—¡Cuidado, mi general! ¡El caballo se está hundiendo!
—Pos va a salir a puritito pulmón…
—No lo menee mucho, porque se le atasca…
—¡Vete a dar consejos a las viejas! ¡Yo sé lo que hago!
Así, Rafael F. Muñoz describe en un cuento los instantes previos a morir del general Rodolfo Fierro el 13 de octubre de 1915 en una de las dos lagunas de Casas Grandes que hoy lleva su nombre.
Ese día, quien fuera el brazo ejecutor del general Francisco Villa y uno de los hombres más temidos durante la Revolución Mexicana, perdía su última batalla en forma irónica.
En ese periodo de guerra civil, Fierro destacaría por su lealtad al “Centauro del Norte” y valentía en combate, pero también por los cientos de asesinatos a sangre fría que cometió, lo mismo en combate que fuera.
Nacido en un pueblo llamado Charay, en el municipio de El Fuerte, Sinaloa en 1882, fue garrotero, luego ferrocarrilero hasta septiembre de 1913 cuando se une a las fuerzas villistas y por sus acciones en combate Villa lo asciende a general y como tal participa en las batallas cumbres de la División del Norte del Ejército Constitucionalista.
Su innata facilidad para matar, lo convierten en verdugo de prisioneros capturados pero también de sus propios compañeros de armas que cometían traición, mostraban cobardía para pelear o indisciplina en las ciudades tomadas o porque simplemente así lo decidía él.
En una ocasión mató a un forastero en la ciudad de Chihuahua “para decidir una apuesta sobre si un hombre herido de muerte cae hacia adelante o hacia atrás”, Fierro gana la apuesta cuando el hombre cae hacia el frente.
Asesina lo mismo a William Benton en un hotel de Ciudad Juárez, que al temido general Tomás Urbina. El primero era un ciudadano inglés y estuvo a punto de generar una crisis diplomática entre México, Inglaterra y Estados Unidos, mientras que el segundo era compañero y compadre del Centauro desde sus tiempos de bandido en Durango.
Fierro participa en las batallas de Tierra Blanca, en la toma de Chihuahua, Ojinaga, Torreón, Zacatecas que provocan la caída del usurpador Victoriano Huerta y junto a Villa y Zapata entra triunfal a la Ciudad de México.
En Celaya hace correr a los carrancistas y el propio enemigo de los villistas, Álvaro Obregón, reconoce su valor.
Apodado “El Carnicero”, llegó a convertirse en uno de los hombres más cercanos del general Villa e inspiraría a escritores de su época quienes lo retratan en sus relatos.
Martín Luis Guzmán en La Fiesta de las Balas narra el momento en que Fierro a ejecuta en una sola jornada a 300 prisioneros en un corral donde los hizo correr rumbo a la barda del escape y, apoyado sólo por un soldado que le recarga sus pistolas.
¡Soy del mero Sinaloa!
Adoptado por una mujer de nombre Venancia Fierro luego de ser abandonado por su madre en el pueblo de Charay, quien fuera uno de los hombres más cercanos del general Villa, fue bautizado como Rodolfo Fierro en 1882, señala Ernesto Gámez, en su libro “La Bestia Hermosa”
Su infancia transcurrió tranquila, fue a la escuela y en 1902 —a los 20 años— llega a Cananea, Sonora, en busca de trabajo, pero los minerales no le darían muchas ganancias y, tres años después parte a Hermosillo, donde ingresa al Cuerpo de Rurales del estado recomendado al general Luis Medina Barrón por el comerciante José María Paredes.
Medina Barrón estaba entonces en campaña contra los yaquis.
En esa ciudad conoce a quien sería su esposa Luz Decens, cuyos padres, ricos acaudalados de ese estado, se oponen en un principio a la boda, pero luego la permiten.
Luz muere al dar luz a una niña dejando en la viudez a Fierro, hecho que marcaría su carácter.
En el año 1908 se incorpora a la empresa del Ferrocarril Sud Pacífico e inicia un recorrido laboral que lo llevaría años más tarde a encontrarse con el “Centauro del Norte” hasta convertirse en su aliado y uno de sus principales lugartenientes.
Fierro inicia desde abajo su trabajo en el tren, comienza de meneador y por su esfuerzo y aprendizaje fue ascendiendo hasta llegar a ferrocarrilero y manejar locomotoras.
