Valladolid, 1810. Manuela Taboada recorre impaciente de un lado a otro el zaguán de la iglesia mientras espera la prueba irrefutable que confirmará todos sus temores.
Un hombre se acerca con un bulto en los brazos y lo deja caer a sus pies y ella, horrorizada, observa la cabeza cercenada de uno de los prisioneros españoles capturados por el cura Hidalgo. A partir de ese momento Manuela será testigo de cómo, lo que inició con la promesa de una independencia pacífica, se ha tornado en un baño de sangre innecesario alimentado por el mismo Miguel Hidalgo.
En medio de la guerra y la persecución de las tropas realistas, ella será la única que se atreverá a confrontarlo por sus crímenes y a tomar cartas en el asunto, aunque esto implique encabezar el más grande complot de la Independencia de México: acabar con el líder de la revuelta.
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