Lo que nos propone El último tango en Auschwitz es un viaje al infierno, al lugar más indecente de nuestra historia como raza, un lugar dónde nada valía salvo la supervivencia y en ese punto es donde se centra el escritor. No es en los afanes de sobrevivir, tarea complicada en semejante entorno, sino en lo que queda a los que sobreviven es donde se enfoca la novela, esa sensación de que el “Lager” siempre estará dentro de ellos, que quedaron más dentro que fuera y que el simple hecho de sobrevivir fue una condena igual o similar a ser víctimas.
Parece absurdo, verdad, pero ese pensamiento, extraído de lo que los pocos que vivieron en aquel campo y pudieron contarlo, es muy real, muy humano, pues ante semejante carnicería quién se libró de ella se sienta en deuda con las víctimas, aunque por una asociación mental ya no sería tal.
La barbarie disfrazada de burocracia y de organización, la destrucción de todo lo que nos puede unir como seres humanos, en este caso más en concreto la música, y sobre todo el intento de comprensión de semejantes actos no son lo fundamental de la novela, sino un añadido más, lo básico no son las victimas, ni los verdugos, lo fundamental es la sensación de que un gran vacío se abrió en nuestra concepción del mundo y más aún en nuestra idea de humanidad, algo se quebró y el resultado fue aquel campo: “Pues en realidad no existió aquel día para los cientos de millones de seres humanos que ese día vivieron otro día, un día de agosto del año 1944 en Auschwitz en que fueron gaseadas y después quemadas veinticuatro mil personas sin nombre, seres cuyo único delito consistía en haber nacido y vivido hasta entonces de manera más o menos normal pero bajo el estigma de pertenecer a un pueblo antiguo condenado por la Historia (y la Historia, como los mercados, parece carecer de nombres concretos, de responsables que la escriban o manipulen- y que fueron conducidos a la muerte por otras criaturas que también parecían humanas y vivían y cumplían sus obligaciones marcadas por leyes) la Historia, los mercados, también se rigen por ellas- que acataban sin discusión y sin entrar en su significado y trascendencia, unos continuaban viviendo, otros morían, y nadie guardaría memoria, ni constancia quedó en parte alguna, ni trascendencia llegaría a alcanzar aquel día de agosto del año 1944, pienso yo, K”.
La novela es de gran altura, muy bien hilvanada y narrada con gran maestría, no importando el lector final sino lo que se cuenta y como se cuenta, lo cual y a estas alturas es más que de agradecer. La prosa es poderosa, retorcida y por momentos rebuscada, buscando y generando la sensación de pensamientos retorcidos y monotemáticos, saltándose las circunstancias más accesorias y centrándose en lo principal. Creando una sensación muy particular, muy centrípeta que parece tomarnos y absorbernos cual remolino.
Es muy de agradecer la labor del escritor, que pese a tocar temas brutales, término que queda corto, no trata de impactarnos con elementos descarnados, sino con una mirada severa y atenta de una realidad que por momentos abochorna, no es ahí donde tiene su punto fuerte la novela, sino en la sensación de liviandad que tiene la vida humana, más aún cuando es narrada desde el punto de vista de un preso en Auschwitz.
La novela merece no sólo nuestra recomendación más fervorosa sino un aplauso muy sentido. No es para todos los públicos, a muchos espantará o simplemente horrorizará, lo cual no es el propósito, pero para los que sean capaces de resistir un poco, les aseguro que merece la pena, muchísimo, una obra poderosa y de una potencia visual que hacía tiempo no veía. Se la recomiendo encarecidamente.