, a los 15 años de edad, por una tuberculosis, forzó que la Corona pasara sucesivamente a las otras hijas del Rey: María, hija de Catalina de Aragón, e Isabel, hija de Ana Bolena. La figura de la española quedó parcialmente rehabilitada con el ascenso al trono de la hija por la que tanto había luchado.

LAS LÁGRIMAS DE JULIO CÉSAR

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Las lágrimas de Julio César nos traslada a Roma durante el período de la República, cuando Julio César está comenzando su ascenso al poder. Recién nombrado cuestor de Hispania, conoce a Arsinoe, sibila de Gades, quien le augura un gran futuro en la capital del mundo. Sin embargo, al mismo tiempo que comienza el ascenso de Julio César en Roma, también Arsinoe asienta su posición como sibila de Gades. Pero convertirse en el hombre más poderoso de Roma tiene un alto coste, y aquellos que han perdido su influencia en la República no están dispuestos a renunciar al poder que proporciona gobernar el centro del mundo.

Jesús Maeso de la Torre consigue trasladar a los lectores a una Roma convulsa, sacudida por continuas guerras, con unos mandatarios corruptos que solo piensan en enriquecerse a costa de ahogar con impuestos a los ciudadanos. Conocemos a Julio César cuando este se encuentra en la treintena, una edad tardía para los logros que ha conseguido, pues no ha logrado más que ser nombrado cuestor de Hispania, no cuenta en su haber con grandes hazañas bélicas ni grandes conquistas; sin embargo, Arsinoe, sibila de Gades, vaticina un futuro de grandezas para este general ambicioso y tremendamente inteligente que poco a poco consigue reunir a su alrededor un grupo de ciudadanos romanos que le brindan un apoyo incondicional. Poco a poco iremos conociendo la compleja personalidad de uno de los personajes más importantes de la historia, un hombre contradictorio capaz de emocionarse recordando a los familiares perdidos, para después urdir las mayores conspiraciones. Las lágrimas de Julio César es una de esas novelas históricas con una calidad suprema, que más allá del enorme trabajo de documentación realizado por el autor poseen una trama que te atrapan, que te sumergen en la historia y que no te dejan salir hasta el final, consiguiendo que tengas la sensación de que estás viviendo todo lo que ocurre junto a los personajes.

Escrita bajo un estilo directo, en Las lágrimas de Julio César Jesús Maeso de la Torre utiliza la figura de un narrador externo omnisciente, que se expresa en tercera persona, y que es el encargado de transmitir a los lectores toda la información que afecta a los personajes, tanto objetiva como subjetiva. Escrita siguiendo un hilo temporal lineal, tras los dos primeros capítulos se produce un salto temporal de siete años, a partir del cual comenzamos a seguir la vida de los protagonistas de la novela. 

Con unas descripciones maravillosas que nos permiten situarnos en cada uno de los escenarios que van apareciendo a lo largo de la novela y que Jesús Maeso de la Torre acompaña de unos diálogos muy bien resueltos donde los personajes se adueñan de todo el protagonismo, en Las lágrimas de Julio César se crean unas escenas llenas de visibilidad donde los lectores tenemos la sensación de estar dentro, de ser parte de ellas y de vivir junto a los personajes acontecimientos históricos trascendentales que han marcado el devenir de la humanidad. De forma magistral el autor va entremezclando acontecimientos históricos reales con la trama creada por él, creando para los lectores un escenario en el que ficción y realidad se fusionan de tal manera que es casi imposible distinguir donde comienza una y acaba otra.

