sábado, 9 de junio de 2018

LAS OLVIDADAS

Publicado por Lucky en 12:24 0 comentarios

Mujeres que se rebelaron contra el silencio

Siglo tras siglo, en las páginas más importantes de la historia universal, la obra de muchas mujeres ha quedado sepultada bajo el peso de la misoginia, la tradición patriarcal y también la ignorancia. Pero tanto en el arte como en la filosofía y en la literatura, un recorrido desde el siglo XI al XVII descubre nombres de mujeres como tesoros milenarios, raras gemas que con su belleza y valor completan el legado histórico que se forjó en estos siglos. Hildegarda de Bingen, quien hasta el año de su muerte, en 1179, fue conocida en las tierras de la actual Alemania por haber fundado el primer monasterio femenino, por sus conocimientos musicales y por sus brillantes tratados sobre el poder curativo de las plantas, considerados el origen de la moderna medicina natural. Cristina de Pisan, la primera escritora profesional de la historia, poeta, historiadora y tratadista. 

También en España existieron nombres acallados por el peso de la tradición machista: Luisa Roldán o Isabel de Villena se unen a los nombres de monarcas pioneras como Margarita de Navarra e Isabel la Católica. Las vidas de todas ellas, marcadas por las injurias y por el desprecio hacia su condición femenina, constituyen un testimonio único de la lenta evolución del pensamiento universal hacia el reconocimiento de las capacidades de la mujer, demostrando que a pesar de los límites de la religión, la política y las sociedades quisieron imponer.
  
"Os aseguro que alguien se acordará de nosotras en el futuro". Han tenido que pasar casi tres mil años para que esa frase de Safo a sus compañeras poetas se convierta en realidad. Entretanto, generaciones y generaciones de mujeres vivieron confinadas en el silencio, la ignorancia y la sumisión al poder masculino. 

Sin embargo, muchas escaparon a las normas y trataron de desarrollar su inteligencia y su talento, logrando comunicarse a través de sus propias obras. Mujeres creadoras y sabias, escritoras, artistas o compositoras que se rebelaron contra el orden imperante y tuvieron que vivir entre dudas, temores y persecuciones. 

Algunas llegaron a obtener el reconocimiento de sus contemporáneos, como Hildegarda de Bingen, consejera de papas y emperadores, Cristina de Pisan, cronista de la historia de Francia, Beatriz Galindo, preceptora de latín de Isabel la Católica, Sofonisba Anguissola, retratista en la corte de Felipe II, María de Zayas, novelista de éxito en el Siglo de Oro, Aphra Behn, dramaturga y espía en la Inglaterra de la Restauración o Luisa Ignacia Roldán, escultora de cámara de Carlos II y Felipe V. Pero la historia las borró de sus índices, postergándolas de nuevo en el silencio del que ellas habían intentado huir. 

Ángeles Caso rastrea la vida de todas esas creadoras, pone de relieve la permanente hostilidad hacia la cultura femenina en la que vivieron y construye así una genealogía de mujeres excepcionales que precedieron a lo largo de los siglos a las creadoras del mundo actual.

COSAS QUE ESCRIBÍ MIENTRAS SE ME ENFRIABA EL CAFÉ

Publicado por Lucky en 11:20 0 comentarios

Deberíamos preguntarnos por qué libros como este de Isaac Pachón (Badalona, 1978) no son publicados por una editorial comercial, mientras que otros que se leen con mucho menos gusto y facilidad sí lo son. No había tropezado con un libro autopublicado con una cubierta y un título tan llamativos. Tampoco con un contenido tan interesante. Da gusto poder decir: lectores, editores, agentes, lean a Pachón. Anímenle a escribir más, publíquenle en condiciones de llegar a muchos lectores.

Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café es un libro de relatos. De los 28 textos que lo conforman, sólo un par no alcanzan al magnífico nivel medio del conjunto. Hay media docena de estupenda factura. Mi favorito es “Bellini”, un juego de dobles que regala algunos giros sutiles nada manidos, y un final redondo. Le siguen, en mi orden de preferencias, “Cruda realidad”, “El piso de arriba” y el muy delicado “El préstamo”.

