Hermosos y malditos entra dentro de la categoría de novelas que te hacen pensar. Quizás, basada en su propia vida, la novela tiene muchas similitudes con el propio matrimonio de Fitzgerald y Zelda. La historia es densa para qué negarlo, exige que el lector se involucre mucho, y que nadie espere una trama enrevesada, o mucha acción, o giros inesperados. Si tuviera que describir esta novela en una palabra sería “decadencia”.
Francis Scott Fitzgerald nos hace un retrato de la clase alta de su época, aquellos años dorados que fueron los años veinte. Nos traslada a una sociedad hedonista, aburrida de sí misma, en cierto modo vacía y que tiene los días contados. Nos cuenta una historia de amor, la de Anthony, un naufrago en la vida, nieto de un acaudalado anciano, y Gloria, una niña mimada de la clase alta, cuyo mayor interés parece ser el de sentirse bella y deseada. Se nos narra las vivencias y penalidades del matrimonio, desde su nacimiento hasta su ocaso, y ahí es donde está implícita la crítica que Fitzgerald hace a la institución del matrimonio y en cierto modo a toda la sociedad americana, obsesionada con lo bonito y a la vez efímero.
La prosa de Fitzgerald es envidiable, y la estructura de la novela no es del todo clásica. A veces saltamos de una narración omnisciente a una especie de diálogo teatral para volver a la omnisciente. Los personajes están bien desarrollados, he empatizado mucho con Dick, el escritor que tiene un golpe de suerte con su primera novela, y en ciertos momentos he odiado a Gloria, tan caprichosa, y también a Anthony, tan pazguato… Pero sólo por lo bien perfilados que están. Al finalizar la novela te queda cierto regusto amargo, pero ahí está el logro del escritor, el de dejarnos eso poso de nostalgia y muchas cosas en las que pensar tras pasar la última página. En definitiva, una novela muy recomendable, para leer tranquilamente, sin prisas, con la mente abierta.
Un clásico, siempre será un clásico.