“La verdad, por sí sola, no prevalece”, se lee en Bajo una estrella cruel. Las palabras escritas en esta extraordinaria novela pertenecen a Heda Margolius Kovály, quien narró en este libro, traducido por primera vez al castellano y editado por Libros del Asteroide, los recuerdos de sus años transcurridos en Praga, donde no sólo había nacido en 1919, sino donde también encontró refugio tras haber conseguido escapar del ejército nazi.
Bajo una estrella cruel no es una nueva novela en torno al holocausto; son pocas las páginas que Margolius dedica a su itinerancia en diversos campos de concentración, donde había sido destinada junto a sus padres por su condición de judía. No se trata tampoco de una novela acerca de la represión soviética, aunque Praga sea el escenario de un drama que lejos de encontrar en 1945 su último acto, continúa describiendo la historia reciente de una Europa, por entonces dividida, marcada por el enfrentamiento. Leer a Margolius no es simplemente leer el lúcido testimonio de una época, adentrándose en un tiempo y en un espacio oculto durante décadas tras un muro infranqueable. Margolius, desde la distancia que sólo concede el paso del tiempo, dirige su mirada hacia atrás, hacia una Praga que trata de renacer tras el conflicto del 1945, en la que ya no están muchos de sus habitantes, muertos en los campos de concentración y de trabajo; una ciudad a la que regresan los supervivientes y en la que aquellos que se quedaron miran con recelo, con temor y desconfianza el nuevo escenario hecho de ruinas que se abre frente a ellos. Margolius es una de los tantos que regresan a casa, a una ciudad en la que ya no encuentra la consideración, la unión entre los vecinos, que antes impregnaba sus calles. La guerra ha eliminado todo rastro de humanidad y el miedo lleva a cerrar las puertas, a ignorar a todo aquel que pudiera ser sospechoso. En una Praga conquistada por el terror, dominada por la desconfianza por y para la supervivencia personal, la Unión Soviética se convierte en un referente, en el único modelo posible con el fin de construir un futuro al que, a finales de los años cuarenta, todos se aferraban con temerosa inseguridad.
“La verdad”, escribe Margolius, “por sí sola, no prevalece. Cuando se enfrenta al poder, la verdad suele perder”. En aquellos años de posguerra el pasado reciente se silenció; en un intento de olvidar, los años de guerra se convirtieron en un paréntesis al que nadie quería regresar. A ojos ajenos, la experiencia de Heda Margolius y de muchos otros nunca existió: los vecinos que habían prometido guardar las pocas pertenencias de los deportados no las devolvieron; muchos de los objetos y de los muebles fueron vendidos en ausencia de sus propietarios, había que sobrevivir a la escasez del conflicto. Los bombardeos destruyeron muchos apartamentos, otros, en cambio, habían ido a parar a manos ajenas. Los pocos supervivientes regresaron a una ciudad que parecía haberles olvidado; se tenía que empezar de nuevo, los que regresaban y los que nunca se marcharon volvían a unirse para construir un porvenir, un tiempo futuro en el que los valores comunistas de la Unión Soviética representaban la alternativa a un sistema democrático que no había sido capaz de evitar el enfrentamiento.
Aquella verdad que en los años de ocupación fue derrotada no tardó en vivir un nuevo fracaso; las promesas que llegaban de la mano del Partido pronto se convirtieron en mentiras, en simples eslóganes que escondían, tras el oscurantismo burocrático y las conspiraciones por el poder, una realidad marcada, nuevamente, por la desaparición, por la fragmentación social. Aquellas ideas de igualdad, de ausencia de clases, de reconocimiento hacia el proletariado, el Estado y la comunidad no tardaron en configurarse como una férrea ideología que negaba toda oposición; la no fidelidad se pagaba y las detenciones injustificadas, las acusaciones de inocentes, los asaltos nocturnos en las casas llegaron junto con la nueva década, la de los años 50. Heda Margolius, lejos de la ingenua convicción sin rastro de maldad de su marido, Rudolf Margolius, siempre permaneció escéptica frente a las promesas realizadas en reuniones y mítines por los dirigentes del Partido; esa incredulidad la alejó de su marido cuya ceguera ayudó a que escalara dentro de la jerarquía partidista. Heda nunca le abandonó, sin embargo el escepticismo inicial pronto se transformó en oposición; la realidad de la que diariamente era testigo en las calles de Praga -la carencia de productos, las colas interminables, la pérdida de las propiedades- nada tenía que ver con el lujo y los excesos de las celebraciones oficiales a las que Heda acudía con su marido.
