Actualizando en esta versión española las investigaciones que vertió en las ediciones en francés e inglés desde 1996, el periodista puertorriqueño Héctor Feliciano completa el análisis de un episodio relevante de la etapa de dominio nazi cuyas consecuencias llegan hasta nuestros días: el saqueo sistemático del patrimonio artístico francés.
En este volumen aparece el quién es quién de la rapiña, los métodos y los beneficiados, pasados y, para general asombro, presentes. Es preciso aclarar que el centro de la indagación no es el clásico pillaje que, producto de un impulso individual e improvisado, soldados y oficiales llevan a cabo a lo largo de cualquier confrontación bélica, sino la trama de un despojo urdido metódicamente que pretendía satisfacer tanto el revanchismo histórico alemán -desde Versalles a las confiscaciones efectuadas por los ejércitos napoleónicos- como los gustos artísticos de la jerarquía nazi. Las preferencias y proyectos de Hitler, Goering y otros barandas del Tercer Reich en el ámbito de las artes son capitales para comprender la extensión, rigor y dedicación de tan amplios recursos al proceso de expolio, incluso cuando apremiaba concentrarse en el esfuerzo militar.
El autor centra las pesquisas en el núcleo objeto de la rapiña, las grandes colecciones de los principales marchantes y coleccionistas de origen judío como la rama francesa de los Rothschild, el conjunto del mecenas David David-Weill, el acervo Schloss y los repertorios de los galeristas Paul Rosenberg y los hermanos Berheim-Jeune. Las preferencias de los jerarcas nazis por lo que consideraban admirable, maestros germánicos, holandeses y flamencos, propició la dispersión de estas grandes colecciones cuando los cuadros despreciados como arte “degenerado” fueron empleados como moneda de cambio. Debido al cambio de moneda impuesto en las condiciones del armisticio, los alemanes señorearon un mercado enorme junto con los suizos, que supieron aprovechar las condiciones de neutralidad para obtener pingöes beneficios. Las secuelas de esa diseminación continúan: en Francia quedan por recuperar 40.000 obras.
Al principal objetivo del trabajo de Feliciano, desvelar la gigantesca trama de la usurpación nazi, su extensión y consecuencias, se suma el valor de haber resucitado un pasado que está insuficientemente evaluado. Frente a la constatación del coraje de conservadores de los museos que trataron de proteger la integridad de los conjuntos artísticos, se comprueba la importante cooperación de muchos franceses en el despojo. Frente a la imagen humanitaria de país neutral que acoge a los perseguidos, se alza el verdadero rostro de una Suiza que explota las ventajas de la contienda y ampara legalmente a sus ciudadanos que se apropian del arte robado, como ya se ha visto en los casos de las cuentas y los depósitos de oro. Queda apuntada la importancia que tuvo la intervención del Ejército Rojo, que acarreó su botín de guerra hacia la antigua URSS, en la pérdida del paradero de numerosos objetos de gran valor. Por último, se encuentra el asunto todavía candente de los fondos de los museos franceses que, a causa de una desidia moralmente inaceptable y culposa de los conservadores, no han sido restituidos a sus propietarios originales o descendientes. Es aquí donde emerge la punzada de un pasado de colaboracionismo con el invasor alemán al que se quiere pasar página de forma vergonzante.
El libro de Feliciano, fruto de muchos años de trabajo, cubre un vacío histórico, revela la persistencia de un drama oculto y pone de manifiesto una de las múltiples vertientes de aquella hecatombe que supuso el nazismo. Resulta imprescindible para los amantes de la verdad y del arte, sobre todo para aquellos a los que les repugne que no vayan unidos en un asunto de tanto significado.
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