Aconsejaba Montaigne que si alguien no siente su memoria lo bastante fuerte, no debe meterse a mentiroso. Debería saberlo el Vaticano. Algún día se escribirá una historia de la mentira poniendo como ejemplo lo sucedido en la Iglesia romana con Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo. Durante décadas se movió entre las jerarquías como pez en el agua, mientras eran acalladas decenas de denuncias contra él por pederasta y sucios manejos económicos.
Cuando fue imposible ocultar la suciedad, Benedicto XVI echó del Vaticano a Maciel de tapadillo, para que se fuera a morir a su México natal. Juan Pablo II pidió a su amigo que jurase ante Dios que lo que decían de él era inexacto, y Maciel juró. Punto final. Muerto Wojtyla, asumió el poder Ratzinger, uno de los pocos cardenales que no aceptaron los sobres de Maciel con dinero. Pero Benedicto XVI aún tardó años en actuar, a finales de 2008, pese a reconocer ahora que tenía "testimonios inequívocos" sobre el crápula "desde aproximadamente el año 2000".
También eso es mentira, como demuestra de manera apabullante Jesús Rodríguez en La confesión. Se trata de la historia completa de una gran mentira. Rodríguez nos ilustra, además, sobre el ascenso del turbio personaje en la España de Franco, relacionado con jesuitas, democristianos con puñal y otros altos personajes de la sangrienta dictadura. Demasiada suciedad para no tronar de indignación.
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