martes, 13 de marzo de 2018

LA REVOLUCIÓN RUSA (1891-1924)

Publicado por Lucky en 12:56
Durante mucho tiempo se ha escrito una historia de la Revolución Rusa muy combativa e ideologizada, con historiadores que escribían desde las trincheras, y muy focalizada en el año 1917, con las dos revoluciones de Febrero y Octubre. Durante mucho tiempo, también, se ha tendido a ver los hechos casi con la óptica de Eisenstein: cuando recordamos la rebelión del acorazado Potemkin nos viene a la memoria las imágenes de un cochecito infantil cayendo por unas escaleras, o al rememorar la toma del Palacio de Invierno de San Petersburgo se nos aparecen en nuestra cabeza fotogramas del docudrama Octubre. 

Y, sin embargo, los hechos que rodean Octubre, antes y después, apenas se han tratado a fondo: en no pocas ocasiones simplemente han sido un prólogo o un epílogo al cañoneo del buque Aurora desde las aguas del río Neva, a la huída de Kérensky y a la toma del poder de los bolcheviques.

Tras la caída del régimen soviético en 1991 se abrieron al público numerosos archivos hasta entonces inéditos, y se empezaron a publicar nuevas monografías sobre los hechos de 1917, la guerra civil de 1918-1921, el legado de Lenin (por no hablar de su propia figura), la NEP, las luchas por la sucesión y, así, la dictadura estalinista, las “reformas” de Jruschov, etc. Entre las publicaciones que, además, aprovecharon el estudio de de la prensa de la época, los diarios y las memorias personales, la correspondencia oficial y privada, destaca con luz propia el libro de Orlando Figes, La Revolución Rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo (Edhasa, 2000).

Publicado en 1996, este voluminoso volumen (casi 900 páginas de texto) se estructura en cuatro partes:

Rusia bajo en antiguo régimen: un excelente estudio previo en el que analizan la dinastía Romanov, los pilares (inestables) del régimen – la burocracia, el ejército, la religión, el imperio zarista -, se ofrece un panorama a un régimen que no puede competir económicamente con las principales potencias mundiales y se retrata cómo Rusia encajó la llegada del socialismo y del legado de Marx en la segunda mitad del siglo XIX.

La crisis de la autoridad (1891-1917): desde las hambrunas de 1891 y las primeras exigencias de reformas en el gigante con pies de barro zarista, la revolución de 1905 y la creación de la Duma – que a trancas y barrancas duró hasta 1914 -; pasando por el gobierno de Piotr Stolypin (1906-1911), un esfuerzo tímido y carente de voluntad plenamente reformadora, y llegando a la Primer Guerra Mundial, pésimamente encauzada por el gobierno, en el que las semillas de la revolución estaban latentes, y que provocó, en gran medida, la caída del régimen y la dinastía de los Romanov.
Rusia bajo la revolución (febrero de 1917-marzo de 1918): la parte central del libro, en la que se describe la caída del zar en febrero y marzo de 1917, la constitución del Gobierno provisional – primero al frente del príncipe Lvov y después con Alexander Kérensky – y sus crisis, las luchas internas entre los diversos frentes revolucionarios, el papel minoritario en número pero preponderante en fuerza de los bolcheviques, la toma del poder por parte de éstos (mitificada en gran parte) y la creación del primer régimen soviético.

La guerra civil y la formación del sistema soviético (1891-1924): Figes retrata los diversos frentes de la guerra civil y por qué los blancos, en un principio superiores en número y armamento a los rojos, perdieron el conflicto; el comunismo de guerra y cómo afecto al campo y a la ciudad rusos; el afianzamiento de los bolcheviques en el poder y la destrucción violenta de todo rastro de oposición; Lenin y la NEP, así como la agonía del líder bolchevique, las disputas internas y la llegada de Stalin al poder para cuando el primero muere en enero de 1924.

