sábado, 17 de febrero de 2018

LA HISTORIA DE ETA

Publicado por Lucky en 11:52 0 comentarios
¿Cómo puede explicarse el imperio de la violencia que recae sobre la sociedad vasca, o esa sucesión de atentados que llenan de dolor a tantas familias e indignan a la mayoría de los ciudadanos? 

ETA, una organización que nació hace ya más de cuarenta años, no surge de la nada. Su núcleo fundacional lo constituye un grupo de jóvenes estudiosos del pensamiento de Sabino Arana, de la lengua y la historia vascas, que discrepan de la «pasividad» del PNV frente al franquismo. 

Pero de la antropología, el euskera y el folclore, de la oposición intransigente a una solución al problema vasco dentro del Estado español, pronto se pasa a concepciones más agresivas. Y las especulaciones acerca de la «liberación de Euskal Herria», que intentan conciliar el marxismo más radical —con respecto al cual se marcarán distancias después— con los conceptos nacionalistas sabinianos, conducen a la secuencia de atentados, secuestros y extorsiones, inicialmente justificadas por la opresión franquista. 

A lo largo de los años, ETA ha sufrido numerosos vaivenes ideológicos, escisiones y mutaciones que han llevado a la situación actual. Esta obra —la síntesis más completa de cuantas se han escrito sobre el tema— ofrece las claves que permiten entender lo que ocurre en Euskadi. Desde el rigor, la autoridad intelectual, a la luz de la historia sin falsificaciones.

LAS MUJERES EN EL CASTILLO

Publicado por Lucky en 11:22 1 comentarios
En esta ocasión nos encontramos ante un libro en el que las protagonistas son las mujeres de una Alemania que se está viendo sumida en cambios políticos. Pero la historia no se centra en ellas como principales protagonistas. Son sus maridos, los cuales están en contra de toda la política de Hitler y empiezan a urdir un plan para quitarlo del Reich. 

Toda la historia comienza en la famosa noche de los cristales rotos. Toda Alemania está consternada con los hechos pero nadie dice nada por no ser tratado como traidor. Pero en la sombra se empieza a urdir ese plan. Al mismo tiempo, Marianne es nombrada la protectora de las esposas de todos los conspiradores de esa noche. 

A lo largo de la obra se van viendo los sucesos presentes y se intercalan con episodios para saber detalles del pasado de las protagonistas. Ya que tras esa noche, se da un salto temporal hasta el final de la guerra. 

La obra al final se centra en solo tres mujeres. Cada una de ellas a pasado la guerra de una forma muy diferente. Por lo que al terminar la guerra sus secuelas y forma de pensar sobre el presente y futuro de su vida es muy diferente. En lo que coinciden las tres es en ese espíritu interno fuerte y luchador. Son supervivientes de la peor guerra que han visto y después de pasar por las cosas que ni ellas podrían imaginar, no van a morir. 

Como cualquier libro ambientado en la guerra es duro de leer. Pero no es como otros libros en los que se recrean en las penurias de las personas de los campos. En esta ocasión nos muestran los diferentes tipos de supervivencia por la que han tenido que pasar los alemanes. Según vas conociendo a las protagonistas, por lo que han pasado, como fueron las cosas, te hace pensar que hubieras hecho tú en ese momento. Y es muy difícil de contestar hasta que no te ves en esa situación y lo que tienes que salvar no es solo tu vida sino que en algunas ocasiones también son las de tus hijos.

Otro aspecto que muestra este libro es el que se plantea mucha gente cuando escucha los relatos de los alemanes que dicen que no sabían de X cosas o que no veían el peligro de lo que les decía Hitler. En este libro lo muestra perfectamente y te hace pensar en todo ello. En como lo vivieron los millones de alemanes que se dejaron llevar por las masas o que no dijeron nada por miedo a ser asesinados. 

Es algo muy de la personalidad alemana, el no mirar al pasado sino al futuro y seguir hacia delante. Aprender de los errores sin mirar atrás. 

El final del libro me ha gustado mucho. Ya que el libro no solo habla del pasado y por lo que pasó en posguerra con estas mujeres. También vemos que ha pasado con ellas en este presente. Como viven ahora. Y que ha sido de esos niños que vivieron la guerra. Que tipo de adultos son. Las consecuencias de ser hijos de... 

En conclusión, un libro sobre la II Guerra Mundial muy diferente ya que sus protagonistas son alemanas. Mujeres que tienen que sobrevivir en una guerra de hombres. Una historia de mujeres muy diferentes pero que por las adversidades tienen que hacer fuerza, y a pesar de sus diferencias saber perdonar y ser, al final, las más alemanas ya que tienen que olvidar su pasado para perdonar y seguir viviendo. Un libro muy recomendable para ver otro punto de vista de la guerra y comprender el por qué de muchas preguntas que nos hacemos hoy en día. 

