miércoles, 19 de febrero de 2014

ADIOS AL MES

Publicado por Lucky en 13:56
Temístocles podría haber sido el título de esta novela, porque encontramos a Temístocles desde la primera a la última página.

Si algo abunda en la Grecia Antigua son los personajes polifacéticos que viven entre luces y sombras y cuyo carácter y personalidad, dada la disparidad de valoraciones que nos han llegado de los que convivieron con ellos o los que escribieron sobre ellos, son siempre un reto para la imaginación. Temístocles podría encabezar con todos los honores la lista antes apuntada, pues alcanzó las cotas más altas de popularidad y aprecio no ya en su ciudad, Atenas, sino en todo el mundo griego (incluso y especialmente en Esparta), y descendió a los niveles más bajos de desprecio también en toda Grecia (acusado de medismo, ostraquizado y condenado a muerte). 

Al parecer Temístocles hijo de Neocles, del demo de Freario, fue un político de mente rápida, sagaz y veloz de reflejos como pocos, y previsor como ninguno. Eso es lo que dicen algunos de los autores clásicos antes citados. Pero también dicen que era populista, que le gustaba la riqueza en exceso y que nunca decía que no a un soborno. Lo que no se le puede discutir es el amor por su patria, Atenas, a la que se dedicó en cuerpo y alma hasta que esa misma patria le obligó a poner tierra de por medio y buscar refugio, paradójicamente, entre los persas. Temístocles fue la figura clave para que Atenas construyera su flota de barcos cuando esta brillaba por su ausencia, fortificó el puerto de El Pireo, fue el gran triunfador en la batalla de Salamina, vivió en olor de multitudes durante los primeros años del surgimiento del imperio ateniense, cayó estrepitosamente en desgracia algo después, fue sucesivamente condenado al ostracismo, acusado de confraternizar con los persas, condenado a muerte y perseguido por toda Grecia, hasta que fue a parar, como se ha dicho, a la corte del recién coronado rey persa Artajerjes, hijo de Jerjes, donde vivió gozando del favor real hasta su muerte. Una vida digna de ser novelada, desde luego.

La novela está escrita en clave de biografía personal, aunque formalmente es una epístola que Temístocles dirige a su amigo el Gran Rey justo antes de morir. Pero, pese a ser el propio griego quien habla de sí mismo, no se infla como un globo sino que trata de contar las cosas como son, o sea: habla de sus virtudes tanto como de sus defectos. 

El protagonista apenas menciona su ambiente familiar, lo cual se echa de menos teniendo en cuenta que nos está explicando su vida en conjunto, no sólo sus hazañas bélicas. Pero apenas hay pinceladas de cotidianeidad, apenas hay otra cosa que no sea lo que se puede encontrar leyendo las fuentes. En la novela no hay historia paralela a la del Temístocles histórico (salvo quizá la amistad –posible pero improbable– con su rival político Arístides), no hay apenas creación de contenido por parte de la autora, como si la historia bastara por sí misma (y no lo dudo) para dar cuerpo a la novela. 

La obra prácticamente translitera de las fuentes al formato novelesco los hechos que sucedieron en la vida de Temístocles. Se echa de menos un mayor desarrollo de la parte final de su vida una vez vencida la amenaza persa, que al ser precisamente la menos conocida de Temístocles es la que más juego creativo le habría dado a la autora. Pero esta parte transcurre de manera rápida en comparación con el resto, con lo que el lector se queda con las ganas. 

Buena lectura veraniega, en definitiva, agradable pero no trascendental, y para qué queremos que lo sea a fin de cuentas. Lástima que entre las muchas anécdotas que cuenta no esté explicada con más detalle la que culmina el final de su vida: habiéndole hecho prometer a su rey y amigo Artajerjes que no invadiría a los griegos sin su ayuda y consejo, pues deseaba vengarse de ellos por haberle calumniado y perseguido, Temístocles se despidió de sus amigos, bebió una copa de sangre de toro y murió en el acto. El rey, admirado por tal gesto, fue fiel a su promesa y jamás atacó Grecia.

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