En cuanto a los personajes, al igual que sucede con las tramas, Jesús Maeso de la Torre entremezcla personajes históricos reales con personajes de ficción de tal manera que parece que todos coexistieron en la realidad. El personaje de Julio César queda retratado a la perfección, con todos sus claroscuros, con todas sus contradicciones; el autor no pretende presentarnos a un hombre perfecto salvador de una ciudad que parece empeñada en aniquilarse a sí misma, si no a un hombre ambicioso que persigue un ideal pero que también quiere la gloria para sí mismo, preocupado por haber llegado a una edad tardía sin haber conocido el éxito, egocéntrico y en ocasiones taimado. El personaje de Arsinoe me ha parecido un descubrimiento, una gran desconocida que el autor pone en primera fila, una mujer acostumbrada a servir al pueblo, renunciando a su propia vida pese a ser tremendamente poderosa, y a quien conocemos como buena pero al mismo tiempo capaz de defender sus posiciones, inteligente y con mucha capacidad de reacción ante las adversidades. Creo que Las lágrimas de Julio Cesar es una novela en la que la figura femenina tiene una gran importancia, a pesar de no trasladar a la mujer a posiciones que no podía ocupar por el momento histórico en el que trascurre, pues además de Arsinoe, es muy importante el papel de Tamar, una joven que ha crecido junto a ella, o Clodia, una domina romana con capacidad para influir en los hombres más importantes de la República.

Las lágrimas de Julio César es una de esas novelas con las que viajas en el tiempo, con las que logras conocer a esos personajes que han logrado dejar su marca en la Historia y trascender el tiempo y el espacio. Jesús Maeso de la Torre nos permite encontrarnos cara a cara con Julio César y entender cuáles eran sus sueños, para él y para Roma, la ciudad que se convirtió en Imperio. 

LA VERDADERA HISTORIA DE LA MALINCHE

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Su nombre era Malinali, pero en 1519 fue bautizada como Marina. Su proeza todavía nos sigue asombrando. Entregada como esclava a Hernán Cortés, en cuestión de semanas se convirtió en su colaboradora más cercana.

Marina fue una mujer de inteligencia superior que poseía el don de las lenguas: aprendió el español y sirvió de traductora al conquistador. Además fue su consejera, la llave que le permitió abrir todas las puertas para llegar a la antigua capital de México y ser recibida por el Emperador Moctezuma. Hoy la conocemos como La Malinche, pero en realidad ese sobrenombre le pertenecía a Cortés. Los soldados españoles apodaban a Cortés Malinche, palabra derivada de Malintzin, que significaba el señor de Malinali.

En su deslumbrante novela, La verdadera historia de Malinche (México, Random House, 2009), Fanny del Río narra la gesta de Marina siguiendo de cerca los documentos históricos que existen sobre ella. La recreación que hace la autora del lenguaje de la época y de la manera de pensar de la protagonista es fascinante, resultado de una investigación profunda y, sobre todo, de una insólita compenetración con la mentalidad de la heroína.

Del Río nos ofrece una historia de la conquista de México que en nada se parece a la que hemos escuchado. Después de leer su libro ya no podemos entender nuestra historia de la misma manera. Del Río rompe con todas las dicotomías tradicionales con las que se ha interpretado la conquista. Por eso, quienes se aferren a esos viejos esquemas no serán capaces de apreciar su obra.

Marina fue una mujer de carne y hueso, sin embargo, con el paso del tiempo se ha convertido en una leyenda perturbadora. Por ejemplo, en El laberinto de la soledad, Octavio Paz ofreció una psicohistoria de México en la cual Marina es el símbolo odioso de la sumisión de los mexicanos al verdugo extranjero. En La verdadera historia de Malinche, Del Río nos ofrece una versión totalmente diferente, más fiel a los hechos y más adecuada a lo que deberían ser los ideales de los mexicanos.

La Marina que nos describe Del Río ayuda a Cortés por amor, no por obligación. Pero también lo hace por convicción propia. Marina no fue una traidora a su pueblo, por el contrario, ella quería liberarlo del yugo sanguinario de Moctezuma. Los cientos de miles de aliados indios de Cortés pensaban lo mismo. Los enemigos, para ellos, eran los aztecas no los españoles. Marina creía que de las ruinas del mundo antiguo se levantaría otro mejor. La Marina que nos describe Del Río adopta con fervor la religión católica e incluso participa en la conversión de miles de indios. Este dato, que puede resultar chocante a algunos jacobinos, es fundamental para entender la vida de Marina, y Del Río lo elabora de manera reveladora.