EL INSTANTE MÁS OSCURO

Publicado por Lucky en 11:05 0 comentarios
Hoy día se recuerda esa frase (y el discurso correspondiente) y forma parte de la leyenda de Churchill como el político que salvó al Reino Unido ante el arrollador avance alemán (la Blitzkrieg) en aquella primavera de 1940; una guerra relámpago que, preludiada por la conquista de Dinamarca en un solo día de abril, llegó a su máximo esplendor con el ataque sobre Europa occidental el 10 de mayo y se hizo en pocas semanas con los Países Bajos, Bélgica y (para sorpresa general y trauma local) Francia. La imagen de Churchill como el bulldog británico, paradigma de la tenacidad e inasequible al desaliento, se labró en las semanas posteriores a su llegada al número 10 de Downing Street y ha perdurado hasta la actualidad. Churchill se erigió en lo contrario a la política de apaciguamiento que encarnaron Neville Chamberlain y el ministro de Asuntos Exteriores, Lord Halifax, quienes en los años previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial creyeron firmemente que se podía negociar con Adolf Hitler para poner coto a su expansionismo por Europa y evitar así otra guerra general en el continente europeo. Churchill, en cambio, se había mostrado siempre opuesto a toda política conciliatoria con Hitler y de hecho entre 1936 y 1939 pareció que predicaba en el desierto. 

Con su libro El instante más oscuro: Winston Churchill en mayo de 1940 (Editorial Crítica)–Darkest Hour: How Churchill Brought Us Back From the Brink, en el original–. escrito en paralelo con el guion de la película homónima que llegará a España en enero de 2018 –a su vez, dirigida por Joe Wright (Orgullo y prejuicio, Expiación, Anna Karenina) y protagonizada por Gary Oldman, que encarnará a Churchill–, Anthony McCarten se propone analizar a fondo las primeras cuatro semanas de Winston Churchill como primer ministro, desde su nombramiento el 10 de mayo y hasta que se culminó la evacuación de la Fuerza Expedicionaria Británica (BEF, por sus siglas en inglés) en Dunquerque, el 4 de junio. Y en ese análisis surge una imagen “diferente” de la que el pueblo británico (y el resto del mundo) ha tenido de su premier: la de alguien que, sometido a una enorme presión ante el exitoso avance de Alemania que barrió a holandeses, belgas y sobre todo franceses, se planteó “considerar” una eventual oferta de paz con los alemanes, con mediación de la Italia de Benito Mussolini (quien, por su parte, barajaba la posibilidad de entrar en la guerra del lado alemán); e incluso se “valoró una cesión de territorios británicos en el Mediterráneo (Malta, por ejemplo), la importantísima plaza de Gibraltar o colonias en el África oriental. Una presión ejercida por la labor de un Halifax que, oponiéndose a Churchill y con el apoyo de Chamberlain y no pocos miembros del Partido Conservador, consideraba que una lucha sin cuartel ante quien parecía ser un vencedor indiscutible (Hitler), lo mejor para el Reino Unido y la supervivencia de su imperio era no cerrarse en banda a una oferta de paz, en caso de que se produjera, y no perder más vidas humanas en Europa. Una victoria de Hitler era vista en aquellos días del mes de mayo como una certeza muy plausible; y, aunque la opinión pública no debía saberlo, el derrotismo se hizo saber en parte del Gabinete de Guerra que Churchill nombró cuando recibió el encargo del rey Jorge VI de presidir el Gobierno. 

El libro muestra, en su núcleo central, a un Churchill atosigado y en horas bajas, a menudo sobrepasado por la actualidad de una guerra que parecía perdida, con unos aliados en Europa que se sometían paulatinamente a la máquina de guerra alemana y con un aliado al otro lado del océano Atlántico, los Estados Unidos de Franklin D. Roosevelt, que oficialmente enarbolaban una estricta neutralidad y un aislamiento internacional que pocos meses después pasaría a una no beligerancia y algunos acuerdos de ayuda con el Reino Unido; pero esto último Churchill no pudo conseguirlo, para su desesperación, en mayo de 1940 (otro gallo habría cantado, desde luego). Winston inauguró su cargo de primer ministro con energía, pero también con cautela, y dispuesto a revertir el derrotismo que impulsara la caída de Chamberlain. La oratoria y la perseverancia serían sus principales armas en aquellas semanas de primavera. Al discurso ante los Comunes del día 13, seguiría un mensaje a la nación retransmitido por la BBC el 19 de mayo, que logró una enorme aceptación popular, y el también famoso discurso “We Shall Fight on the Beaches” (Lucharemos en las playas), pronunciado en la Cámara de los Comunes el 4 de junio. Tres discursos para enmarcar y recordar; tres piezas que presentaban al mundo a un hombre que jamás se rendiría. 