Lo que más me gusta de estos cuentos es su cotidianeidad y un gusto muy personal por lo pequeño: pequeñas anécdotas, sentimientos cargados de delicadeza, situaciones en que el eje de la acción es un guiño, un tic, un bostezo. Isaac Pachón narra lo diminuto que llena nuestras existencias, y consigue hacerlo relevante. Es un libro que se devora, y que deja al lector con ganas de más. Qué maravilla. 

TOCAR LOS LIBROS

Publicado por Lucky en 11:09 0 comentarios
Este pequeño libro de apenas 67 páginas habla de un hecho que tenemos en común la mayoría de lectores: no sólo la pasión por leer libros, sino por acumularlos. Todos tenemos en casa varios o quizás muchos libros por leer, y eso no nos impide seguir comprando nuevos. Además no importa que un libro no nos haya gustado o incluso que lo hayamos dejado a medias, somos incapaces de deshacernos de ellos.
Nos gusta contemplar las filas de libros de nuestra biblioteca personal, más o menos ordenados, acariciar sus lomos, notar el olor a papel y tinta, y ver como poco a poco aumenta. Y lo de menos es que sean libros comunes y corrientes, de los que puede tener cualquiera, nada de ediciones exclusivas. El hecho de que formen parte de nuestra biblioteca, que los hayamos elegido en vez de a los miles de ejemplares que podemos encontrar en cualquier librería, ya los hacen importantes.
Este afán de acumular termina tarde o temprano siendo un problema de espacio independientemente del tamaño de nuestra casa, y los escritores, en cuanto son a su vez lectores, también tienen que lidiar con él. Y de eso es de lo que nos habla Marchamalo, de las costumbres, usos y manías de los autores respecto a sus bibliotecas personales, que en realidad son las mismas que las de muchos de sus lectores.
Algunos optan por dejar que los libros campen a sus anchas por la casa, otros llevan un riguroso orden, algunos van añadiendo habitaciones a su casa para albergarlos e incluso hay quien se obliga a donar o abandonar sus libros en cuanto exceden un determinado número.
Tocar los libros también plantea el problema del sistema para ordenarlos: ¿qué es mejor: por orden alfabético, cronológico por fecha de publicación o de adquisición, por editorial, por tema?
Para saber cómo han intentando resolver estas cuestiones algunos de los más importantes escritores tendréis que añadir este libro a vuestra ya repleta biblioteca.
Y por último un consejo: este libro tiene una curiosa historia, que se explica al principio del mismo, y que le ha llevado a aparecer y desaparecer intermitente de las librerías, convirtiéndolo en una rareza, así que háganse de un ejemplar en cuanto puedan.

DONDE BROTAN LAS VIOLETAS

Publicado por Lucky en 11:01 0 comentarios
Esta novela nace de escuchar. 
De largas conversaciones con las personas que un día me regalaron sus recuerdos. 
Cogiendo retazos de aquí y de allá, he volcado en el papel los sentimientos y con ellos, como ingrediente principal, han ido naciendo los personajes que dan vida a esta historia. 
La autora. 

En un momento de incertidumbre en su vida, Elena empieza a trabajar en una residencia de ancianos. A partir de ese momento conocerá historias de mujeres y hombres marcados por los prejuicios y tabúes de la época que les tocó vivir. 
La misteriosa Celeste, cuyos ojos enigmáticos esconden un antiguo secreto. 
María, que vivió enamorada de un imposible. 
Anselmo, el niño que tenía tres madres. 
Manuela, la mujer que nunca reía. 
La ingenuidad de Paz y la valentía de Marga. 
El amor de Jenaro hacía su mujer de la que sólo conserva una foto sobre la cómoda. 

“Donde brotan las violetas” es una historia de Amor, traición, renuncia, dolor, valentía… 
Elena se dejará atrapar por la ternura de los personajes y vivirá con ellos experiencias que le harán replantearse su propia vida.

