Mauricio Rosencof : una profunda reflexión sobre su vida y la de los suyos. Los eslabones generacionales sintetizan a quienes les precedieron y anticipan a quienes les sucederán. “... te escribo para escribirme... lo que hoy por hoy siento es que yo; hoy; soy vos...”.
En un mundo convulsionado por guerras y separaciones; hay vínculos que se preservan empecinadamente; adquieren un valor supremo las cartas; mensajeras del ánimo; el afecto y el alivio para soledades y tristezas... aun aquellas que no se escribieron.
Su padre emigra de Polonia a Uruguay y después de un tiempo, antes del holocausto puede traer a su esposa e hijo mayor, León. Mauricio es el hijo menor y crece en Uruguay. Con el tiempo milita en el movimiento de los Tupamaros y es encarcelado en 1972. Su encarcelamiento dura 11 años y medio. Durante estos años de prisión e incomunicación ejercita su memoria y reconstruye la historia de su vida y de su familia.
cartas que no llegaron 270Las cartas que no llegaron son producto de ese extraordinario ejercicio de la memoria. El autor cuenta su historia a través de su voz de niño, de joven y de adulto. Cada capítulo trae al lector acontecimientos biográficos muy conmovedores y escritos impecablemente; esto permite reconocer perfectamente cuál de los tres Mauricios los está narrando. Las tres voces narrativas van creciendo y a medida que esto sucede, la narración crece también en fuerza y emociones. Esta excelente novela autobiográfica es uno de los muchos testimonios importantes de una época terrible en la historia de la humanidad, que no debe repetirse jamás.
En los tres capítulos de Las cartas que no llegaron, y desde el punto de vista del joven Moishe, Rosencof relata la opresiva historia de la infancia y juventud de Moishe, marcadas por la guerra, la pérdida, la huida y un valor indomable. Moishe volverá a relatar más tarde desde la paz como adulto. Lo que hace de esta narración una pieza de prosa infalible y maravillosamente poética es el lenguaje bien perfeccionado de Rosencof, su manera discreta, casi tímida, de tratar lo indescriptible, ya sea en el punto de vista práctico del niño o más tarde en la declaración de amor del hijo adulto por su padre muerto, que había esperado en vano durante toda su vida noticias de los familiares que habían sido enviados al campo de concentración.
Pero lo que constituye la dureza y la fascinación ocultas del libro son los detalles más cotidianos que el narrador intercala a lo largo de sus recuerdos. La madre de Moishe, por ejemplo, muestra a su hijo fotografías familiares de Polonia y habla de Ruth, Anna, Irene B. Sin embargo, Moishe no la entiende, porque en las fotografías no hay personas.
Los monólogos de Moishe se ven interrumpidos por los insertos que dan nombre a la novela: las "cartas que nunca llegaron", escritas por la abuela de Moishe tras las deportaciones a los campos de concentración. Pruebas de una profunda humanidad que ha sobrevivido a la muerte. ¡Cartas llenas de música, humor macabro (¿por qué un judío toca el violín y no el piano? ¡No cabría en el tren!), tristeza y el simple deseo, a menudo irrealizable, de poder ir al baño!
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