Talavera de la Reina (España), 1558. Leonor de Habsburgo está a punto de morir. De nada sirven la opulencia y el esplendor que la rodean. Su vida ha estado marcada por un deber aún más grande que sus anhelos, que el amor o la dicha.
Un deber que le impuso su hermano Carlos V y que la llevó hasta el rango más alto al que una mujer podía aspirar, pero que la aisló de quienes más quería.
Destinada a hacer flamear la divisa de los Habsburgo, llegó a ser reina de Portugal primero, y después de Francia, pero eso ya no importa en estos momentos de declive. Su vida se desvanece gastada por los años de obediencia y, sobre todo, porque su única hija, María de Portugal, la rechaza incapaz de perdonarle sus años de abandono.
Leonor agoniza con el asma que arremete contra sus pulmones que se agitan mientras su mente regresa hacia atrás, hacia ese periodo convulso —de pasiones turbias, intereses políticos desmedidos y ambiciones descontroladas— que selló su destino.