LEONARDO DA VINCI

Publicado por Lucky en 10:43 0 comentarios
Era ambidiestro, aprendía idiomas casi de inmediato, podía leer dos o tres libros por día. Cantaba con una voz extraordinaria, era distraído y caótico. Pintaba desde los tres años. Era tan curioso que irritaba a quienes le rodeaban. Pero también tan bondadoso que despertaba lealtades eternas. Era gay, pero amó apasionadamente a varias mujeres en su vida. Era escéptico, pero asombrado por el poder de la naturaleza. Acudía a los hombres de la Resurrección para comprar cadáveres que luego diseccionaba en secreto. Estuvo a punto de ser condenado por hereje un par de veces. Escapó del puño de la Iglesia. Fue amigo de reyes y de campesinos. Era exclusivamente vegetariano. Inventó métodos de pintura revolucionarios. Nunca dormía y aún así amaba el amanecer. Inventó tonos de pintura, le debemos la caja oscura de la fotografía. Bailaba de madrugada, soñaba con volar. Se enamoró de uno de sus modelos, reía a toda hora. Era rubio y decían que de vez en cuando se teñía la barba de verde. Se quedaba dormido por minutos y después despertaba para pintar. Llevaba la Mona Lisa a todas partes, tenía aprendices que eran sus amigos de parranda. Lloraba al ver las estrellas.
Eso dice la mitología sobre Leonardo Da Vinci. Cien hombres en uno solo.

