lunes, 8 de abril de 2019

PINOCHET, VIVIR MATANDO

Publicado por Lucky en 22:20
Las noticias publicadas en los periódicos de México el 11 de septiembre de 1973 no serían más que rutina en el mundo ante lo que estaba sucediendo en el Cono Sur, en Santiago de Chile, donde había nacido y era pisoteada una de las últimas utopías de la izquierda latinoamericana.

Excélsior, dirigido entonces por Julio Scherer García, daba la de ocho a otra utopía con tintes claros de mentira: "EU planea reanudar relaciones con Cuba si otros lo hacen". Una declaración retórica del ratificado secretario de Estado, Henry Kissinger, que al momento de decir esas palabras ya sabía lo que iba a suceder en el Chile de Salvador Allende y su Unidad Popular.

En esa primera página no faltaba la noticia cotidiana que nutría la crónica de la vileza que se gestaba en Chile: "Dirigentes democristianos, por las renuncias de Ejecutivo y Parlamento".

Ťchile-allende-pinochet-19-jpg Lo mejor del día estaba en deportes: Alí se impuso por decisión a Norton. Cassius Clay-Mohamed Alí regresaba de otro triunfo, en los cuadriláteros del autoritarismo estadunidense, porque se había negado a ir a Vietnam argumentando ''caso de conciencia''. Salió más fuerte de la cárcel, aunque los especialistas del boxeo decían una tontería: "Ya no es el mismo de hace diez años".

Al día siguiente, el periódico de Scherer se llenaba de la muerte de su amigo Allende, de la detención de sus más fieles colaboradores, de las llamas desde el palacio de La Moneda, bombardeada por los aviones Hawker hunter con 5 mil seiscientos tiros por minuto. La traición militar se había consumado. Eran los resultados de más de tres años de inversiones de la CIA y de empresas de relación filial, como la igualmente mundial ATT, y de la incansable labor de los políticos de la Democracia Cristiana.

Empezaba el horror cuyo recuento y testimonios acumularía acuciosamente el abogado valenciano Joan Garcés, amigo y asesor de Allende, que se salvó de la muerte porque el presidente se lo ordenó. Todo el dolor de los desaparecidos y torturados, de las familias quebradas, de los desequilibrios psicológicos, compondría un legajo de más de 285 folios que un juez español, severo, austero, voluntarioso, gallego en todo: Baltasar Garzón, convertiría en una sonada denuncia en contra del dictador Augusto Pinochet Ugarte, que comulgaba cada semana sin que la hostia quemara sus entrañas.

El 12 de septiembre de 1973, Julio Scherer, periodista casi desde niño-adolecente, pues ya entonces andaba investigando, tomando nota, marcando libros, dictó el titular: "Allende se suicidó; se negó a dimitir tras el cuartelazo". Sí, hacía falta la noticia, pero ante todo resaltar la dignidad del traicionado. Había más: "Están presos Clodomiro Almeyda, Orlando Letelier, José Tohƃy Carlos Altamirano". El festejo: "Empresas de EU piensan ya en volver a Chile". Y la generosidad inevitable, página orgullosa: "Echeverría ofrece asilo a la familia".

Veintisiete años después, Julio Scherer da nueva vida al significado de aquella primera plana de Excélsior en su libro Pinochet. Vivir matando. Un reportaje en el que citas, testimonios, entrevistas y reflexiones se entretejen con esa fuerza expresiva que permite que el buen periodismo sea sendero que se une, no se bifurca, con la literatura.

Los párrafos cortos y frases que amarran con la contundencia de la verdad. Todo está ahí y nada sobra. Es la contundencia de la memoria vuelta presente: el tejido de la traición, la sevicia contra el ser humano, la autoadmiración del traidor que lee 15 minutos diarios, al que la esposa no le encuentra defectos y su primogénito exalta como asesino de "bestias". Y está el testimonio que conmueve de la viuda de Letelier y los juicios implacables de Garcés, rama de la que se desprenden esas hojas del dolor que quiere justicia y que por lo menos está negando a Pinochet la inmortalidad que él creía gloriosa, augusta.

Vivir matando deja sin aliento y da fuerza a la indignación. Por cada página el lector se vuelve jurado, por cada página se desprecia más a ese hombre que ya se despreciaba. Al terminar el libro se reafirma, una vez más, que la maldad existe y no da tregua. Pero también se yergue siempre la posibilidad de la justicia, porque hay seres humanos por los que el mundo puede ser mejor.

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