Magda Hollander-Lafon habitó las tinieblas más oscuras: en tanto que judía húngara, y siendo adolescente, fue deportada en 1944 a Auschwitz-Birkenau junto al resto de su familia, que perdió allí la vida. Estas páginas, arrancadas a la experiencia de la muerte, nacieron a lo largo de una larga travesía constituida por muchos renacimientos: los cuatro mendrugos de pan que una mujer moribunda le da a la adolescente en el campo de concentración, el agua que le ofrecen cuando el cuerpo está a punto de rendirse, el movimiento de las nubes en el cielo de Auschwitz (que por un momento no está ennegrecido por el humo del crematorio) o la «señora de la sonrisa» que la recogió a la salida de su cautiverio.
La Historia nos ha enseñado que las personas son capaces de lo peor, pero estas páginas son un llamamiento a lo mejor. Hollander-Lafon transmite una alegría sustraída a la desesperación, robada al infierno que casi la engulle, alimentada por una vida de encuentros en lo espiritual. Ella conoció la gracia de nacer dos veces y ahora, en este maravilloso libro, nos invita a unirnos a la fecundidad de un pensamiento lúcido, sereno y admirable.
Ella dice: No se trata solo de contarles mis cosas, porque aquello resulta intransmisible. Además, si yo me pongo a contar mis batallitas, puedo desanimar a un regimiento. Lo que hago es tratar de convocarles a la vida, dinamizarles interiormente. Nuestros jóvenes son un regalo de la vida, pero nadie se lo dice nunca.
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