jueves, 10 de noviembre de 2022

ESTACIÓN DELIRIO

Publicado por Lucky en 17:00

Noviembre de 1984. Un grupo de 14 mujeres se encuentran en la estación de trenes de la ciudad alemana de Stuttgart a punto de tomar diversos trenes a sus respectivos hogares. Lejos de ser una estampa casual, se trata de un insólito acto de liberación. La liberación de las hasta hace unas horas pacientes de un prestigioso centro psiquiátrico.

Anne Kahl, una alemana nacida en 1942 en la ciudad bávara de Berchtesgaden y secretaria de la clínica, es la encargada de embarcar a estas mujeres hacia sus hogares, donde continuarán con su tratamiento lejos de una alienante reclusión en las instalaciones del excéntrico y brillante doctor Curtius Tauler.

Si bien los nombres son todos ficticios y los expedientes médicos inventados, la trama central es real.

Así se lo contó la propia Anne Kahl a la escritora peruana Teresa Ruiz Rosas, quien años después decidió contar esta increíble historia en su novela "Estación Delirio", con la que ganó el Premio Nacional de Literatura de Perú 2020.Noviembre de 1984, Estación Central de Stuttgart. Anne Kahl, secretaria de una famosa clínica psiquiátrica, encabeza una caravana de mujeres que están a punto de abordar distintos trenes que las llevarán a todos los rincones de Alemania. Anne ha asumido la misión de embarcarlas y, en buena cuenta, de liberarlas. 
Se trata de una operación clandestina, pues ellas son pacientes muy delicadas del doctor Curtius Tauler, que las ha dado de alta tras seguir un tratamiento poco convencional. Para Anne, una artista oculta, la liberación de las mujeres adquiere la estatura de una obra secreta, una performance que difumina los límites entre la razón y la locura. Años después, la escritora Silvia Olazábal rememora los pasos de Anne, su gran amiga.

Con una prosa riquísima y una sensibilidad exquisita, Teresa Ruiz Rosas narra las vidas de aquellas mujeres, así como las de Anne y Silvia en Europa y el Perú, investiga los vínculos más profundos de la amistad y reflexiona sobre aquellos actos que cambian para siempre un destino, todo ello para componer una deslumbrante novela sobre el delirio del arte: revolucionario y transgresor, hondo y personal, como el valioso libro que el lector tiene entre manos.

Durante su adolescencia en la Ciudad Blanca, Olazábal conoció a la enigmática ciudadana alemana Anne Kahl, quien años después, en su condición de secretaria de la clínica psiquiátrica del excéntrico y brillante doctor Curtius Tauler, se convierte en protagonista de un insólito acto de liberación: es la encargada de embarcar a catorce mujeres, todas pacientes de Tauler, en trenes que las conducirán a distintas ciudades de Alemania, con el objetivo de continuar su tratamiento lejos de una alienante reclusión, siguiendo los preceptos de la antipsiquiatría. Tras la muerte de Anne, Olazábal recibe un extenso testimonio escrito donde se descubren impensables secretos sobre su vida personal y los avatares del trabajo que realizó con Tauler; este material constituirá un sustrato para contar su historia, por medio de la ficción, como una manera de entenderla y reivindicarla.

Queda claro, mientras nos sumergimos en “Estación Delirio”, que estamos frente a esa confesión que Silvia Olazábal ha descifrado y ficcionalizado. El lenguaje con el que ha sido elaborada es la primera evidencia que tenemos al respecto. La rara y abigarrada densidad de la prosa, compuesta por términos cultos que se entremezclan con la jerga arequipeña y referencias literarias y cinematográficas que nunca suenan postizas, sino que colaboran de manera velada pero decisiva en la comprensión de las motivaciones y pensamientos de los personajes, funciona como un puntual artefacto de relojería. Este complejo discurso no significa solo la convincente demostración de un oficio afiatado, sino que es reflejo de la conciencia y de los rasgos idiosincrásicos de Olazábal. Ruiz Rosas redondea de este modo un personaje riquísimo, quien es al mismo tiempo un hacedor que se apropia de aquella frase de Karl Ove Knausgard citada al comienzo del libro: “Escribir es sacar de las sombras lo que sabemos”.

Es imperativo mencionar otra prueba de la maestría de Teresa Ruiz Rosas: la destreza para edificar una estructura compuesta por un puñado de destinos disímiles en cuya firme conjunción hallamos las claves y revelaciones que le otorgan a “Estación Delirio” las credenciales que caracterizan a las novelas maduras y contundentes: aquellas que van más allá de lo que enuncian, que erigen sobre sus cimientos una mirada particular, a la vez generosa e intransferible.