El libro de McCarten se centra, en una segunda parte, en esas cuatro semanas de mayo. Pero, tras un capítulo que plantea la caída de Chamberlain y la designación de un nuevo primer ministro, McCarten dedica prácticamente una primera parte a conocer a Churchill como personaje, protagonista y a la postre héroe. Y frente a Winston, su principal rival en esas semanas: Lord Halifax. Edward Frederick Lindley Wood, 2º vizconde de Halifax, también había estado en la terna para escoger al sucesor de Chamberlain, y habría sido un primer ministro que la mayor parte de los conservadores hubiera recibido con muy buenos ojos, además del cálido beneplácito del rey Jorge VI. La biografía de ambos personajes preludia el duelo en toda regla que focaliza la segunda mitad del libro de McCarten: la resistencia a ultranza de uno frente al posibilismo negociador del otro. Y es que la reputación de Churchill no pasaba por sus mejores momentos en aquellos primeros días de mayo de 1940: considerado como alguien demasiado agresivo y poco fiable (aún le perseguía el fiasco de Galípoli en la Primera Guerra Mundial, operación naval que impulsó como Primer Lord del Almirantazgo); alguien demasiado impulsivo, con una labor política errática y visto incluso como un “chaquetero” (de los conservadores a los liberales, luego de regreso a la casa tory pero siempre siendo un verso suelto). Halifax, por el contrario, había desempeñado con eficacia un virreinato de la India, apoyando incluso el proceso de autonomía que los políticos indios (con Gandhi a la cabeza) exigían, y como ministro de Asuntos Exteriores en el Gobierno de Chamberlain creía en que la política internacional debía hacerse con “racionalidad” y pragmatismo. Así pues, Churchill y Halifax eran como el aceite y el agua, pero ello no impidió que el primero mantuviera al segundo en su Gabinete; probablemente porque una renuncia de Halifax, que gozaba del apoyo de gran parte del Partido Conservador así como de la opinión pública, podría desembocar en su propia caída como primer ministro. Un dilema más con el que debía lidiar Winston: mantener un Gobierno de perfil agresivo o contemporizar con quienes propugnaban una política más “racional”.

Es de suponer que la película con guion de McCarten incidirá en la personalidad y las actitudes opuestas de Churchill y Halifax, y por ello el libro resulta tan atractivo de entrada... y más en los últimos tiempos en el que la ficción cinematográfica y serial parece “volver” a la figura de Winston Churchill: véase, por ejemplo, el éxito de la serie The Crown (Netflix, 2017-), en la que la figura del primer ministro –en la sólida (y sorprendente) interpretación del estadounidense John Lithgow– adquiere una gran relevancia, o el buen hacer de la película para televisión Churchill’s Secret (ITV, 2016), que plantea el “secreto de Estado” alrededor del pésimo estado de salud de un octogenario Churchill en 1953, cuando asumió de nuevo el cargo de primer ministro. Casi en paralelo con la película de Wright, de próximo estreno, hace poco se estrenó Churchill (Jonathan Teplizky, 2017), filme que sitúa a un agotado primer ministro en vísperas del lanzamiento de Overlord, la operación de desembarco aliado en Normandía en junio de 1944. Tenemos Winston Churchill para rato… y este libro de McCarten llega probablemente en el mejor momento. 

Un libro, además, que incide en la caótica vida personal de Winston (pacientemente soportada por su esposa Clementine) en aquel período: su afición desmedida por el alcohol y sus escasas horas de sueño o sus derroches financieros (a costa del erario público). Pero también sus maratonianas jornadas de trabajo (y más en alguien de casi setenta años), con varios viajes a Francia para persuadir al Gobierno y el Alto Mando militar galos a resistir; las reuniones constantes con el Gabinete de Guerra, muchas de ellas en horario nocturno (hecho que sacaba de quicio a un Halifax de costumbres más sobrias); la labor incisiva y detallista en la elaboración de los discursos que marcarían su fama postrera, buscando siempre la palabra adecuada, y que patentizan la honda cultura de quien había leído a los autores clásicos y se había especializado en la oratoria. 

El resultado es un libro de lectura amena y apasionante, que en apariencia no cuenta nada nuevo, pero que en realidad ofrece una imagen “diferente” de un primer ministro asediado por las presiones del cargo y en momentos en los que el Reino Unido, por no decir el “mundo libre”, se jugaban su propia existencia frente a la posibilidad de un dominio alemán en toda Europa. Un libro que certifica, por si alguien aún tiene dudas, por qué Winston Churchill se ha convertido en un icono. Un libro, recuperando la cita inicial y que corresponde al epílogo, que nos permite ver cómo “un” Winston Churchill (más desconocido para nosotros) se “convirtió” en “el” Winston Churchill que ha pasado a la historia. Lo cierto es que, aun sin la película, el libro ya tiene más que suficientes alicientes para interesar al lector. Y sevidor lo corrobora.

EL ARQUITECTO DE HITLER

Publicado por Lucky en 10:54 0 comentarios
Un cruel y enigmático alemán que consiguió librarse de la horca por ser uno de los pocos oficiales nazis que se declararon arrepentidos por las barbaries que había perpetrado su régimen. Hoy en día, las sombras que rodean a Albert Speer (arquitecto del Reich y Ministro de Armamento de Adolf Hitler) no han conseguido convertirse en luces.

