En su carácter de "representante de la memoria", su tarea principal es asegurar, ciñéndose siempre al discurso oficial, que los jóvenes no se olviden nunca de lo que pasó. Y lo hace bien; cada vez le dan más trabajo y tiene que pasar más tiempo en Polonia, lejos de su mujer y su hijo. Los campos de exterminio se convierten así en su ambiente laboral y lo atroz va penetrando en su alma: con horror, descubre en las personas que guía y en sí mismo cierta admiración por la fuerza y la capacidad de ejecución de los asesinos. Para sobrevivir en este mundo, le dice un alumno en una de las visitas, "tenemos que ser un poco nazis".
Poco a poco, el historiador se da cuenta de que ninguno de los visitantes está dispuesto a mirar de frente los crímenes y sus consecuencias morales y que el discurso pronunciado por él con tanta contundencia tampoco los prepara para ello.
Escrita con un lenguaje preciso e incisivo, El monstruo de la memoria es una novela de resonancia universal que advierte de los peligros que acechan a los países y a sus pueblos a la hora de construir una memoria histórica. En este relato de ascenso y caída inevitable, Sarid despliega los procesos destructivos y perversos que atraviesa un agente de la memoria en el intento de hacer bien su trabajo.