A estas líneas argumentales se suma una subtrama sobre el erudito coleccionista de arte y erudito psiquiatra Curtius Tauler, propietario y director de una clínica psiquiatra donde trata a mujeres que padecen alguna enfermedad mental. La novela aborda temas como la relación entre arte y locura, la sororidad (sisterhood), la cuestión del género, los prejuicios sociales y el cosmopolitismo.

Aunque los dos personajes femeninos son protagonistas en sus respectivas tramas, la historia del doctor Curtius Tauler destaca por las reflexiones que suscitan sus peculiares tratamientos y su conocimiento del arte. Psiquiatra y artista, Tauler es dueño de una importante colección de arte moderno. A través del manuscrito de Anne Kahl, quien fuera su asistenta durante varios años, y de la lectura de este documento por Silvia Olazábal, se revelan variadas facetas de este personaje. Básicamente, deconstruye la locura, a la cual considera un efecto del discurso, hipótesis planteada por Michel Foucault en Historia de la locura y El nacimiento de la clínica; en otras palabras, Tauler, lo mismo que Foucault, entiende que la “locura” es una construcción discursiva de la psiquiatría que en vez de ayudar a la recuperación del paciente, retroalimenta si es que no crea la “enfermedad”, por lo cual la cura consistiría en que el paciente aprenda a convivir con su dolencia en libertad, no en reclusión, es decir, redefine la cura en el sentido de construirse un nuevo relato sobre sí mismo.

Tauler desarrolla una biopolítica de la locura. Considera que el enfermo mental ha sido instrumentalizado como un recurso para que avance la ciencia psiquiátrica sin importar el costo que ello tuviera en los pacientes, los cuales progresivamente pierden su humanidad hasta convertirse en objetos de estudio. Visto así, desde la perspectiva de Tauler, la locura es resultado de un tratamiento que tuvo como propósito la cura del paciente. Las intervenciones de Tauler sobre la violencia del saber científico extienden los vínculos a Vigilar y castigar.

La historia de Tauler cautiva por el proceso de sus estudios de psiquiatría, la historia del tratamiento de las enfermedades mentales a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX y las innovaciones que introdujo en su clínica, influido, lo deja entrever Anne Kahl, por su vena artística, la cual lo impulsó a ser creativo en la aplicación de tratamientos para enfermedades mentales. De allí se desprende una reveladora analogía: la psiquiatría como el arte de modelar pacientes cual obras humanas. Por ello dispuso que la liberación de sus pacientes sería lo mejor para ellas. Anne era la más indicada para cumplir la tarea asignada, ya que tuvo una base para comprender a Tauler debido a la lectura de un ensayo del sociólogo Thomas Scheff para quien “no era el trastorno mental lo que conducía a la etiqueta de enfermo mental, sino viceversa, la etiqueta estigmatizadora terminaba por generar el mal” (p.201). Este libro y su experiencia en la clínica de Tauler le enseñaron la importancia de historizar al sujeto de la locura en vez de definirlo mediante una enfermedad.

Esta historicidad supone descorrer la enfermedad del paciente a modo de un relato hasta encontrar el nudo que la originó. Cada una de las mujeres tratadas en la clínica Tauler tiene una historia personal cuya base común es la opresión masculina como agente de su trastorno, opresión no coercitiva sino percibida como natural o necesaria hasta que experimentan una revelación que las libera, pero al costo de enloquecer. Siguiendo este hilo, la excepcionalidad de Anne reside en que haber trabajado para Tauler le cambió la perspectiva sobre los otros y sobre sí misma, superó satisfactoriamente su última separación matrimonial, se dedicó a una actividad más edificante que la salvó de la locura, a diferencia de las mujeres que vio en la clínica, las cuales enloquecieron por la insana influencia de los hombres que tuvieron al lado.

Los vínculos afectivos entre Anne y Silvia son representativos de una fraternidad femenina leal, alegre, atenta, cariñosa, solidaria y cómplice, característica de las mujeres representadas en esta novela. Silvia actúa como mediadora de la voz de Anne, quien tardíamente se dedica a cultivar su talento artístico. Algunos pasajes sugieren que la novela es en parte la narración del manuscrito legado por Anne Kahl a Silvia en una carpeta que contiene collages, escritos y fotocopias de informes psiquiátricos. Anne eligió a Silvia para que dé el acabado final a una obra inconclusa. Asimismo, esta arequipeña cosmopolita se compromete a velar por el bienestar de Felícitas, hija de su entrañable amiga; y Anne atiende esmeradamente a las pacientes a quienes acompaña para que retomen sus destinos de vida.

0 comentarios:

 

CRONICA DE UNA AMANTE DE LOS LIBROS Template by Ipietoon Blogger Template | Gift Idea