Para algunos, este sujeto es el ejemplo de que existían muchos políticos germanos que no sabían lo que sucedía en los campos de concentración. Para otros, fue simplemente un aprovechado que se valió de mano de obra esclava (la de decenas de miles de judíos, soviéticos y un largo etc.) para producir el denominado «milagro del armamento alemán». Es decir, la creación masiva de carros de combate, cazas, bombarderos y munición en una Alemania que empezaba a ser cercada por sus enemigos y en la que hubo que enterrar (literalmente) las fábricas bajo montañas debido a que las bombas aliadas impedían la producción en la superficie.

Precisamente es esta segunda visión (la de un Speer interesado y que mintió al mundo para librarse de ser condenado a muerte en los Juicios de Nuremberg) es la que expone el escritor Martin Kitchen en «Speer, el arquitecto de Hitler», su último ensayo sobre este personaje. Una obra que llegará a España traducida próximamente de manos de la editorial «La Esfera» y en la que se tira por tierra la idea de que el «milagro del armamento alemán» fuera motivado directamente por él o (entre otras tantas cosas) que se sintiese arrepentido por las barbaridades cometidas por los nazis. Un libro, en definitiva, que lucha contra la leyenda del «nazi bueno», como posteriormente se le llamó, y muestra crudamente cómo apoyó el uso para sus propios fines de cientos de miles de prisioneros judíos.

Berthold Konrad Hermann Albert Speer, más conocido como Albert Speer, vino al mundo allá por el 19 de marzo de 1905 en Mannheim. Robert Ambelain, autor de «Los arcanos negros de Hitler», le define como un hombre de alta cuna «de una familia de arquitectos» que quiso seguir la estela de su padre (quien había logrado alcanzar el éxito en ese mismo campo).

En base a esos deseos, el pequeño Albert terminó estudiando arquitectura en la Universidad de Karlsruhe y, posteriormente, en otros tantos centros especializados como el Instituto Heidelberg o el Politécnico de Munich. Su continuidad en los estudios le acabó convirtiendo en un alumno aventajado en 1927, cuando se licenció en la Escuela Técnica Superior de Berlin-Charlottenburg. Así se afirma en la completa «Historia Virtual del Holocausto», donde también se explica que «acabó sobresaliendo en la asignatura de matemáticas, especialmente en estadística».

Arquitecto ya, empezó a sentir atracción por el -entonces- joven Adolf Hitler y su ideología. En sus populistas discursos, aquel hombre con bigotillo hablaba de la injusticia que se había orquestado contra Alemania tras el Tratado de Versalles. Crítica a los judíos por aquí, y soflama por allá, Speer acabó afiliándose al partido nazi en marzo de 1931 con el número 474.481 (según señala la periodista e historiadora Gitta Sereny en su obra «Albert Speer arquitecto de Hitler, su lucha con la verdad»).

A partir de ese momento, comenzó a acercarse al futuro «Führer» poco a poco hasta que ambos fueron amigos inseparables. Nuestro protagonista se convirtió, de hecho, en el favorito del líder nazi. Era un habitual en su mesa privada después incluso de su ascenso a la poltrona de Alemania (en enero de 1933, cuando fue nombrado oficialmente canciller) y, para colmo, la popular cineasta germana contratada por el Reich (Leni Riefenstahl) decía de él que era uno de los grandes idilios de Hitler. Así lo afirma Ambelain en su obra, donde le atribuye la siguiente cita a la artista: «¿Sabe lo que es usted en realidad señor Speer? Usted es el amor desdichado de Adolf Hitler».

El comienzo
Según el mismo autor, Hitler se fijó en Speer allá por 1933, cuando se le confió la organización de la gran manifestación del primero de mayo que se sucedió en Tempelhof.

Sin embargo, otras teorías afirman que conoció a este arquitecto tras visitar la nueva sede del Ministerio de Propaganda de Joseph Goebbels. Esta idea podría basarse en obras como «Los discípulos del diablo: El círculo íntimo de Hitler» (del divulgador histórico Anthony Read) o «Hitler y el poder de la estética» (de Frederic Spotts).

«Hitler no creía que fuese posible cumplir ese plazo. Día y noche mantuve tres turnos en la obra»
En estos textos se hace referencia a un curioso episodio. Según explican ambos expertos, a Goebbels le fue cedida esta nueva sede en 1933. Rápidamente, aquel «enano y ligón» y llamó a Speer para que -con no pocas prisas- hiciera una remodelación de la misma en escasamente... ¡Ocho semanas! Su objetivo era dejar boquiabierto al líder nazi.

Así recordaba nuestro protagonista aquel suceso: «Hitler no creía que fuese posible cumplir ese plazo, y Goebbels, sin duda para espolearme, me habló de sus dudas. Día y noche mantuve tres turnos en la obra. Me ocupé de que varios aspectos de la obra fueran sincronizados hasta el menor detalle». El edificio fue entregado, y el del bigote quedó más que asombrado con él.

Independientemente del momento en el que conociera su trabajo (las teorías son muchas), lo cierto es que la faceta artística escondida de Hitler y la muerte del arquitecto oficial del partido nazi -Paul Ludwig Troost- fueron los factores que acercaron a ambos. Así fue como, poco a poco, el «Führer» convirtió a Speer en el artista más destacado del país. O «el arquitecto de Alemania», como él mismo se definía. Un término que adoraba debido a que le ubicaba por encima del resto de sus colegas de profesión.