Según Villa en sus memorias, Fierro se incorpora a sus tropas en 1913 en Jiménez y en noviembre de ese año llama su atención en la batalla de Tierra Blanca y lo integra a sus “Dorados”.
“Muchachito, usted es valiente y ferrocarrilero, coja una máquina y una escolta y vaya a interponerse entre los enemigos que ya vienen en mi busca… necesito un día más para acabar mi organización y demás providencias que me faltan y ese día amiguito, me lo da usted, cueste lo que cueste”, fue la orden que el “Centauro” le dio antes de aquel famoso combate.
El futuro “Carnicero” con una pequeña escolta, toma un tren con 10 carros y se enfila al sur de Ciudad Juárez y a la altura de la Sierra de la Candelaria, avista al enemigo comandado por el general José Inés Salazar y hace un alto, prende fuego a los coches y envía la máquina “loca” en contra de los soldados huertistas.
La máquina destroza el tren que guiaba a los federales hacia el norte y las vías ferroviarias. Villa no solo tenía un día para preparar la defensa de Juárez sino varios, lo que le complace.
En esa pausa, elige el terreno donde enfrentará al enemigo, un punto cercano a Samalayuca, donde actualmente se encuentran las antiguas garitas de la Aduana del kilómetro 30 de la Carretera Panamericana.
Ya en combate, cuenta el historiador Friedrich Katz que posiblemente la acción que le trajo la atención de Villa y que lo hizo famoso en toda la tropa, fue la carga de un solo hombre que en el momento en que un tren lleno de soldados federales, ganaba velocidad para escapar de Tierra Blanca.
A galope Fierro alcanzó a la locomotora, se empareja con ella y salta adentró para posteriormente asesinar a los dos maquinistas y detener el tren que a continuación pudieron atacar los villistas y consumar la victoria sobre Salazar.
De acuerdo con historiadores, ese combate facilitó la toma de la capital de Chihuahua y Ojinaga, y que en cuestión de poco tiempo se apoderara Villa de todo el estado.
A finales de 1913, conforme al plan revolucionario promulgado por Venustiano Carranza, Villa asumiría la gubernatura de Chihuahua. Tenía la responsabilidad de dirigir el territorio que sería su base de operaciones y continuar la campaña contra los huertistas.
En Chihuahua, Villa selecciona a 99 oficiales de lo mejor, de las distintas brigadas y forma un cuerpo elite al que por sus vestimentas él mismo les llamaría “Los Dorados”, que se convertirían en su escolta personal entre quienes se encontraba ya, Rodolfo Fierro.
Fierro, Villa y Benton
El 17 de febrero de 1914, en Ciudad Juárez, William S. Benton, un ciudadano británico, dueño de la hacienda Los Remedios, reclama su propiedad y ganado al general Francisco Villa.
El general Adrián Aguirre Benavides reporta a Carranza que tras una discusión en la que Villa le ofrece al inglés comprarle su hacienda a condición de que se quede en los Estados Unidos, éste se niega y llama bandido al “Centauro”.
Benton trata de sacar su pistola pero Villa lo golpea con la cabeza y después aparece Fierro en la escena para recibir la orden de ejecutar al inglés.
El inglés es conducido a la estación de ferrocarriles de Samalayuca donde es ejecutado de un tiro en la cabeza y enterrado.
Pero hay otras versiones recopiladas por el mismo Katz que atribuyen el crimen a Villa y el “Centauro del Norte” en sus memorias lo atribuye a Fierro.
El caso despierta una serie de protestas en la prensa inglesa y de Estados Unidos así como la intervención de los órganos diplomáticos de Inglaterra para protestar y la exigencia de imponer un embargo de armas a México que indudablemente hubiera favorecido a Victoriano Huerta.
Villa responde torpemente que el inglés había intentado matarlo y había sido juzgado y sentenciado a muerte para posteriormente ser ejecutado.
Para justificar y aparentar que así fue, ordena fusilar el cadáver antes de entregarlo a quienes lo reclamaban.
Finalmente, Carranza como jefe del Ejército Constitucionalista interviene y rechaza la participación de Estados Unidos por no tratarse de un ciudadano de ese país, mientras que Inglaterra se niega a reconocerlo como interlocutor porque sería para ellos legitimar a los revolucionarios y termina por dejar de lado el asunto. (Juan de Dios Olivas)