En esta novela se describe a Marina como una mujer que toma decisiones, que decide romper con las cadenas de su esclavitud, que hace lo que le dicta su conciencia. También es una mujer apasionada que sigue a su amante en las aventuras más extraordinarias, en las victorias y en las derrotas. Una mujer que está dispuesta a cambiar su forma de vida para construir lo que consideraba sería un mejor futuro para ella y sus compatriotas. En una época en la que las mujeres asumían un rol pasivo, Marina cruzó todas las fronteras, quebró todos los moldes.


Muchas mujeres latinoamericanas que viven fuera de su país, sobre todo en Estados Unidos, han tomado decisiones semejantes a las de Marina. Han tenido que aprender otro idioma y adoptar otras costumbres para poder liberarse de una situación de dominación y marginación. Mujeres valientes que seguramente encontrarán en la figura de Marina, tal y como está plasmada en este libro, un ejemplo de amor, voluntad y fortaleza.

LA MALDICIÓN DE SISSI

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Catalina de Habsburgo, heredera de uno de los linajes más antiguos e importantes de la historia de Europa, relata la vida de su antepasada en una novela histórica cargada de realismo. Una de las damas de compañía de la emperatriz escribe a su hermana, una monja recluida en un remoto monasterio del imperio, largas cartas en las que narra la vida más íntima y personal de Elisabeth de Baviera. 

Elisabeth de Baviera, conocida popularmente como la emperatriz Sissí, es uno de los personajes femeninos que más ha atraído al gran público. 

Quizás por la producción de películas excesivamente almibaradas y alejadas de la realidad o simplemente porque su carácter rebelde y un tanto desequilibrado ha suscitado muchos defensores y también muchos detractores. 

Pero lejos de la idílica imagen de la muchacha protagonista de un cuento de hadas viviendo en hermosos palacios y rodeada de grandes lujos, la vida de Sissí desde que llegó a la corte de Viena desde su Baviera natal no fue fácil en absoluto. A lo largo de la novela, la archiduquesa Catalina recupera los momentos más duros de la vida de la emperatriz, entre ellos la dura pérdida de algunos de sus hijos de manera prematura como la muerte en extrañas circunstancias del heredero Rodolfo o la distante relación en la que se terminó convirtiendo su matrimonio con el emperador Francisco José. 

Al relato le acompaña un amplio álbum fotográfico de la familia imperial que nos acerca aún más a la vida privada de una de las dinastías más determinante del viejo continente.

La novela de Catalina de Habsburgo no es un cuento de hadas en absoluto. Pero es una narración que, a pesar de la tristeza que traspiran sus páginas, consigue emocionar. Un libro que nos acerca de verdad a Sissí y borra de un plumazo la imagen idealizada que el cine quiso vender de ella. 

El hecho de que Catalina sea descendiente de la protagonista de su novela la hace más veraz, más cercana y por supuesto más entrañable. 

La maldición de Sissí es una novela preciosa, triste pero emotiva que nos acerca con suma delicadeza y rigor a uno de los personajes históricos más controvertidos de la realeza europea.

EL CÁLIZ

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Inglaterra, 28 de diciembre 1538. Joanna se esconde tras la lápida de un monje de Canterbury, agazapada para que no la encuentren antes de tiempo. Ella y otros siete compañeros se preparan para tomar represalias contra los enviados del rey Enrique VIII que tienen intención de profanar los restos de Tomás Beckett. 

Joanna recuerda la última vez que había estado en aquel lugar de peregrinación, diez años antes, acompañada por su madre para visitar a la hermana Elizabeth Barton. En aquel episodio de su vida, que siempre ha tratado de olvidar, fue testigo de la primera vez que pronunciaron la profecía que la atará de por vida a un destino que ella no desea. Ese recuerdo, contado con unas palabras tan determinadas, es el inicio de la nueva aventura de nuestra protagonista.