Su lista de edificios diseñados para el régimen de la esvástica comenzó a escribirse allá por 1934, cuando le fue encomendada la construcción en piedra de la tribuna de madera del Zeppelinfeld de Nuremberg (en principio, la zona en la que aterrizaban los zepelines y, posteriormente, un estadio en el que se practicaban diferentes deportes). «La referencia principal para ello, según indica el propio Speer en sus Memorias, fue el Altar de Pérgamo. Se entrelazan en este primer gran proyecto, realizado por quien sería la mano derecha de Hitler, varias de las tónicas que conformarían la estructura básica de la arquitectura desarrollada por el Partido Nacionalsocialista desde su llegada al poder hasta su debacle al fin de la Guerra», explica Guillermo Aguirre Martínez en su dossier «La arquitectura en el Tercer Reich».

La mayoría de autores coinciden en que sus proyectos no contaban con una gran técnica artística, pero encandilaban a Hitler por sus gigantescas dimensiones. Todo ello, siguiendo la estética de las tres grandes civilizaciones de la antigüedad: la egipcia, la griega y la romana.

Las construcciones de Speer, además, se basaron en una nueva forma de edificación: la «Ley de las ruinas». Una teoría que se basaba en que todo aquellos que se levantara en Alemania debía dejar unos restos estéticos para las generaciones futuras. «Para ello se emplearon exclusivamente materiales no proclives al desgaste y se desarrollaron estructuras especiales que fuesen capaces de resistir el paso del tiempo», añade el español. Como es lógico, todos estos factores dieron como resultado la utilización masiva de la piedra como material básico por parte de Speer (Inspector General de Construcción con el rango de Secretario de Estado desde 1937).

En este sentido, el nuevo libro proyectado por Kitchen sentencia no solo que Speer carecía de originalidad y creatividad como arquitecto, sino que únicamente logró acercarse al «Führer» gracias a que supo captar lo que el líder nazi quería: edificaciones «ridículamente grandiosas» combinadas con tintes vanguardiastas. Además, el autor define su actitud por entonces como la de un hombre despreocupado, distante, narcisista y despiadadamente ambicioso. Una persona que no solía acercarse demasiado a sus más allegados y se mantuvo alejado moralmente, incluso, de su mujer y sus hijos.

Por si todo esto fuese poco, Speer también recibió el encargo de diseñar la «Germania» definitiva. Una ciudad que nacería de la remodelación de Berlín y que sería -según explica Deyan Sudjic en su obra «La arquitectura del poder»- «el epicentro del imperio de Hitler». Así lo dejó sobre blanco el propio líder nazi en un mensaje escrito en junio de 1940 (aunque el proyecto ya había sido organizado casi cuatro años antes): «En consonancia con nuestra estupenda victoria, lo antes posible Berlín deberá remodelarse urbanísticamente como capital del nuevo y poderoso Reich. […] Mi intención es poder completar [este proyecto] en el año 1950. […] Cada oficina del Reich, de los länder, de las ciudades y del partido deberá facilitar toda la ayuda que pudiera demandar el Inspector General de Edificaciones de la Capital del Reich».

El arquitecto, en fechas
1934 - Construcción en piedra de la tribuna de madera del Zeppelinfeld de Nuremberg.

1937 – Se encarga a Speer que empiece a planificar «Germania».

1937 – Se encarga a Speer la reforma del Estadio Olímpico de Berlín.

1937 – Speer gana la medalla de oro en la Exposición Internacional de París con el «Pabellón alemán».

1939 – Termina la remodelación de la Cancillería.

El resto de edificios que había planificado para la nueva ciudad de Berlín no llegaron a construirse.

Entre arquitectura y loas andaba Speer cuando el cielo profesional se abrió ante él. Y nunca mejor dicho. Mientras el calendario marcaba el 8 de febrero de 1942 (15 de febrero, según determina el historiador galo Henri Michel en su extenso libro «II Guerra Mundial»), el ministro de Armamento y Municiones alemán Fritz Todt encontró la muerte en un trágico incidente aéreo. Su fallecimiento abrió el camino para el puesto a grandes jerarcas como Goering (ávido y deseoso de él). Sin embargo, Adolf Hitler se decidió por su gran amigo: Speer. ¿Por qué diantres eligió a un artista para el puesto? Según parece, por su empeño y su capacidad de organización.

Al «Führer» no le falló el ojo. En poco tiempo, Speer aumentó brutalmente la producción germana en base a una serie de sencillos principios. El primero fue apostar por crear «comités» de especialistas y asesores que sustituyeran la visión interesada de los militares (hasta entonces, al frente de la producción de guerra).

«Speer redujo el número de artefactos de combate, organizó una producción en serie y especializó los establecimientos industriales»
Por si fuera poco, también revolucionó la organización de las fábricas estableciendo una sencilla norma: cada una de ellas se dedicaría a elaborar un tipo de armamento concreto. A su vez, separó el mundo de los negocios de la dedicación al estado alemán. «Con Speer, los nuevos dirigentes de la economía salieron del medio de los negocios: las asociaciones profesionales de gran industria se convirtieron en organismos del Estado y los grandes industriales dominaron el “Consejo de Armamento”», determina Michel en su obra.

