El único lugar propio, que alimenta sus recuerdos, es el patio de la casa, lleno de macetas, un limonero y un árbol de paltas. Pero ese lugar también parece derrumbarse. Una exquisita reconstrucción de costumbres y vida cotidiana de un pueblo, en la que los mandatos arcaicos, venidos de las profundidades de una Italia campesina inmigrante, se reflejan en una existencia sofocada.
Desde la subjetividad más pura, Luciana De Luca pinta un cuadro de innegable objetividad. Un soliloquio poderoso, que no concede ni un milímetro a recursos fáciles; por el contrario, da forma y palabra a una mujer que no encuentra cómo expresarse en el denso tejido de obligaciones y postergaciones que conforman su historia y su vida. Como la de tantas otras mujeres.
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