Laure cae en la cuenta de que su ser y su cuerpo han perdido conexión cuando el frío la domina. Ese frío que precede a la muerte, que le dice que su cuerpo ya no está. Entonces accede a internarse acompañada por un médico que entiende todas y cada una de sus sensaciones.
Internada en un hospital, Laure deberá recorrer el laberinto de vuelta de una enfermedad con un alto nivel de estigmatización social, tendrá que trabajar duro para poner en funcionamiento un cuerpo que literalmente se «olvidó» de funcionar en base al alimento pero, principalmente, tendrá que reconstruir su voluntad para vivir, que es lo más dañado de su ser.
En el mundo hospitalario, que pronto se convertirá en su mundo, conocerá personajes entrañables, establecerá lazos con otros pacientes y asistirá a los logros y a los ruidosos fracasos de sus compañeros. Mientras se reconstruye, Laure piensa en su vida, en sus relaciones familiares y en las circunstancias que la llevaron a ese estado entre la vida y la muerte. Entenderá que lejos de ser libre del alimento como creía, entró sin darse cuenta en una horrorosa jaula de oscuridad. Y se formulará preguntas que sólo podrá responderse animándose a dar los pasos para salir de esa jaula.
El relato es llevadero, duro e impactante pero a la vez luminoso, porque enseña cuántas veces es capaz de recuperarse un ser humano aun cuando el daño parece irreversible, tanto física como psíquicamente. Y por sobre todo, que el camino de retorno nunca es lineal.
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