Pero el artista por excelencia del Renacimiento, era mucho más que eso. Leonardo Da Vinci era un autodidacta entusiasta de todas las ramas de las ciencias y de las artes. Para el gran artista renacentista, aprender era un oficio que se construía a través de la experiencia personal, lo cual, claro, es muy válido y con un enorme ingrediente de lógica. No obstante, Leonardo Da Vinci, también enseñaba. Con frecuencia, recibía en su taller diez o doce aprendices que aprendían de él lo básico del oficio como artista, lo cual podría resumirse en una variada cantidad de técnicas artísticas, conocimientos comerciales y todo lo que la experiencia de Leonardo Da Vinci —como artista y sobre todo, como proto-ingeniero— podía brindarles. Un sistema que se repetía no solo en el taller del genio florentino, sino en todos los de los abundantes y extraordinarios genios del Renacimiento a lo largo de Europa.
En 1482, Da Vinci decidió mezclar ambas percepciones sobre el conocimiento —enseñar y aprender— y viajó desde su natal Toscana a Milán, convencido que necesitaba construir toda una nueva percepción sobre el aprendizaje y los métodos de elaborar un concepto sobre el arte como forma de vida. Antes de eso, le había escrito a Ludovico Sforza, el gobernante de la ciudad, en un intento de impresionarle y que le ofreciera empleo. En realidad, Leonardo Da Vinci ya disfrutaba de una extraordinaria fama que le precedía allí a donde fuera: podía dibujar puentes, crear nuevos tipo de cañones, cavar «pasadizos secretos» (lo cual, le convertía en un especialista en el esquivo arte de salvar la vidas y patrimonios de nobles y cabezas coronadas), pero además de todo, también era un artista. Uno tan extraordinario que asombraba en cortes de toda Italia por la asombrosa delicadeza de sus retablos, pero, sobre todo, por la extraordinaria técnica que convertía a todas sus obras en pequeños experimentos de pura curiosidad intelectual. Leonardo tenía por entonces treinta años, era soltero, con una extraña reputación de «brujo y hereje» a cuestas que lo había puesto en peligro más de una vez, y, además, dueño de las más extrañas ideas sobre la naturaleza, el poder de la imaginación y la capacidad del arte como medio expresivo. Todo eso, lo resumió en una única frase que cerraba la ya famosa carta al patriarca Sforza: «Del mismo modo, en la pintura puedo hacer todo lo posible por elaborar mundos». Lo comentó como de pasada, una ocurrencia tardía que sin embargo era el verdadero motivo que le llevaba a cruzar el país. La búsqueda de una nueva forma de comprender el arte.
Pero, claro está, a Ludovico Sforza tales sutilezas le importaban bien poco, por lo que prestó atención a las pretensiones del joven artista sobre ingeniería militar. Y es justo esa puerta abierta a la etapa más prolífica en la vida de Da Vinci, y que comienza con la carta al jerarca milanés, la que comienza la biografía Leonardo da Vinci de Walter Isaacson. Se trata de una visión generosa y amorosa del gran erudito renacentista, que, sin embargo, no cae en los acostumbrados clichés de crear una figura desconcertante e idealizada de Da Vinci. El artista que Isaacson muestra también está lleno de defectos, un comportamiento ambiguo y sobre todo, una ambición atolondrada que el biógrafo insiste es quizás el rasgo más evidente en el carácter del insigne genio. «Lo que lanzó principalmente fue una pretensión de experiencia en ingeniería militar», afirma Isaacson y añade que, para Da Vinci, las Bellas Artes fueron una consecuencia incidental de su curiosidad por técnicas bélicas y de batalla. «Para Leonardo Da Vinci, el verdadero interés por el arte era científico. Nunca había estado en una batalla ni había construido ninguna de las armas que describió. Pero sabía que podía crearlas. De la misma manera que sabía que podía pintar mejor que cualquiera», añade Isaacson. «Leonardo construía mundos en su imaginación antes que en el mundo real».
De hecho, el artista finalmente ingresó a la corte Sforza no como ingeniero militar, sino como diseñador teatral y concursos, dato en el que la biografía de Isaacson se deleita y describe con mimo. Da Vinci creó sets, vestuarios, escenarios y mecanismos escénicos para deleitar al selecto público de la corte y, además, creó todo un sistema que convirtió a los espectáculos de los Sforza en una maravilla mecánica que asombró al país entero. Un fugaz esplendor que convirtió a Da Vinci en el favorito de sus empleadores y también, en quizás el hombre más extraño de su época. Porque Leonardo no estaba precisamente interesado en el arte por el arte, sino que en realidad, su talento estaba enfocado hacia la búsqueda científica, una idea que por entonces desconcertó a varios de sus poderosos mecenas. «¿No desea usted comprender el funcionamiento del Mundo al completo?», escribió cuando Sforza le reclamó sus pocos esfuerzos en cuanto al armamento militar prometido. «¿No desea entender la forma como el tiempo se manifiesta o la belleza se construye?». Isaacson describe la ira de los Sforza pero, también, la profunda capacidad de Da Vinci para hacerse con la buena voluntad de sus patrones. «Pronto, la corte estaba repleta de ingenios incomprensibles y grandes inventos que llenaban de gozo a quienes allí moraban», relata un cronista de la época. Desde cajas de música hasta autómatas que dibujaban pequeños dibujos torpes, Da Vinci abrió la puerta a los Sforza a un mundo mucho más sofisticado del que hasta entonces habían vivido.
