martes, 24 de noviembre de 2020

LO QUE VARGUITAS NO DIJO

Publicado por Lucky en 20:05


Mario Vargas Llosa nació en Arequipa, Perú, en 1936. Los padres se separaron durante el embarazo y Mario pasó la infancia con su familia materna, en Bolivia.

Julia Urquidi lo conoció en aquellos años por Cochabamba. Julia era hermana de Olga Urquidi, esposa de Luis Llosa. El tío Lucho era hermano de la madre de Mario, Dora Llosa Ureta. Julia era, por tanto, tía política del futuro escritor. En el libro, la Julia recuerda a su sobrino Marito como a un niño mimado, caprichoso y antipático.

Perdieron el contacto al regresar a Perú la familia materna de Mario, cuando el niño tenía nueve años. La madre, Mario y el abuelo fueron a Piura. Los tíos Olga y Lucho se quedaron en Lima.

Julia Urquidi y Mario se reecontrarían diez años después, en la capital peruana. Mario estudiaba en la Universidad de San Marcos y soñaba ya con ser escritor, mientras colaboraba en diversos medios.

Julia Urquidi se había divorciado de su primer marido y fue a Lima a pasar un tiempo cerca de su hermana Olga. Olga y Lucho eran los tíos favoritos de Mario, los más cercanos a él. En su casa, Mario y Julia se reencontraron.

Las particularidades de ese reencuentro y del romance a que dio lugar, aparecen bien retratadas en la novela de Vargas Llosa “La tía Julia y el escribidor”. Aunque con numerosas modificaciones, lo esencial permanece.

Así debió entenderlo también Julia Urquidi, porque su libro no está concebido como una réplica a la novela de Vargas Llosa. En “Lo que Varguitas no dijo”, Urquidi se limita a hacer pequeñas aclaraciones acerca del romance.

Por ejemplo, quiere dejar claro en todo momento que ella, diez años mayor que él, no era una frívola seductora divorciada y asaltacunas. “A los 19 años, Mario era, en verdad, todo un hombre, de personalidad definida y gran madurez”, dice al principio de “Lo que Varguitas no dijo”.

A Julia Urquidi, señora de clase media, le preocupa mucho esto del qué dirán y se presentará en el libro como una esposa ultrajada.

“Lo que Varguitas no dijo” se limita, precisamente, a poner negro sobre blanco lo que Mario Vargas Llosa no dijo en su novela.

“La tía Julia y el escribidor” se centra en la historia de Pedro Carrasco (el escribidor, un autor de radioteatros que enloquece). El romance entre la tía Julia y Marito (personajes perfilados sobre Julia Urquidi y el propio autor), aparece como contrapunto narrativo.

“Lo que Varguitas no dijo” se centrará en los años que van de la precipitada boda en 1955 al divorcio en 1964.

Los motivos de la autora para publicar su memoria matrimonial en 1983 no guardan relación directa con la publicación de la novela “La tía Julia y el escribidor”, en 1977.

“Lo que Varguitas no dijo” es la consecuencia de la venta de los derechos, por parte de Vargas Llosa, para la realización de una telenovela en 1981.

En teoría, la telenovela debía centrarse en la novela “La tía Julia y el escribidor”. Pero sólo se centró en los aspectos más morbosos del romance entre Mario Vargas y Julia Urquidi, tergiversándolos y proyectando de Julia Urquidi una imagen pública de la que ella trataría de redimirse con su libro.

Tras publicar “La tía Julia y el escribidor”, Mario Vargas Llosa escribió una carta explicativa a Julia Urquidi, que aparece recogida en “Lo que Varguitas no dijo”; carta en la que el escritor detalla el proceso de concepción de su novela:

“Mi propósito inicial era contar la historia del autor de radioteatros que se vuelve loco. Luego, cuando ya estaba en pleno trabajo, pensé que ese contraste entre el mundo real y el mundo imaginario -que es básico en el libro- se conseguiría mucho mejor si yo mismo me introducía en la historia, y refería la historia “real” de Pedro Camacho como un testigo de ella. Así, insensiblemente, fui incorporando ese material autobiográfico.

“En un momento dado se me ocurrió que, justamente, en mi propia vida de esos años había una especie de historia cerrada sobre sí misma -la de nuestro matrimonio- que podía constituir un contrapunto eficaz a las historias radioteatrales (….).

“Mi intención fue alternar diez capítulos ‘irreales’ con otros diez absolutamente verdaderos. Pero, como verás, tampoco he sido absolutamente fiel, entre otras cosas porque, para poder hacer coincidir ambas historias, he tenido que alterar los tiempos, modificar algunos detalles, añadir o suprimir personajes. Creo, sin embargo, que en lo esencial no he traicionado nada”.