La disolución de los monasterios, todas las hermanas formando parte de la vida en la villa de Dartford y haciéndose un hueco en su anodina nueva existencia son lo siguiente que la autora nos muestra. Joanna, volviendo a tomar las riendas de su vida, intenta poner en marcha un nuevo plan: fundar un telar con sus compañeras del antiguo priorato. Continúa con la difícil labor de educar a Arthur Bulmer, siguiendo su vocación de religiosa y tratando de olvidar a Gardiner. Pero nada de eso será sencillo, para empezar volverán fortuitamente unos familiares, los Courtenay, que le harán una oferta de lo más atractiva. Ese será el primero de todos los acontecimientos a los que Joanna Stafford se verá arrastrada de las maneras menos esperadas y más sorprendentes.

Si hay algo que este libro depara al lector son sorpresas. Aunque en la novela anterior se pueda intuir un hilo conductor, aquí vemos un aluvión de situaciones a cada cual más trepidante que nos dejará con la boca abierta. Tampoco se quedan atrás las evoluciones de los personajes que ya conocimos, destacando Joanna entre ellos como la indiscutible protagonista y la que, por desgracia, lleva todo el peso de la narración y la trama. 

En este libro recuperamos a Edmund Sommerville, el antiguo fraile que fue un gran apoyo para Joanna y del que aprendimos mucho. Su papel en esta novela es completamente fundamental, igual de tierno y confiable que en la anterior entrega, pero también un firme defensor cuando lo requiere la situación. Aun así no puedo negar que mi preferido es Geoffrey Scovill, quien vuelve a sorprenderse con nuestra protagonista una y otra vez, a maravillarse con su arrojo y a apoyarla pese a que ella no se lo pida. 

LA CORONA

Publicado por Lucky en 10:31 0 comentarios
Nos encontramos en Inglaterra durante el año 1537 y el peso de la narración lo lleva Joanna Stafford, una joven novicia del Priorato de Dartford, que recibe una noticia que la conmociona: van a ejecutar a su prima Margaret. Nuestra protagonista, motivada por el aprecio que le tiene y por la resolución de que no puede dejarla morir sola, rompe el voto de clausura y viaja a Londres. Allí presencia la ejecución, pero todo se tuerce con la aparición de sir Richard Stafford, lo que acontece provoca que les prendan y les lleven a la Torre de Londres.

Lo primero que llama la atención en esta novela fue el hecho de que su protagonista fuera una joven novicia que desea profesar como monja dominica, cuando por su posición noble podría vivir con una familia desahogadamente, incluso podría haber servido a reyes. El personaje de Joanna se enfrentará desde el primer momento a desafíos que la obligarán a emplear todo su ingenio y cultura, que no son poco. Recibirá un encargo del arzobispo de Winchester muy poco común, ella debe encontrar una reliquia que supuestamente está escondida en el Priorato de Dartford desde hace mucho tiempo.

Esta búsqueda vertebrará toda la novela de una forma clave, Joanna deberá volver al priorato si acepta y trabajar como siempre ha hecho, mientras busca la corona de Athelstan. Su mente aguda e intrepidez harán que poco a poco vaya descubriendo la verdad que se oculta en los muros del edificio al que considera su hogar. También es importante tener en cuenta el peso que lleva sobre sus hombros por lo cerca que se ve el cierre de los monasterios, que podría detenerse si ella encuentra la poderosa reliquia.

Geoffrey Scovill es todo un caballero, es un personaje inteligente, arrojado y que se divierte por lo poco común que es Joanna, quien lo descoloca continuamente. Por otro lado, el hermano Edmund es tierno, un apoyo constante y directo, pero también tiene sus propios demonios que acabará compartiendo con la protagonista. 

Es maravillosa la ambientación de la época de los Tudor en la que nos sumerge la autora, toda la información histórica y los detalles ambientales son fundamentales para que todo encaje a la perfección. Siempre me ha llamado la atención este periodo de tiempo de la historia de Inglaterra y Nancy Bilyeau ha sabido convencerme con su prosa y documentación.


 

CRONICA DE UNA AMANTE DE LOS LIBROS Template by Ipietoon Blogger Template | Gift Idea