Sin embargo, pese a su poderío allende sus fronteras, los romanos estaban sumidos en sangrientas luchas internas que sus enemigos no fueron capaces de aprovechar.
Tras cada guerra civil, la República se levantó una y otra vez, siempre aumentando su autoridad, siempre ampliando sus territorios. La última de estas luchas fue un auténtico duelo entre dos titanes, Julio César y Pompeyo el Grande, que sacudió todo el Mediterráneo. Cuando las últimas llamas de aquel conflicto se apagaron, los romanos descubrieron que la República se había convertido en otra cosa: un Imperio.
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