Ha pasado ya el tiempo suficiente como para hacer un retrato de doña Carmen Polo desde la perspectiva y el desapasionamiento que otorgan el paso de los años.
Una mujer que ejerció una gran influencia en la vida pública española durante los cuarenta años de poder absoluto de su marido, el general Franco, del que quedó prendada cuando ella era una joven de la alta burguesía asturiana y él un joven comandante que fue ascendiendo en la carrera militar gracias a sus hazañas de guerra en Marruecos.
El ego de la Señora, trato que exigió desde que se instaló en el Palacio de El Pardo, fue creciendo al mismo ritmo que los ascensos meteóricos de su marido. Ella fue la artífice de la creación de un clan familiar, que se comportaba a imagen y semejanza de una familia real, en torno al cual giraba toda la vida política y social del franquismo, y favoreció la existencia de una camarilla que complacía en todo a la Señora y con la que se dedicaba a satisfacer sus caprichos, como coleccionar joyas y antigüedades que almacenó en las fincas y casas que le regalaron a su marido.
Ejerció, especialmente en el declive del régimen franquista, un poder determinante que trató de perpetuar a su familia en el poder. Con ese fin participó en los planes para casar a su nieta mayor, María del Carmen, con Alfonso de Borbón Dampierre, con la esperanza de que su marido le nombrara su sucesor en lugar de al príncipe Juan Carlos. Y ella fue, con un Franco ya en decadencia, la responsable del nombramiento de Arias Navarro como presidente del Gobierno después del asesinato de Carrero Blanco.
Cuando se cumplen veinticinco años de su muerte, en febrero de 1988, la figura de doña Carmen, la Collares, cobra fuerza como una mujer que aunque no tuvo papel alguno ni estatus institucional, manejó desde el Palacio de El Pardo muchos de los hilos de la sociología del franquismo.
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