Un poco como sucede con Yuliana, la macabramente entrañable heredera al trono de un capo del narcotráfico. O con su mejor amiga Regina y su deseo de tener «un novio buchón con ropa de marca que no fuera a Zara y que en lugar de tener gatos Sphynx tuviera leones de mascota». O con «la mejor bruja de la región», que ofrece sus servicios a través de su página de Facebook, y pacta con el diablo para que le ayude con la vecina cuyos perros se saltan al patio de la bruja para hacer sus necesidades.
Y es que las protagonistas de Perras de reserva comparten las dificultades y peligros implicados en el mero hecho de nacer mujeres, y los enfrentan con los recursos que la vida les ofrece, obligadas a formular sus propias categorías para situar la frontera entre el bien y el mal. Y nos cuentan sus vidas siempre en primera persona, haciéndonos parte íntima de su forma de habitar el mundo, con un lenguaje sumamente oral y coloquial, casi siempre cargado de una fuerte dosis de humor negro.
Como si solo mediante el relato de sus aventuras y desventuras encontraran estas memorables protagonistas la redención consistente en existir atemporalmente, a través de la potente y sumamente original literatura de Dahlia de la Cerda.
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