Así resume Michel sus avances más destacados por aquellos años: «Speer redujo el número de artefactos de combate, organizó una producción en serie y especializó los establecimientos industriales. […] Hizo que Hitler se decidiera por una división del trabajo: las fábricas de los países ocupados fabricarían bienes de consumo para el Reich, y la mano de obra alemana sería especializada en los armamentos». Militarmente hablando, Speer dio prioridad a lo que, según él, más se requería en el frente: cañones, morteros, ametralladoras, munición para la infantería, armas anticarro, los vehículos motorizados y los carros de combate.

Toda esta amalgama de medidas (así como otras tantas) dieron lugar a un «boom» económico de la industria armamentística alemana. Una industria que -tras sufrir duramente debido a la forma de combatir del ejército hasta entonces (la Blitzkrieg)- resurgió de sus cenizas. «Speer mostró en su nuevo puesto una capacidad extraordinaria. En 1944 logró llevar a Alemania a una producción jamás alcanzada», determina -en este caso- Ambelain.

Más concretamente, esta se triplicó. «En 1943, la producción de cañones dobló a la de 1942 y aumentó todavía más en 1944», añade el autor de «II Guerra Mundial». Ejemplo de ello es que la fabricación de tanques pasó de 9.395 en 1942, a 19.885 en 1943 y 27.300 en 1944.

A su vez, durante esos años también favoreció la investigación de nuevas armas como las bombas V1 y V2, y trasladó las fábricas del país a una serie de túneles subterráneos ubicados en el centro de Alemania cuando los aliados bombardearon aquellas que estaban ubicadas en la costa Báltica.

El divulgador histórico Pere Cardona (auto del libro «El diario de Peter Brill» junto a Laureano Clavero) recoge también la creación de estos túneles subterráneos en su popular blog «HistoriasSegundaGuerraMundial»: «Consciente del daño que podían provocar estas campañas en el devenir del conflicto, ordenó el traslado de varios centros productivos a complejos subterráneos desde donde poder seguir alimentando su maquinaria bélica».

En palabras del experto, este proyecto (conocido como «Riese») terminó con la creación de una «ciudad subterránea» de nada menos que 213.000 m3 de túneles, 58 kilómetros de carreteras con 6 puentes y 100 kilómetros de tuberías. Su coste también es apostillado por Cardona: la friolera de 150 millones de marcos. «La red tejida bajo tierra estaba formada por varios sistemas que se localizaban en el castillo Ksiaz, Jugowice, Osowka, Soboul, Sokolec, Walim-Rzeczka y Wlodarz, siendo este último el más grande de todos ellos», finaliza.

Vestigios de aquellos túneles creados bajo territorio alemán han sido explicados por expertos como el español José Miguel Romaña quien (en su obra «Armas secretas de Hitler») dedica un apartado a hablar de fábricas subterráneas como la de Turingia (en el mismo centro de Alemania). Llamada Jonastal IIIC, esta era una «fábrica ultrasecreta subterránea» ubicada a «muchos metros de profundidad para permanecer indemne a cualquier bomba convencional arrojada desde el aire». En ella se ensamblaban aviones, misiles y, en palabras del autor, se llegó a llevar a cabo «una parte del proyecto atómico alemán».

La cruz: dolor y muerte
La cruz de este «milagro de Speer» (como fue conocido por entonces) viene desglosada en el libro de Kitchen. En él (así como ya se había tratado en otros tantos) se explica que el ministro basó el crecimiento de la producción en la utilización de mano de obra esclava. De los campos de concentración, para ser más concretos. Michel señala en su obra que, en el otoño de 1943, Alemania había perdido nada menos que cuatro millones de hombres entre prisioneros, fallecidos y desaparecidos en los frentes de batalla. Esos números provocaron un aumento del reclutamiento y, a continuación, la escasez de personas que trabajaran en las fábricas. Algo terrible para el esfuerzo de la guerra: sin manos, no había armas para combatir ni municiones que disparar.

¿Qué se le ocurrió a Speer? Hacer uso de aquellos a los que podía emplear sin pagarles ni una mísera moneda: a los reos de los campos de concentración. «Speer utilizó la reserva de prisioneros de guerra y la del mundo concentracionario, que podía ser renovado a voluntad», destaca Michel.

Los prisioneros ingerían 1.100 calorías al día tras trabajar acarreando piedras y arena. Oficialmente, lo hizo amparándose siempre en la Convención de Ginebra. Sin embargo, la realidad era bien distinta. Para empezar, porque les encargaba los denominados «trabajos prohibidos» (labores sumamente duras). Así, empezaron a llegar a las fábricas germanas (principalmente las subterráneas) miles de reos soviéticos, franceses y, en definitiva, cualquiera que se encontrara cerca de los campos de concentración cercanos a las nuevas bases. Las cifras varían atendiendo al historiador que las maneje, pero se podría acercar a los dos y millones y medio de personas. Y eso, sin contar con los cinco millones más de rusos que fueron capturados (cuyo paradero fue, en muchos casos, desconocido).

