Haya sido lo que haya sido, yo soy la primera mujer que después de tres meses de estar secuestrada, asesinó con sus propias manos a uno de sus secuestradores antes de escapar por una ventana. ¿Me arrepiento? No. ¿Por qué diablos me arrepentiría? “Porque matar a alguien te cambia la vida. No hay vuelta atrás”. ¿Vuelta atrás? No hubo vuelta atrás desde que me arrastraron fuera de mi cochecito (que no era la gran cosa, ni crean), me metieron la cabeza en una bolsa y me ataron las muñecas con un alambre.
Los sicólogos quieren oír que me arrepiento, que sueño, como Lady Macbeth, con la indeleble sangre en mis manos y la verdad es que sí sueño con eso, todas las noches, pero no es una pesadilla: ese recuerdo es lo único que me ha mantenido viva estos meses, porque no fueron ni los calmantes, ni el volver a mi casa, “a su ambiente familiar”, ni el “amor incondicional de sus padres”.
Porque, aunque a todos les cueste oírlo, nunca me había sentido mejor que cuando enredé ese alambre alrededor del cuello de ese tipo. Nadie quiere oírlo. Y como nadie quiere oírlo, he decidido dejar de hablar.
0 comentarios:
Publicar un comentario