Vivía en un departamentito en Cuernavaca que olía a orines de gato y por donde se paseaban las cucarachas. Pero lo más duro de su vida era soportar la violencia de su hija, Helena Paz Garro, la Chata, y de su sobrino Jesús Garro, quien supuestamente la cuidaba y administraba su dinero. Así transcurrió su vida entre 1993 y 1998.
Elena Garro purgaba una condena por errores que había cometido tres décadas antes, en el explosivo año de 1968. Ella así lo entendía, y esperaba la muerte.
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