Estos números se sumaron al número de fábricas abiertas en algunos campos de concentración como Dachau, Buchenwald o Mauthausen. Con la diferencia de que, en este caso, la mano de obra esclava llegó por petición expresa del propio Speer. ¿Cómo se libró de la hora, entonces, en los Juicios de Nuremberg? Pues debido, sencillamente, a que cargó las culpas sobre su ayudante, Fritz Sauckel (al que acusó de optar por los reos para dichos trabajos). Independientemente de quién fuera el culpable, y como era habitual, aquellas instalaciones se convirtieron en auténticos centros de muerte en los reos apenas podían mantenerse en pie debido a la falta de alimentos y a los esfuerzos sobrehumanos a los que eran sometidos.

Kitchen afirma en su nueva obra que los reos trabajaban 72 horas a la semana con una dieta diaria de 1.100 calorías. Una cantidad insuficiente para la labor que llevaban a cabo, pues (atendiendo a su género) un ser humano necesita entre 2.000 y 2.5000 calorías por jornada para sobrevivir. Y eso, sin realizar excesivos esfuerzos.

Al parecer, y aunque Speer señaló durante los Juicios de Nuremberg que estaba en contra de aquellas condiciones infrahumanas, envió varios telegramas a los jefes de los campos felicitándoles por su labor. «No era un hombre bondadoso. Tenía formidables métodos de control, y le permitían usar campos de concentración si quería. Era eficiente, y esto era apreciado por Hitler», afirmaba Hugh Trevor-Roper (el historiador más destacado de la Segunda Guerra Mundial por ser enviado por Churchill para dejar constancia de lo acaecido) en una entrevista posterior para televisión.

Las crueles condiciones en las que vivían fueron explicadas abiertamente por Ted Misiewicz (un adolescente sacado de su casa por la fuerza para trabajar en dichas fábricas) en una entrevista concedida a la BBC. «Llegamos en junio de 1942 a trabajar de inmediato. Comencé en una cantera. Sacábamos piedra, y era algo extenuante. También denigrante. Comía mal, muy mal. Veías caminar esqueletos, nada más que esqueletos. Si al caminar se caían se quedaban en el suelo, nadie los levantaba». Este reo añadía también que en el campo en el que fue recluido había una enfermería en la que se sucedían todo tipo de barbaridades: «Un oficial solía llegar para seleccionar a aquellos que, según él, estaban haciéndose los enfermos. A esos los mataba a golpes. Después de tantos años, todavía no puedo olvidar eso». Y por si eso no fuera suficiente, trabajaban en túneles sin letrinas y rodeados de sus propios excrementos.

Por otro lado, Kitchen también deja claro que el «milagro» no fue tal, sino que fue logrado sacrificando la creación de nuevas armas y apostando por modelos obsoletos de cazas (como el Me Bf-109) y armamento.

¿Final injusto?

En 1945, Speer fue uno de los ministros de la Alemania nazi que dijo a Hitler claramente que la guerra estaba perdida. Además, se negó a llevar a cabo el plan Nerón. Una orden mediante la que el mismísimo «Führer» exigió la destrucción de todas las fábricas germanas para evitar que fueran utilizadas por los enemigos. Después de que dicho mandato fuese enviado, Speer se dedicó a viajar por todo el país para evitar que se cumpliera. ¿La razón? Que confiaba en que, tras la victoria de los aliados, pudieran usarse para el futuro resurgir de la gran Germania.

Aunque aquello le podía haber granjeado una condena a muerte, nuestro protagonista decidió pasarse por el búnker de Berlín a despedirse del que, durante años, había sido su gran amigo y mentor. «Era un acto de compasión más que otra cosa. Al principio me iba a ir sin despedirme de él, pero vi que eso era una cobardía y una crueldad», dijo posteriormente.

Tras la caída de Berlín, Speer fue detenido por los aliados y juzgado en Nuremberg. Allí llevó a cabo una defensa magistral ya que, aunque se declaró «no culpable» por la muerte de millones de judíos, si afirmó estar arrepentido por haber usado a los prisioneros como mano de obra esclava. Fue el único que lo hizo, y aquello caló hondo en el tribunal. «Speer hizo una defensa muy convincente y despertó el odio de Goering, que estaba movilizando a los acusados para que negasen todo. Y Speer dijo: sí, el régimen era criminal, y acepto que soy culpable junto con los demás», señalaba Trevor Roper en una entrevista posterior. Aquellas palabras le valieron eludir la horca, aunque sí pasó 20 años en prisión. Posteriormente, cuando recuperó la libertad, hizo una fortuna publicando en varios libros sus memorias.

