Guardo nuestras conversaciones en una pila de notas que tomaba el mismo día, al llegar al periódico, después de cada encuentro, mientras escuchaba todavía la voz de Adriano. Hay en esas notas tanta sabiduría dicha al paso que no me atrevo a corregir¬las ni a publicarlas.
Son diamantes en bruto a los que les ha quitado bastante la transcripción; no pue¬do restituir su brillantez original y sería un insulto a la elegancia del habla de Adriano reproducirlas como están. Comíamos en el club Suizo de la Ciudad de México, hoy perdido en el ciclón del cambio urba¬no. Era un lugar de sombras tenues y paredes de caoba.
Tenía un ventanal que daba a un jardín con dos fresnos altos. Recuerdo una algarabía de pájaros en las copas de los fresnos y a lo lejos, sobre la línea de la alberca, un bullicio de niños entrando y saliendo del agua.
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