Gante, 21 de febrero del año 1500. Sumida en una más de sus enajenaciones provocadas por las continuas infidelidades de su esposo, Juana la Loca alumbra a su hijo Carlos.
Ese mismo día, un astrólogo augura el destino del futuro emperador: «Como todo Piscis, vuestro hijo será tímido e introvertido. El temor a la equivocación es posible que le haga dubitativo e influenciable, pero lo superará, y es seguro que se convertirá en un gran luchador.
Defenderá sus principios e intereses con la justicia debida y será recompensado, pues llegará a reinar sobre los dominios más grandes que ningún otro rey haya poseído jamás. Pero, aunque siempre querrá ser más amado que temido, deberá hacer mucho uso de las armas. Y sufrirá por ello».
Defenderá sus principios e intereses con la justicia debida y será recompensado, pues llegará a reinar sobre los dominios más grandes que ningún otro rey haya poseído jamás. Pero, aunque siempre querrá ser más amado que temido, deberá hacer mucho uso de las armas. Y sufrirá por ello».
Como si de una sentencia inexorable se tratase, Leonor, hermana mayor del emperador, relata los acontecimientos decisivos de la llegada al poder del monarca tejiendo un entramado de infidelidades, intrigas palaciegas, matrimonios de conveniencia, rivalidades y batallas, que demuestran hasta qué punto el astrólogo atinó en aquel gélido día de febrero en que Carlos vino al mundo.
Sin embargo, a juicio de Leonor, los astros no reflejaron la otra faceta de la personalidad del emperador: la más amarga. Aquella en la que Carlos se convierte en un gobernante calculador e implacable incluso con quienes, como ella, en verdad le quisieron.