Bajo el régimen autoritario no se tenía derecho a decirlo todo. El poder se ejercía sobre otros y estipulaba lo que podía y debía ser dicho, determinando de manera taxativa aquello que nunca debía ser pronunciado. Hay memorias que entonces debían olvidar o, más precisamente, un lenguaje que ya no podía nombrar. Sabemos que el lenguaje es uno de los instrumentos del que nos servimos para la construcción de nuestro mundo, por eso los militares ejercieron sobre él una vigilancia y un control escrupulosos.
La amenaza a la sujetividad fue ineluctable: se la atacaba en sus espacios mismos de constitución, en ]as instancias micropolíticas de configuración de nuevos imaginarios. Ésto, en la medida que los sujetos se conformaban a sí mismos como tales a través de la experiencia, y en razón de que el lenguaje es una herramienta central en la configuración de las mismas. Por eso, la proscripción del lenguaje puede ser entendida
como una afrenta al sujeto mismo como ente creador y articulador de lenguaje. Ello comporta igualmente la negación de las sujetividades en tanto constructoras de discursos y, muchas veces, portadoras de proyectos.
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