La herida de Oihana sigue viva, pero no habla de ello con nadie. Tampoco ha contado nada, claro está, a sus hijos, aunque en el fondo de su ser sienta que hablar de ello les haría bien a todos.
Un día recibe la inesperada llamada de un antropólogo que recoge testimonios de diferentes víctimas, y desea reunirse con ella.
Ese encuentro abrirá la espita de la memoria.
La autora aborda un tema doloroso con absoluta sensibilidad, sustituyendo proclamas y prejuicios por un hondo esfuerzo de empatía, delicadeza y emoción. Porque el ungüento de palabras también puede contribuir a mitigar los viejos padecimientos.
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