
Espió para los británicos, regentó junto a su marido un hotel en el desierto sirio y se propuso ser la primera occidental que entrara en La Meca. Para ello, ya divorciada, se casó con un beduino y se convirtió al islam.
Su viaje al corazón de Arabia fue una auténtica pesadilla, al ser recluida en un harén y más tarde encarcelada en la terrible prisión de Yidda. Al abandonar Oriente Próximo, se dedicó al tráfico de opio en el París ocupado por los nazis y acabó sus días trágicamente en Tánger.
La prensa francesa, deslumbrada por sus temerarias aventuras, la calificó como «La reina de Palmira», «La Mata-Hari del desierto», «La condesa de los veinte crímenes» o «La amante de Lawrence de Arabia».
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