Hace muchos años me preguntaron si planeaba algún día escribir una novela sobre Pinochet. Respondí que no porque como personaje Pinochet era insignificante. Debo retractarme: se puede decir cualquier cosa sobre él salvo que es insignificante. El general Pinochet retuvo en sus garras a Chile durante veinticinco años y todavía es la figura más influyente del país. Diez años después de abandonar la presidencia, el viejo dictador aún mantiene al gobierno democrático como rehén.
Por ahora, sin embargo, el general Pinochet también está retenido.
Se halla bajo arresto domiciliario en una mansión de Londres, a la espera deuna decisión final respecto de un pedido de extradición por parte de un magistrado español, Baltasar Garzón, que lo ha acusado de crímenes de lesa humanidad -genocidio, tortura y terrorismo- cometidos contra ciudadanos españoles en Chile.
El pedido de extradición encendió un debate en Gran Bretaña y Chile, y en todo el mundo occidental, respecto de la sensatez y la legitimidad de llevar a juicio a ex gobernantes por violaciones de los derechos humanos. Sin embargo, en lo que concierne a Augusto Pinochet, las cuestiones intelectuales son discutibles.
Al perseguir al general, armar un sólido caso legal y formular el pedido de extradición, Garzón ya logró el saludable resultado de la ruina moral de Pinochet. De ahora en más, un hombre que tuvo la osadía de plantarse como el salvador de su nación ocupará un lugar al lado de Calígula y de Idi Amin. Aunque Pinochet nunca llegue a estar frente a un tribunal, se ha hecho justicia.
Antes de 1973 nadie hubiera podido imaginar una dictadura en Chile, una nación tan orgullosa de sus instituciones democráticas que los chilenos nos autodenominábamos `los ingleses` de nuestro continente. Entonces, ¿cómo llegó este soldado, que nunca se caracterizó por su inteligencia, su cultura o su valor, a tener el poder absoluto? Así como en un momento crítico Adolf Hitler encarnó las frustraciones y aspiraciones de millones de alemanes, Pinochet llevó a Chile por un camino que muchos querían.
Al perseguir al general, armar un sólido caso legal y formular el pedido de extradición, Garzón ya logró el saludable resultado de la ruina moral de Pinochet. De ahora en más, un hombre que tuvo la osadía de plantarse como el salvador de su nación ocupará un lugar al lado de Calígula y de Idi Amin. Aunque Pinochet nunca llegue a estar frente a un tribunal, se ha hecho justicia.
Antes de 1973 nadie hubiera podido imaginar una dictadura en Chile, una nación tan orgullosa de sus instituciones democráticas que los chilenos nos autodenominábamos `los ingleses` de nuestro continente. Entonces, ¿cómo llegó este soldado, que nunca se caracterizó por su inteligencia, su cultura o su valor, a tener el poder absoluto? Así como en un momento crítico Adolf Hitler encarnó las frustraciones y aspiraciones de millones de alemanes, Pinochet llevó a Chile por un camino que muchos querían.
Ni Hitler ni Pinochet podrían haber existido sin el consentimiento tácito o expreso de millones de ciudadanos.
Pinochet persiguió a líderes obreros y estudiantiles, a políticos, intelectuales, artistas y periodistas, así como a todos aquellos que habían formado parte del gobierno de la Unidad Popular. La represión más cruel se registró contra las clases bajas, durante mucho tiempo consideradas por los militares como el principal terreno de cultivo del marxismo. El pueblo era castigado por haberse atrevido a desafiar a aquellos que siempre habían tenido el poder político y económico.
Miles de chilenos fueron detenidos, otros encontraron asilo en embajadas o escaparon a través de las fronteras, mientras que muchos simplemente desaparecieron. En todo el país fueron instalados
centros de tortura y campos de concentración. Cientos de presos fueron arrojados al mar desde aviones -tras ser despanzurrados para asegurar que se hundirían- o hechos volar en pedazos o aplastados por topadoras. El miedo se convirtió en una forma de vida. En gran parte del mundo se alzaron voces de protesta, porque el experimento socialista de Salvador Allende había generado
mucha simpatía, pero Washington apoyaba la dictadura de Pinochet.
El general reformó la Constitución para proclamarse presidente. Su deseo de legitimidad es una de las tantas paradojas de su carácter. En las primeras fotografías que aparecieron de él usaba anteojos oscuros y se lo veía con los brazos cruzados y estirando el mentón en una caricatura del típico dictador latinoamericano. Más tarde cambió la imagen, vistió trajes impecables y se deshizo de los siniestros anteojos oscuros.