El libro, tras la primera parte, que asienta las bases para entender la fragilidad del régimen zarista, empieza propiamente en 1891: las hambrunas de este año pusieron en la palestra las debilidades del gobierno de los Romanov y, aunque sofocadas las primeras revueltas, fueron la luz que siguieron los revolucionarios de 1905 y 1917. La obra de Figes acaba con la muerte de Lenin en 1924 y el final de la Revolución en sí: el autor considera que “la revolución había trazado un círculo completo y las instituciones básicas, si es que no todas las prácticas, del régimen estalinista ya existían” (p. 15). En estos apenas 33 años Rusia ganó poco, más bien nada, su pueblo sufrió lo indecible: las cifras de muertos por las revoluciones de 1917, la guerra civil, el terror, las hambrunas y las epidemias rondaron alrededor de los 10 millones de muertos, sin contar las emigraciones y exilios (2 millones) y los efectos demográficos en la tasa de natalidad de los años posteriores. “La tragedia de un pueblo” no sólo fue numérica: también lo fue en las mentalidades y en las esperanzas truncadas apenas un lustro después de la caída del aborrecido régimen zarista. Un régimen que no causó tantas muertes y sufrimiento como el que rojos, blancos, verdes y negros provocaron desde Febrero de 1917.

Figes escribe un libro que impresiona por el tamaño y por la documentación manejada para su escritura. Escribe con amenidad, con rigor, sin apasionamientos ni desde la trinchera. Estremecen algunos relatos de personas del pueblo llano, de cómo sufrieron las hambrunas de 1891, el horror de la Primera Guerra Mundial, las esperanzas ahogadas de Febrero de 1917, la catastrófica guerra civil, el hambre y la desolación. Realmente se trata de un libro, en este sentido, que permanecerá entre lo más aproximado a “el libro definitivo” que se conoce sobre la Revolución Rusa.

Entre lo más acertado del libro están los retratos sincrónicos y continuos de una serie de personajes: el príncipe Grigorii Lvov, un reformista de optimismo inquebrantable (incluso en los peores momentos), que fue la persona idónea para presidir el Gobierno provisional en marzo de 1917, pero que no pudo o supo encauzar los frentes abiertos por constitucionalistas de derechas (cadetes), los social-revolucionarios (eseristas), los mencheviques y los bolcheviques; el general Alexei Brusilov, héroe durante la Primera Guerra Mundial, cada vez más decepcionado con el curso de la(s) Revolución(es) de 1917, y que, aunque acabaría colaborando con los bolcheviques durante la guerra civil, no pudo evitar sentir que se había desperdiciado una buena oportunidad para sacar a Rusia de su atraso; el escritor Maxim Gorky, crítico y defensor de la Revolución a partes iguales, una fuente de información muy valiosa para el período tratado; el activista campesino Serguey Semyonov, cuya sola vida ya serviría para escribir una novela; el campesino, obrero y después comisario político Dimitry Os’Kin, testigo de los hechos que sucedieron en San Petersburgo y en el Ejército Rojo desde 1918; y, cómo no, las vidas a retazos de Lenin, Trotsky, Kérensky o el propio zar Nicolás II: el retrato de este último sorprenderá a no pocos lectores, acostumbrados a la imagen de un zar indolente y abúlico, pero no celoso defensor de la autocracia y que sufrió más para permitir la Duma de 1906 que no para firmar su abdicación en 1917.

En definitiva, nos encontramos con un libro magistral, uno de los mejores ensayos publicados en la última década. La historiografía sobre las Revoluciones Rusas tiene en la obra de Figes un hito difícil se superar (y ya ha transcurrido más de una década desde su publicación), y al mismo tiempo una puerta abierta a otros estudios sobre el período en concreto, la década de 1920, la dictadura estalinista desde mediados de los años 30 y hasta la muerte de Stalin en 1953, y el papel jugado por la URSS en la Gran Guerra Patriótica (1941-1945).

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