jueves, 10 de noviembre de 2022

YO SOY MI CASA

Publicado por Lucky en 17:30

 

En Yo soy mi casa recorremos el hogar de la familia Román, guiados por los recuerdos de la niña Pita, la más pequeña de los habitantes de ese lugar. Cada fragmento de la obra corresponde a uno de los espacios de esa casona, fruto de una fortuna porfiriana. Al entrar, una por una a las habitaciones, salas o espacios de servicio, atestiguamos, al mismo tiempo que se nos describe el lugar a detalle, las angustias -que son muchas- y alegrías que vivió en ellas la protagonista. El tiempo transcurre en un lapso de tiempo que va, más o menos, de sus siete a sus catorce años y es narrado en primera persona.

El recorrido por el espacio es el criterio más relevante que le va dando orden a la novela, si bien volvemos en distintas ocasiones a lugares ya visitados o nos adelantamos a los que no han sido descritos. Este vaivén no es tan marcado como el que se hace con respecto al tiempo. De hecho, el lector no podría fijar con exactitud el orden cronológico en que suceden los eventos más importantes. Tampoco sería capaz de encontrar con completa certeza cuál es el hilo que lleva el recorrido, es decir, por qué recorremos la habitación de este familiar, y luego la cocina y luego aquel pasillo. Claro que en las divisiones más largas (digamos, los grupos de capítulos que se separan unos de otros por páginas en blanco) se describen cuartos que están yuxtapuestos y a los que se pueden entrar al uno después del otro. Sin embargo, al menos según mi lectura, no hay una jerarquía de suyo evidente en el acomodo de aquellas divisiones.

No quiero dar la idea de que Yo soy mi casa es un libro confuso o difícil de seguir. No es el caso porque en cada cuarto Pita nos presenta, al menos con los rasgos mínimos necesarios, a una persona, a un objeto, o a otra habitación, que nos permitirán comprender algún evento posterior. Al llegar ahí, esos mismos sujetos suelen ser dados a conocer con mayor detalle. Ahora bien, como lectores, podemos adivinar que esto es una característica casi necesaria de un libro de este tipo pues, aun si se hubiera tratado de un hogar pequeño, nadie conoce un espacio de golpe ni lo abarca todo al mismo tiempo. Máxime si cada elemento de esa geografía contiene un recuerdo que evoca y descifra por sí mismo.

Basta con ponerse un momento en los zapatos de la niña que nos presenta su casa para pensar que es natural que, al irle dando a alguien un recorrido por las habitaciones de nuestro primer hogar, los recuerdos se vayan presentando por sí mismos según nos topemos con el cuarto al que están asociados. Colocarse al centro del sitio en el que sucedieron las cosas es una condición suficiente para la narración y la descripción detalladas. Ciertamente, como seguro ocurre en el caso de cada quién, la viveza de los detalles con que traemos de la memoria ya un evento, ya la composición de un lugar, es proporcional al tipo y a la intensidad de las emociones con que participamos de ellos.

Para insistir, la aparente falta de jerarquía en el orden de narración no implica falta de coherencia en Yo soy mi casa. Mientras terminaba de leer la novela quería poder decir algo como “el capítulo del cuarto de la mamá está antes que el del cuarto del hermano porque el episodio acontecido en el primero tiene más ‘impacto psicológico’ que el acontecido en el segundo”.

Ahora bien, eso hubiera sido irse por la usual salida falsa de “psicoanalizar una obra”, análisis que al final no suele decir nada porque no puede decir bien a quién apunta sus observaciones. Además, no se nos narra cada espacio en función de un evento; podemos llegar simplemente a la antecocina donde comen dos de las criadas -siguiendo el sustantivo de Pita- de mayor rango sin que se nos narre algo con más peso que sus hábitos a la hora de la comida.

También, pensar que el orden en que conocemos a los miembros de la familia tenía algún significado, hubiera sido como pensar que las personas que conocemos a detalle en tanto que dueñas u ocupantes de una habitación son más o menos importantes o queridas para la protagonista según ese orden. Pregunta fatigosa e indebida, si bien en cualquier edad, más aún en la infancia, de a quién quieres más de entre la siguiente lista. Si es que cada quién tuviera realmente un ranking, este respondería siempre a criterios del subconsciente, tan difíciles de alcanzar; otra cosa que nos alejaría del intento psicoanalítico.

Justamente, lo que yo propongo como clave de lectura de Yo soy mi casa es aquello que debería ser lo más inmediato para establecer contacto con las personas, las emociones. Quien nos lleva a la casa que es ella misma es una niña, es claro que el rememorar y exponer la vida propia en función de un caminar por la vivienda conlleva reencontrarse con las emociones. Y estas son tan complejas como compleja es en realidad la vida de cualquier infante. Por ello, la vida no está vista tras un filtro color de rosa o tras un entendimiento necesariamente pobre de las cosas. La inocencia infantil puede ser más bien el tener un número limitado de elementos emocionales con los que reaccionar ante un conjunto de experiencias e igual número de referentes con el que irlas explicando, conjunto de elementos que de todos modos se va ampliando al correr de los años.


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