Una casa largamente habitada, símbolo de la propia existencia, de la memoria, de los acontecimientos allí vividos.
Con una «mezcla de ternura y de derrota», Andrés habla de los amores, de la infancia, de la muerte de sus padres, de los tiempos confusos… y se despide de todo –en palabras de José Antonio Marina- con la «serena aceptación de lo inaceptable y el dulce alejamiento de lo imprescindible».
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