A Vargas Llosa, escritor de prestigio, se le escapaba un detalle. Cuando te diriges a una exesposa o excompañera sentimental, no debes hacerlo en calidad de escritor. Menos aún cuando has utilizado literariamente la relación sentimental. Y no informaste por anticipado, para que la previsible interferencia de la implicada no influyera en la escritura.


La carta de Vargas Llosa no iba dirigida a un potencial editor ni a un anónimo lector, sino a la mujer que había compartido con él una experiencia emocional. Como veremos a continuación, esa experiencia había dejado heridas por curar.


Su carta explicativa estaba muy bien, sí, pero era una carta de buen escritor y mal compañero. Primer signo, en este sentido, para nosotros los lectores; enésimo para Julia Urquidi.

Urquidi Illanes que se dedicará, en “Lo que Varguitas no dijo”, a desbrozar esa maraña sentimental en la que Vargas Llosa sólo entró novelescamente.

Sin embargo, Julia Urquidi se conformó inicialmente con las explicaciones literarias de su exmarido.

Años después, como hemos señalado, Mario Vargas Llosa vendió los derechos de su novela para la realización de un serial televisivo.

La teleserie no incidía en la historia del escribidor Pedro Carrasco, que era el eje del libro. Por el contrario, se centraba en lo morboso del romance y boda de una divorciada con un sobrino diez años más joven que ella.

Entonces el silencio de la tía Julia llegó a su fin.

Urquidi Illanes redactó y publicó su memoria personal de la relación, centrada en los años de matrimonio y en la figura de Vargas Llosa, no como escritor, sino como marido. Es decir, escribió sobre los años de los que no se hablaba ni en la novela ni en la teleserie.

“Lo que Varguitas no dijo” relata, sin calidad literaria alguna, que no pretende, la historia de amor y desamor, de matrimonio y divorcio, entre Vargas Llosa y Julia Urquidi, desde la perspectiva única de Julia Urquidi.

Como ya hemos señalado, el periodo de enamoramiento se cuenta mucho mejor en “La tía Julia y el escribidor” que en “Lo que Varguitas no dijo”. El caso es que se enamoraron y, ante la creciente alarma familiar por los indicios de romance que se iban descubriendo, se dieron a la fuga y se casaron secretamente.

En otras palabras, tomaron el toro del amor por los cuernos del matrimonio, obligando a la familia a aceptar un hecho consumado. El acto de rebelión amorosa se institucionaliza, se hace socialmente aceptable mediante el matrimonio. Pero la cogida del pasional toro fue sangrienta.

A la boda siguió una separación temporal, para que las indignadas aguas familiares volvieran a su cauce. El padre de Mario, reaparecido cuando el niño lo tenía por muerto, había amenazado con recurrir a las armas. La madre y los tíos, por su parte, necesitaron un tiempo para digerir la noticia.

Calmados los ánimos familiares y transformados en aceptación, Mario y Julia empezaron a vivir juntos. Pasaron por periodos de pobreza, privaciones y sacrificios. Estos tiempos suelen ser los más felices para aquellos que se empeñan en vivir su amor a pesar de la oposición del medio.

Residieron juntos en Lima, Madrid y París, durante los casi 9 años que duró su unión. Pero los problemas de pareja empezaron pronto.

Primero, con los ataques de celos de un Mario joven e inseguro, no tan maduro -al menos en el plano sentimental- como la tía Julia nos lo quiso presentar.

Después, llegados a París, con los celos de Julia Urquidi, que vio a Marito acercarse a una joven y atractiva compañera de trabajo en la ORTF. (Office de Radiodiffusion-Télévision Française – con las siglas RTF: Radiodiffusion-Télévision Française, hasta 1964.) Esta mujer, llamada Pilar, estaba bien conectada con el mundo literario mexicano.

Detectamos en el relato de Julia Urquidi rasgos de la más característica psicología femenina, tal y como suele presentarse en los manuales al uso. Observa a su rival al detalle, siendo capaz de recordar, tantos años después, la ropa que traía puesta en determinados eventos, además de las palabras, miradas y gestos que interpreta como indicios de peligro.

La torpeza de Mario para disipar las sospechas de su mujer, termina por convencerla de que la infidelidad se ha consumado carnalmente, por decirlo a lo solemne. Sin embargo, todo parece indicar que Mario y la bella Pilar no se acostaron.

Julia Urquidi no incide en algo que influía decisivamente en sus discusiones.

Para Julia, lo más importante era la infidelidad emocional de Mario, es decir, que se sintiera atraído por otra mujer. La infidelidad carnal adquiría importancia en tanto en cuanto culminación de esa infidelidad emocional que la llevaría a perder a su objeto de amor.