Por supuesto que, además, Leonardo Da Vinci era todo un personaje que asombró a la sofisticada Milán. «Era un hombre de excepcional belleza y gracia infinita», escribió un contemporáneo, que dedicó páginas de sus memorias a describir el rostro exquisito de Leonardo, «sus grandes ojos glaucos e inteligentes», y lo que parecía ser su rasgo más llamativo: su aparente androginia. Según cuenta Isaacson en su maravillosa recopilación de datos, Da Vinci era rubio, alto y esbelto, pero además tenía una inteligencia admirable y una simpatía formidable que terminaban desconcertando a su considerable círculo de seguidores. También era un excelente músico (sabía tocar al menos diez instrumentos distintos con especial virtuosismo), y que vestido lujosamente era el centro atención en la corte. Por si eso no fuera suficiente, Leonardo Da Vinci tenía muy públicas relaciones con hombres de su misma edad y alcurnia, aunque al parecer su verdadero interés romántico era Gian Giacomo Caprotti, quién convivió con Leonardo durante 10 años como su «sirviente» a pesar del escándalo público que provocó su comportamiento. «Leonardo tenía todos los atributos para ser un inadaptado: hijo ilegítimo de una legendaria belleza provinciana y un noble llamado “el hombre más hermoso de su época: gay, vegetariano, zurdo, fácilmente distraído y en ocasiones herético», dice Isaacson. «Pero, además de eso, Leonardo también asombraba por sus prodigiosa capacidad para fascinar al público, a su entorno e incluso a sus enemigos», insiste Isaacson, «lo que lo convierte en un personaje fascinante, enigmático e incómodo para buena parte de los cronistas e historiadores de arte».
Claro está, que Leonardo era también un hombre temible, como lo demostró cuando sus inclinaciones científicas le llevaron a transgredir la ley eclesiástica y asistir a disecciones de cadáveres. Alrededor de esa época —unos seis años después de haber llegado a la corte Sforza— Leonardo comenzó a llenar cuadernos con una vertiginosa y abundante serie de ideas científicas que abarcaban todos los estratos del saber: desde las máquinas voladoras, trajes para buceo, extraños tipos de armamento, hasta estudios detallados sobre la anatomía humana. Todavía, Leonardo no se había dedicado de lleno a la pintura y de hecho, pasaba mucho más tiempo dibujando y creando planos arquitectónicos y esbozos sobre investigaciones científicas que cualquier otra cosa. Solo sería durante su séptimo año en la corte de Milán, cuando obtuvo su primera comisión realmente artística y quizás, fue el momento en que Da Vinci descubrió una pasión artística que incluso le sorprendió por inesperada. La obra —un retrato al óleo de Cecilia Gallerani, que hoy como la Dama con el Armiño— es de una impresionante calidad y sobre todo, asombra por el uso evidente que Leonardo hizo de sus conocimientos científicos para dotar a la obra de una rara y desconcertante belleza. Se trata de una imagen inquietante. «Sus emociones parecen ser reveladas o al menos insinuadas, por la mirada en sus ojos, el enigma de su sonrisa y la manera erótica en que se agarra y acaricia el armiño», afirma Isaacson. Pero aún más que eso, Leonardo dotó a la pintura de lo que sería su impronta en las décadas siguientes: una belleza inquietante y una cualidad simbólica desconocida por entonces en buena parte de Europa. Ludovico Sforza quedó impresionado y según Isaacson, preguntó a Leonardo Da Vinci si se atrevía a crear una obra «mucho más impresionante y hermosa». «Sin duda, puedo intentarlo», dijo Leonardo, más llevado por la curiosidad y la pasión por su recién descubierta capacidad para la pintura que por cualquier otra cosa.
Fue entonces cuando Leonardo pintó la que se considera su obra más ambiciosa, incompleta y que demostró que Da Vinci, tenía un talento único y profundamente asimilado para crear escenas y obras de envergadura colosal. El por entonces Duque de Milán —obsesionado por la muerte y sobre todo, por la construcción de un mausoleo a la altura de sus aspiraciones dinásticas— escogió la Iglesia de Santa Maria delle Grazie de Milán para la que sería la obra que demostraría que Leonardo, era algo más que una curiosidad de su corte, cada vez más desconcertada por las excentricidades del artista. La última cena es una combinación extraordinaria de trucos de escenario —con su perspectiva forzada, sus extrañas líneas oblicuas y toda una serie de pequeños trucos de perspectivas, demuestran que la sabiduría de Leonardo Da Vinci sobre la pintura era también, una expresión de su curiosidad intelectual—. «Es un ejemplo de por qué su trabajo en obras de teatro y espectáculos no se desperdició en el tiempo», dice Isaacson. «Para Leonardo, el arte no solo era una visión inspirada, sino una estructura del conocimiento».
Pero Leonardo, además, era un hombre con una asombrosa capacidad para la felicidad y la diversión. Según Isaacson, de las 7.200 páginas de notas de los cuadernos de Leonardo Da Vinci que sobreviven, la mayoría están llenas de los más curiosisímos pensamientos, de la noción sobre la vida y su fascinante capacidad para asombrarse incluso por los detalles más pequeños de la naturaleza. Leonardo dibujó, creó y pasó buena parte de su vida investigando sobre el mundo, como un gran misterio apenas revelado. Fue pionero de la ingeniería, la anatomía, y el estudio de la luz (lo que lo convierte en el primer inventor en analizar algunas ideas concretas sobre la óptica) pero también, fue un genio descuidado, que rara vez terminó una obra, que era conocido por sus distracciones, que muchas veces prefería «amar, sin medida, aturdido y desvelado» a dedicar su tiempo al trabajo por el cual se le contrataba. Un hombre extraordinario, contradictorio, asombroso y temible que aún, quinientos años después, continúa causando asombro y admiración.
 

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