Biografía de Elisabeth, la famosa Sisi cinematográfica, emperatriz durante casi medio siglo de un imperio cargado de problemas en una época decadente. Elisabeth, emperatriz de Austria, reina de Hungría y Bohemia, fue sin duda una gran belleza, pero además una de las mujeres más cultas e interesantes de su época y, sobre todo, una persona que supo librarse de los prejuicios de su rango y tiempo.
Elisabeth no interpretó ninguno de los papeles que por tradición y condición le correspondían: no fue la esposa amante y devota, ni una auténtica madre de familia, ni la primera figura representativa de un gigantesco imperio. Reclamó sus derechos como persona, y los impuso. Que esta «autorrealización» no condujese a su felicidad constituye la tragedia de su vida..., aparte las desgracias que su rebeldía desató en su seno familiar.
La vida de la emperatriz está llena de penosos y tenaces esfuerzos por perfilarse como persona. El primer —y más afortunado— intento fue el de ser bella. La legendaria hermosura de la emperatriz Elisabeth de Austria no era sólo un don de la naturaleza, sino también el resultado de una férrea y constante autodisciplina, que llegaba hasta el martirio físico. De forma parecida surgió su fama de gran deportista —de primerísima cazadora a caballo de Europa durante los años setenta de su siglo—, fama que forzosamente tuvo que palidecer con el paso del tiempo, pese a toda la disciplina, como sucedió con la fama de su belleza. El renombre más duradero lo esperaba Elisabeth de la posteridad, que probablemente la consideraría una inspirada poetisa. Los testimonios de sus esfuerzos en este sentido —unas poesías hasta ahora desconocidas, que cubren más de quinientas páginas y proceden de los años ochenta— constituyen la base de este libro. Contienen declaraciones sumamente íntimas y personales de Elisabeth sobre sí misma, sobre el mundo que la rodeaba y el tiempo en que vivió, pero asimismo revelan con toda claridad su fracaso.
Elisabeth no había ambicionado el trono de los Habsburgo y, por no amarlo, nunca estuvo dispuesta a cumplir con lo que de una emperatriz se esperaba. Cada vez con mayor frecuencia huía de su "cárcel" vienesa, sin tener en cuenta las obligaciones para con su esposo, sus hijas y su único hijo varón, Rodolfo. En su progresivo aislamiento y distanciamiento de la realidad se parecía a su primo bávaro Luis II, para el que prácticamente no existía un límite entre el sueño y la existencia efectiva.
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