Para Mario lo importante, sin embargo, era que él no se había acostado con Pilar y, por lo tanto, no habría nada que reprocharle. Puesto que no ha sido carnalmente infiel, Mario se siente legitimado para negar incluso la atracción por Pilar, es decir, miente en lo que para Julia es fundamental: las emociones.

Mario piensa que, negando la atracción, podrá evitar las escenas de celos, pero ocurrirá lo contrario.

Puesto que Julia ve claro en el plano emocional y le están negando lo evidente (la atracción), termina por concluir que la infidelidad se está consumando en el plano horizontal, por decirlo geométricamente.

De esta diferencia psicológica que afecta al modo de interpretar iguales hechos, se desprenden escenas de celos, insultos, discusiones y situaciones violentas. La vida en pareja se vuelve invivible.

Finalmente, tras muchas escenas, dimes y diretes, diálogos con la rival, descubrimiento de patrañas, discusiones e intercambio de notas (en esto Marito recuerda a un personaje de Dostoievsky, que se comunicaba con su esposa por medio de notas, pese a tenerla en la habitación de al lado), la pareja se reconcilia y viven nuevos momentos “felices”.

Es la calma que sigue a la tormenta, es decir, la calma que precede a otra tormenta: la definitiva.

Mario y Julia reciben en su apartamento parisino a una de las hijas de Lucho y Olga, sobrina por tanto de Julia y prima de Mario: Wanda, que en todo momento Julia nos presenta como encantadora.

Tiempo después, viene también a París la hermana de Wandita, Patricia, de 15 años, para estudiar en la universidad.

Al principio, Julia se opone a que venga Patricia a vivir con ellos, pues la pareja vive con lo justo, pero al final cede y lo que ocurre es que Mario y Patricia se enamoran.

Julia empieza a sospecharlo por ciertas miradas y gestos, según dice en el libro, pero un día la patrona le dirá que los ha visto besándose en el portal varias veces.


Mucho se ha escrito ya de que Vargas Llosa se enamorase primero de su tía (política, diez años mayor que él) y luego de su prima (carnal, diez años menor que él).

Sin embargo, nosotros creemos que ni calendario ni consanguinidad juegan papel alguno en este asunto.

Respecto a la psicología sexual de Mario Vargas Llosa, parecen más reveladores ciertos pasajes de “La ciudad y los perros” y “Conversación en La Catedral” que las novelas declaradamente eróticas o pseudoeróticas (tales como “Elogio de la madrastra”, “Los cuadernos de don Rigoberto” y “Travesuras de la niña mala”).

Pero no vamos a entrar aquí en el tema. Tampoco Julia Urquidi incide en absoluto en la sexualidad de su exmarido, de lo que deducimos que no presentaba disfunciones relevantes.

El enamoramiento de Mario y Patricia lo que pone de manifiesto es la dinámica de una pareja forzosa (la de Mario y Julia): si no puedes follar con lo que hay fuera de casa (Pilar, por ejemplo), pues te enamoras de lo que te meten en casa, aunque sea tu prima adolescente.

Hablando en plata: estás hasta los cojones de tu bendita esposa.

Si Julia Urquidi no exhibió gran racionalidad en el tema Pilar, ahora se desquiciará completamente, lo que contribuirá a alejarla de un Mario que, como tampoco ha desvirgado a su prima, se siente legitimado para negar lo innegable: su cercanía emocional a ella.

Se sucederán las escenas lamentables y los reproches de Julia hacia su sobrina Patricia sangran por las páginas del libro.

Tras mucha batalla, Patricia se va y el matrimonio adquiere una especie de estabilidad funeraria y formal donde no habrá reproches, pero tampoco diálogo, ni siquiera a los gritos.

Cuando parten de vacaciones o en viaje literario, cuando la rutina se rompe fuera de París, marido y mujer vuelven a acercarse amorosamente.

No obstante, Julia tenía razón en el tema Patricia.

Meses después, aprovechando una separación que prometía ser momentánea, Mario le escribirá una carta a Julia desde Lima, pidiendo el divorcio.

Al año siguiente, Mario se casará con su prima y por la Santa Madre Iglesia.

Resumen de las contradicciones del libro

Julia Urquidi dice que escribió “Lo que Varguitas no dijo” para lavar su imagen.

Su imagen no queda ni limpia ni sucia: parece en todo momento una mujer normal y corriente -demasiado normal y corriente, de hecho.

Lo que sí consigue es empuercar un poco la imagen pública de su exmarido, y un mucho la de su sobrina Patricia Llosa, a la que retrata como una mala pécora.