Las culpas cayeron completamente sobre Sauckel, que fue condenado a muerte. Aunque eso sí, antes de morir señaló en repetidas ocasiones que el verdadero responsable era Speer. Este mantuvo, hasta el día en que dejó este mundo, la versión de que estaba arrepentido por lo sucedido: «Cuando fui llamado a declarar dije que era responsable de todo el trabajo de los esclavos. No evité decir lo que había hecho. Me sentía responsable aunque fuesen órdenes de Hitler. Otros alegaban que eran órdenes de Hitler. Yo no lo hice».

CARMEN

Publicado por Lucky en 10:37 0 comentarios
Carmen Franco Polo mantuvo más de 40 horas de conversaciones con Nieves Herrero en el salón de su casa de Hermanos Bécquer, en Madrid. 

El fruto de aquellas charlas es esta obra que es la novela de su vida, construida desde su relato, desde sus vivencias. Primero con los ojos de una niña y, finalmente, con los ojos de una mujer que no tiene miedo a la vida y tampoco a la muerte, que hace poco ha desvelado próxima. 

«Desconozco el tiempo que me queda por vivir, pero puedo asegurar que me da igual lo que hayan dicho o lo que vayan a decir sobre mí. Nunca he pretendido ser el foco de atención y voy a seguir así hasta el final», afirma la protagonista de Carmen.

Así, Nieves Herrero desvela los recuerdos más íntimos de la hija de Francisco Franco, que recorre sin miedos ni rencores una vida marcada por la trayectoria política de su padre y cuyos ojos han sido testigos de casi un siglo de historia. 

Como mujer le enseñaron a acostumbrarse a ver, a oír y a callar. Carmen se enamoró de un joven guardiamarina, pero su madre tenía otros planes para ella. Siempre obediente, ha hecho todo lo que le dijeron que hiciera hasta hoy, que hace lo que siente y lo que le dicta el corazón.

«He llegado hasta aquí. El final de una larga vida. Ahora que ya no tengo ninguna obligación ni ninguna responsabilidad, me siento más libre. No tengo por qué dar explicaciones de mis actos. No tengo que rendir cuentas a nadie. Procuro llevar una vida normal pero soy libre. 

Más libre de lo que he sido nunca. Durante gran parte de mi vida he tenido que hacer aquello que era lo correcto, lo que marcaba el protocolo de mi posición. Primero hija de Franco, después mujer de Cristóbal Martínez-Bordiú y, por fin, Carmen a secas. Reivindico mi nombre porque no quiero ser juzgada por la vida de los demás. Ni la de mis padres, ni la de mi marido, ni la de mis hijos. Soy Carmen. Nada más.»

EN EL VIENTRE DE LA YIHAD

Publicado por Lucky en 10:26 0 comentarios
Este libro presenta un conjunto de testimonios de familias que han vivido la radicalización y huida de sus hijos o hijas a territorios controlados por el autodenominado Estado Islámico. 

En 2015, alrededor de cinco mil ciudadanos europeos habían abandonado sus países para unirse al Estado Islámico. Muchas de sus familias han quedado rotas, víctimas de esa circunstancia pero vistas como culpables. En este libro conmovedor, Alexandra Gil se asoma a nueve casos: un padre, una hermana y siete madres de yihadistas abren en estas páginas las puertas de sus casas y las de sus historias. 

Michelle y Françoise son hoy abuelas de varios «bebés del califato» a los que solo han visto en fotografías. Omar visita cada quince días a su hijo en prisión, un yihadista retornado del Jabhat Al Nusra. Samira recuerda palabra por palabra la carta de despedida que le dejó su hija antes de huir a Siria, mientras Nathalie busca despejar todos los interrogantes sobre la radicalización de su único hijo y su muerte en territorio iraquí. 

Estas familias llevan una vida que no se parece en nada a la que tenían años atrás: teléfonos pinchados, interminables interrogatorios, la mirada acusadora del prójimo y sobre todo un miedo irrefrenable a encender la televisión después de un atentado y reconocer al culpable.

LA RED OCULTA

Publicado por Lucky en 9:46 0 comentarios
¿Te imaginas ser un testigo anónimo de personas que apuestan por la muerte de alguna persona famosa o que atacan y exponen a inocentes? Esta es una de las sensaciones que experimentaras al leer La red oculta.
En este libro podrás saber cómo sería participar en la conformación de grupos extremistas, en redes de tráfico de personas, y adquirir bienes con una moneda de cambio “oscura”.

En La red oculta, el periodista Jamie Bartlett narra ese tipo de historias, mientras los protagonistas navegan por las redes sociales, foros y correos que ofrecen los navegadores tradicionales en internet.


“En la nueva era global de las comunicaciones, los fenómenos digitales y las redes, el anonimato es el lugar de poder de este escalofriante submundo en el que aparentemente todo está permitido.  Desde su nacimiento, internet había traído consigo una visión idílica de la conectividad que podía unir en más de un sentido a la humanidad”, asegura el autor de La red oculta.

Jamie Bartlett aborda este tema controversial y sensible con objetividad y precisión en búsqueda de una mayor comprensión del comportamiento humano bajo anonimato escudado y potenciado por las tecnologías.
 

CRONICA DE UNA AMANTE DE LOS LIBROS Template by Ipietoon Blogger Template | Gift Idea