La lucidez de ella se contraponía con la ceguera de Rudolf que trataba de negar una realidad cada vez más evidente. Él no había luchado por esto, no podía pensar que sus esfuerzos y su compromiso político habían dibujado el peor de los escenarios; sabía que Heda no se equivocaba, pero resulta difícil
aceptar la derrota de un ideal. Su detención abrió finalmente los ojos de Rudolf; acusado injustamente de espionaje, fue condenado a muerte al tiempo que su apellido fue marcado durante más de una década. Viuda y con un niño pequeño, Heda tuvo que volver a luchar; habían pasado pocos años desde el día que consiguiera escapar de manos del ejército alemán, y ahora, en la misma ciudad donde tiempo antes había comenzado todo, la historia volvía a recorrer el mismo camino. Los colores eran otros, para ella ya no había campos de trabajo, pero sí el completo desamparo: el Estado le cerró todas las puertas; no había trabajo para la viuda de un traidor; las miradas recriminatorias la perseguían diariamente al tiempo que trataba de mantener a su hijo ajeno a cuanto sucedía. ¿Cómo no ver cuando el mundo vuelve a desmoronarse una vez más frente a la mirada? Nadie era ajeno a cuanto acontecía, pero como sucediese años antes, el miedo se convirtió en el peor de los enemigos. La verdad “únicamente prevalece cuando la gente es lo bastante fuerte como para defenderla”. No es fácil ser un héroe, los héroes son pocos y los adversarios muchos; cuando la supervivencia se convierte en un reto, cuando el miedo asfixia, ¿cómo hacer surgir la verdad?
La primavera de Praga fue una ventana abierta hacia la posibilidad de cambio; la subida al gobierno de Kruschov en la URSS y la ruptura parcial con la política estalinista parecía poner punto y final a unos años en los que el poder y la violencia habían dominado Praga y toda Checoslovaquia. Pasaron etapas de dificultades para sostener todavía el escepticismo; Heda vio en aquellos meses la posibilidad de un auténtico cambio, finalmente aquello por lo que había soñado Rudolf parecía llegar, hacerse real. Nuevamente, no obstante, la historia volvió a contradecir las expectativas de Heda, los hechos tornaron a recorrer el mismo camino y Praga volvió a sumergirse en un ambiente sofocante de dominio y de terror. La primavera había dado paso nuevamente al invierno que duró hasta la caída del muro de Berlín; muchos años debían transcurrir desde ese 1968, demasiado tiempo para seguir siendo testigo presencial de un drama que parecía no tener fin. Heda Margolius escapó de nuevo, recorrió el mismo trayecto. Pero esta vez no huía para regresar, sino para alejarse de aquella ciudad que permanecía como escenario, y a la vez testigo mudo, del peor de los relatos.
“Lo último que vi fue un soldado ruso, haciendo guardia con la bayoneta calada”; esta fue la imagen final que pudo ver Heda de su país; eran los años de la Europa dividida, en los que en la frontera oriental los soldados rusos hacían guardia, bayoneta en mano, “protegiendo” sus fronteras. Años antes habían sido los militares alemanes quienes apuntaban con el arma y años después fueron otros quienes mantuvieron esa misma bayoneta. Con Bajo una estrella cruel Heda Margolius Kovály nos traslada a un tiempo, todavía muy reciente, en el que las fronteras estaban hechas de bayonetas y de muros; en pocos años, la crueldad dominó territorios y países. Una época en la que muchos murieron y muchos otros fueron obligados a marchar. Ha pasado el tiempo pero la historia se repite, una y otra vez, en un eterno retorno; los escenarios son otros, pero todavía hay muchas Praga, todavía hay quienes, al huir, al abandonar la propia ciudad y el propio país ven, en su última mirada hacia atrás, a un militar con una bayoneta.
Bajo una estrella cruel es una excelente novela, un lúcido testimonio de un tiempo y una metáfora del presente que todavía se parece demasiado a aquel pasado que, puede, nunca hallamos superado.