Hay un cierto regodeo en las prosas sobre la sobrina, como si el libro se tratara de una venganza dirigida contra Patricia más que contra Mario. Sobre todo cuando introduce una carta en la que se da cuenta de una posterior infidelidad de Mario a Patricia y se comenta que Patricia se traga lo que ella (Julia) no quiso tragarse.

El libro, a estas alturas, o a estas bajuras, se encuentra cargado de resentimiento, pero también de observaciones inteligentes acerca de la naturaleza humana, aunque la autora rara vez las racionalice.

Hay pullitas por aquí y por allá hacia el contradictorio Mario, si bien Julia aparece preñada de contradicciones a su vez. Algunas, muy inocentes.

Por ejemplo, decir que Marito parecía un galán vestido “muy estilo Corín Tellado”, y añadir en la página siguiente que “contrariamente a lo que afirma Mario, nunca he leído ni a Delly ni a Corín Tellado”. ¿Cómo sabía entonces la manera de vestir de los galanes en las novelas de la escribidora asturiana?

La mayor parte de las contradicciones del libro son consustanciales a la naturaleza del amor de Julia por Mario. O a la naturaleza de todo amor pasional, quizás.

Pero la principal contradicción se refiere a la naturaleza del libro y queda desvelada por ella misma.

Como señalamos al principio, Julia Urquidi empieza negando que escriba “Lo que Varguitas no dijo” por rencor, sino exclusivamente para dar su versión de los hechos, después de sentir que su imagen había sido tergiversada con la comercialización de “La tía Julia y el escribidor” y la posterior teleserie.

Al final de “Lo que Varguitas no dijo”, sin embargo, Julia Urquidi confiesa que, después de escribir el libro, “por fin pude decir la verdad que tantas veces me ha quemado como fuego las entrañas”.

Esa verdad no es otra que la de haberse sentido traicionada, no literariamente por “La tía Julia y el escribidor” (la novela o la teleserie), sino personalmente por Mario Vargas y Patricia Llosa, seres de carne y hueso, no personajes literarios.

Revelador es que Julia Urquidi, una vez Mario le confiesa sus amores con su prima, deje de insistir en la relación y suelte la presa, concediendo el divorcio y retirándose a vivir a Bolivia, comportándose con una dignidad que, hasta ese momento, le había faltado un tanto.

Esto nos lleva a pensar que ella estaba ya harta de las mentiras de Mario, es decir, ella también era infeliz y estaba hasta el coño de su maridito. Lo único que pedía era la verdad y, en cuanto la tuvo, se retiró del escenario.

Julia reprocha a Mario, sin embargo, su cobardía y falsedad, porque antes del viaje a Lima prometió un futuro e hicieron el amor largamente. Él no tuvo el valor de pedirle el divorcio en persona.

Pero de la lectura del libro y de las cartas que contiene se desprende que pedirle el divorcio a la tía Julia no era tan fácil. Julia Urquidi había intentado suicidarse varias veces, cuando el matrimonio amenazaba disolverse, y había amenazado con volver a intentarlo.

Cierto es que, en París, después de la partida de Patricia, una Julia Urquidi restablecida y en sus cabales le propuso el divorcio a Vargas Llosa, que lo rechazó -aunque, a espaldas de su esposa, siguió en contacto con la prima.

Mario trató a Julia, según ella dice, con cariño, antes de partir a Lima, prometiéndole el oro y el moro, aunque ya tuviese en mente, probablemente, dejarla.

Una vez en Lima, Mario pidió el divorcio a Julia. La dejó cuando le convino a él y sin dar la cara, que es lo que ella más le reprocha.

Yo creo que Mario estaba acojonado por los años de broncas y de tener que discutir y mentir sobre sus apetitos sexuales ajenos a la alcoba matrimonial. Le faltaba el valor para seguir mintiendo o para reconocer la verdad a los ojos, así que decidió borrarse y escribir una cartita, que es un recurso muy de escritor.

Si la tía Juliacha se tiraba por el balcón, él no tendría que levantar el cadáver.

La había amado, le debía mucho y lo sabía, pero ya no quería vivir con ella.

La relación pasional que había huido hacia adelante, instituyéndose en matrimonio, terminó en una cosa vulgar, teñida de rencores, mezquina a veces, corriente y moliente siempre.

La historia de la descomposición matrimonial relatada en “Lo que Varguitas no dijo” es, como habrá percibido el lector, de una vulgaridad pasmosa y carecería de interés público si el implicado principal no fuera uno de los mejores novelistas en español del siglo XX.

No obstante, su lectura ofrece interés psicológico, más allá de la identidad de sus protagonistas, precisamente por ser una historia de amor como tantas que se viven día a día, con o sin consanguinidad especiadora.

De hecho, el interés del libro radica en aspectos que juegan un papel esencial en el matrimonio monogámico.

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