sábado, 4 de agosto de 2018

PORFIRIO DÍAZ, MÍSTICO DE LA AUTORIDAD

Publicado por Lucky en 19:27

Primer volumen de una serie de ocho consagrados a los hombres que contribuyeron a conformar el sistema político del México moderno. 

Este número dedicado al general Porfirio Díaz está complementado con un gran número de fotografías del héroe del 2 de abril. 

Toda la serie de Biografías del Poder está abundantemente ilustrada.

Porfirio Díaz fue una figura absolutamente central en la construcción de México. El país estaba desgarrado tras 50 años de guerras internacionales y guerras civiles, los pocos caminos eran intransitables, el progreso material era nulo, el retraso en todos los órdenes era abismal. No se pueden menospreciar (menos ahora) las tres palabras clave de su largo régimen: “Paz, orden y progreso”. 

Daniel Cosío Villegas, nuestro gran historiador liberal, ponderó sus logros y encomió su política internacional (tras 23 años de estudiarlo en la magna Historia Moderna de México). La sombra mayor de Díaz, me parece, es su ambición de gloria política: debió dejar el poder en 1904.

Cuando el siglo XX tocó a la puerta, los valores eran otros, ya no sólo los clásicos del crecimiento material y la libertad política, sino la justicia social. México tenía entonces una incipiente clase media urbana y rural que creía en esos valores. Díaz debió hacerse a un lado para abrir paso a esas nuevas corrientes políticas y sociales. No lo hizo, y por ello tiene una cuota de responsabilidad en la hecatombe que se desató. Pero hay que decir que su renuncia en mayo de 1911 tuvo precisamente el sentido de detener la ola de violencia. Y fue, no lo olvidemos, un gobernante honesto.

En términos políticos, Porfirio Díaz no consolidó, sino que retrasó la consolidación de una nación liberal. Pero creo que la construcción material de México (la proeza de los ferrocarriles, los puertos, las nuevas ciudades, la agricultura comercial y la industria) requería la continuidad del régimen –digamos– por 20 años. La paz –como él mismo dijo– era “forzada”, necesaria para que el país madurara como nación respetada y sólida. No obstante, ese mismo progreso (fincado en el liberalismo económico) generó fuerzas sociales que reclamaban, justificadamente, participación y equidad social en el campo y las fábricas. Pero Díaz, aferrado a su sentido patriarcal de la política, no lo entendió así, o creyó que podía dominar al país hasta su propia muerte física. Se equivocó.

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